Un año para recordarse

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Un año para recordarse

Para Mayra y Brett. 
Con eterna gratitud

El siempre genial John Oliver se adelantó a decirlo desde el 13 de noviembre, cuando transmitió el último programa del año de su exitoso show Last Week Tonight: “2016 ha sido un año inusualmente desastroso” (él utilizó un adjetivo más gráfico, pero lo dejaré así). Entonces, no se puede competir ya en la categoría de frases originales para caracterizar este agonizante año del señor.

Además, para cerrar con broche de oro, Oliver salió a la calle a preguntarle a los ciudadanos de a pie su opinión sobre el año (al cual aún le quedaban siete semanas) y la colección de expresiones formuladas en tributo al considerado “peor año de los últimos tiempos”, resulta francamente insuperable (si no lo ha visto, realmente se ha perdido de algo).

Con todo, resulta obligado preguntarse: ¿ha sido realmente 2016 un año particularmente calamitoso para la humanidad? A juzgar por la cantidad de monumentales estupideces cometidas en forma colectiva (el Brexit, la guerra civil en Siria, el plebiscito por la la paz en Colombia, ¡la elección de Donald Trump!), la respuesta debería ser un estruendoso y unánime sí.

Y a nivel doméstico el asunto pinta todavía peor: de la devaluación del peso, al alza en el precio de las gasolinas, pasando por la puntada de “El Profe” de salir a la calle a pedirle a los coahuilenses el “ticket” con el cual demuestren haberle abonado algo a la megadeuda (¡para adquirir autoridad moral para criticarle!), realmente sólo queda una reacción posible: la fuga al estilo Condorito, dejando los zapatos flotando en el aire…

En tales condiciones pareciera inevitable zanjar el relato sobre este año con una frase profunda al estilo: “2016: un año para el olvido”.

Poca oposición encontraría la propuesta de clasificar así al período a cuya clausura asistimos hoy. La calamidad se ha volcado sobre la humanidad –y sobre los mexicanos– de forma particularmente pródiga –si acaso vale el término– y nos ha dejado llegar a la línea final con el ánimo encogido y las esperanzas básicamente derruidas.

Pero en esta columna, cuya responsabilidad auto impuesta es la de guiar a la especie humana a mejores derroteros, no podemos alentar la toma de una decisión como ésta, pues podría constituirse, aunque usted no lo crea, en acto de grave irresponsabilidad colectiva.

–¿Cómo así? –preguntaría cualquier lector, enarcando la ceja izquierda y fijando la mirada para enfatizar el carácter inquisitorial de la expresión.

Pues sí: porque señalar al 2016 como un año para el olvido –y disponerse a olvidarlo por ser, desde ya, desagradable recuerdo– implica perder de vista una de las principales leyes de Murphy: “No hay nada tan malo que no pueda empeorar”.

–Pues sí –replicará de inmediato alguien en las gradas–: pero este año ya no puede empeorar, porque está a punto de irse al cementerio.

Sin duda sería una observación acertada. Pero cuando citamos a Murphy no lo hacemos para alertar sobre el posible empeoramiento de la desastrosa historia de este año, sino para señalar cómo un mal año (¡un pésimo año!) puede ser superado en el ranking de los malos años por uno todavía peor.

Por eso, si consideramos a 2016 un período con más elementos en el lado funesto de la balanza, la mejor respuesta frente a ello no puede ser someternos a una lobotomía colectiva para desterrar de nuestra memoria las incidencias aciagas de este año del mono… según el calendario chino.

Si existe consenso en torno a la calificación reprobatoria merecida por este 2016, la mejor respuesta frente a tal circunstancia es empeñarnos tercamente en no olvidarlo, en mantenerlo presente en nuestra memoria y conservarlo como una enseñanza útil.

Porque tal como ocurre con los peores episodios de la humanidad (el Holocausto, los períodos de barbárica violencia, las guerras), la preservación de la memoria es un recurso indispensable para considerar cualquier posibilidad de mejoría… o evitar la recurrencia de la historia.

Y en ello resulta obligado el reconocimiento de los pecados propios: la amarga cosecha de este año no es obra de la casualidad, sino el resultado indeseado de nuestras propias decisiones. Decisiones cuyo saldo es necesario asumir.

A nadie puede acusar nuestra especie de la calamidad circundante. Ni siquiera a la naturaleza cuyos desastres, en no pocas ocasiones, representan la respuesta del planeta a la agresividad con la cual le tratamos cotidianamente. El cielo está invadido de nubes negras, es cierto, pero se trata de nubes a las cuales hemos teñido nosotros de oscuridad.

Pero la buena noticia (debe haberla, pues de otra forma deberíamos decretar el fin de la historia) es igualmente puntual y cierta: somos nosotros mismos quienes podemos volver a iluminar el camino de nuestra especie. Para lograrlo, el primer paso es reconocer cómo el saldo amargo de un mal año como 2016 sólo es producto de nuestro terco empecinamiento en tomar decisiones increíblemente estúpidas. El resto, es decir, rectificar el camino para evitar otro año como éste, es sencillo…

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3 
carredondo@vanguardia.com.mx