Un ambientalista ejemplar

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Un ambientalista ejemplar

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera
Hay una gran diferencia entre el compromiso de Eduardo López y quienes sólo presumen el ambientalismo

Es común encontrar en los círculos de activistas sociales, en el ámbito universitario y hasta en pláticas de café a personas que presumen su compromiso con el medio ambiente.

Pero ocurre que pocos de los que hablan de tal compromiso realmente son congruentes entre lo que piensan y lo que hacen. No es el caso de Eduardo López Hernández, originario de Jalisco, pero avecindado en Tabasco desde hace 35 años.

Biólogo de profesión, Lalo –como le agrada que le llamen– empezó trabajando en las chinampas de Xochimilco. Cuando era estudiante en la UNAM conoció a los más importantes líderes políticos de izquierda de su época. Se casó con Silvia Capelo, bióloga como él, y juntos emprendieron un proyecto de vida en el que comparten su pasión por la conservación de la biodiversidad. Uno de sus hijos se llama Olmo, como el nombre del árbol.

Cuando Eduardo inició su trabajo como catedrático de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y tuvo como primera gran responsabilidad impulsar los camellones en los humedales del municipio de Nacajuca para replicar allí el modelo de las chinampas, quedó impactado por la realidad chontal. 

Luego se doctoró en educación ambiental y desarrollo sustentable y fue hilvanando su trabajo académico con el del tejido social de las vulnerables comunidades de La Chontalpa.

Ese contacto cotidiano con el pueblo originario chontal lo fue legitimando como puente solidario entre sus necesidades y la posibilidad de generar mejoras en su día a día.

En el año 2004 conocí a Eduardo en la isla de Cuba, en el marco de un congreso latinoamericano de educación ambiental, me lo presentó Ana Rosa Rodríguez, entonces su discípula, ahora doctorada en ciencias. Un poco antes había nacido la fundación Mundo Sustentable, y era el momento de su construcción institucional; pues se estaban dando los primeros pasos de una plataforma creada para la educación ambiental, la conservación de ecosistemas y la gestión en el desarrollo sustentable de comunidades emergentes. 

A las dos semanas de ese encuentro me invitaron a conocer Olcuatitán, Nacajuca, y desde entonces han transcurrido casi 14 años en donde Eduardo ha liderado un movimiento muy reconocido a nivel mesoamericano a través de programas incluyentes de agroecología, reciclaje, compostaje y manejo de residuos sólidos. También junto a su equipo ha promovido entre los chontales la nueva masculinidad y la equidad de género.

En los últimos dos años este ambientalista ha establecido un proyecto en las comunidades chontales ligado a la adaptación ante el cambio climático. De hecho, el último de los libros que ha logrado editar con la confluencia de otros académicos tiene el título de “Cambio Climático. Intervención Educativa para Comunidades Rurales”.  

Hay una gran diferencia entre el Doctor Eduardo López Hernández y las personas que sólo llevan el ambientalismo en sus intenciones.

Hace unos días, ofreció información sobre el modelo de gestión del Centro Holístico de Olcuatitán a representantes del Pueblo Tarahumara en Ciénega de Norogachi y luego al Rector y profesores de la Universidad Tecnológica de la Tarahumara en Guachochi.

Lo que ha hecho en Tabasco es sustantivo pues casi una veintena de jóvenes han obtenido sus grados académicos de ingenierías, licenciaturas, posgrados y doctorados. 

Espero que este buen ejemplo se replique con los tarahumaras, y que Eduardo siga apoyando a universitarios que tengan conciencia de que los pueblos originarios precisan de atención de los mejores mexicanos, no de aquellos que sólo verbalizan sus intenciones.