TV Filosofía

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El fin de semana vi el último capítulo de una serie televisiva catalana –Veranda TV- llamada “Merlí(2015-2018): un heteróclito profesor imparte la asignatura de Filosofía a un grupo de alumnos que cursan lo que en México llamamos la preparatoria. Ése el marco en el que se desarrollan muchas tramas secundarias.

La serie se mantuvo durante tres temporadas y tengo entendido que, en estos meses, goza de un gran éxito en América Latina, especialmente en Argentina, Chile y México. A mí me la recomendó un amigo, y como me pareció interesante, la he recomendado a mi vez a otros.

El serial está saturado de sexo, sensualidad, conflictos familiares y emocionales, subtramas, ambientes, panorámicas barcelonesas, mensajes subliminales, diversidad de géneros, concepciones sobre la educación, subtextos de toda índole e innumerables chispazos de filosofía.

Ignoro lo que los expertos piensen al respecto. De hecho, no me interesa demasiado su opinión; lo que me importa es la forma tan particular de abordar los temas y la estructura general –y singular- de la construcción del guion, cuyo autor es Héctor Lozano.

Cada capítulo fue elaborado en virtud de la filosofía de un pensador, desde los presocráticos, Platón y Aristóteles hasta la estadounidense Judith Butler, la germano-estadounidense Hannah Arendt o el polaco Zygmunt Bawman, e hipotéticamente, la trama parte o se fundamenta de o en un núcleo teórico extraído del aparato filosófico de cada uno de estos autores.

Merlí Bergeron (Francesc Orella), el profesor de filosofía –un hombre de 60 años-, rompe los paradigmas que cualquier sistema educativo impone a los maestros y, evidentemente, se pasa por Las Ramblas el “programa” y la absurda idea de que los estudiantes deben permanecer sentados horas y horas ante la figura solemnizada de los profesores.

Merlí no sólo no es solemne sino que, además, es ardiente desde dos puntos de vista: el intelectual y el erótico. Tiene un hijo homosexual, que de pronto se ve convertido en su alumno, pero él es un señor heterosexual aunque de criterio amplísimo, como eufemísticamente se dice.

Entre lecciones de filosofía, debates entre sus estudiantes –“los peripatéticos”-, intrigas entre los maestros de esa institución de educación pública y encuentros sexuales que se llevan a cabo en los lugares más insospechados, la historia marcha, plural y amena y capítulo a capítulo, mostrándonos lo insoslayable: somos animales pensantes, sí, y también “follantes”, muy follantes. 

Estos encuentros son tan variados que uno podría decirse: vaya, pero de cuánta libertad se goza en Cataluña para ejercer la sexualidad, sea ésta hetero, homosexual o “heteroflexible”, como se autodenomina uno de los protagonistas de la serie, el atractivo Pol Rubio (Carlos Cuevas): qué envidia.

Entre algunos de los subtemas tratados, que tampoco son tan subterráneos que digamos, están el de la debatida independencia de Cataluña, el desempleo, el subempleo, la competencia por ser “el mejor”, la educación y el papel que la escuela juega en la compleja maquinaria del Estado, la frustración o la parálisis de los jóvenes ante un mundo que aún cree en la utopía de que una carrera universitaria es la meta de todos los individuos.

“Estoy hasta los cojones de las personas que dicen que la filosofía no sirve para nada”, dice Merlí a sus alumnos. Vale la pena comparar esta afirmación con la de tantos expertos que se quejan, precisamente, de la presencia de la filosofía en los curricula universitarios; y aun con la de quienes aseveran que la filosofía ya no debería estudiarse, pues ésta, como el resto de las humanidades, constituye “una pérdida de tiempo”. 

El guión fue escrito en un idioma coloquial un tanto pobre –aparte, las breves exposiciones de Merlí y los debates con sus estudiantes-, pero si pensamos en México, habría que concluir que también aquí el Estado se ha encargado de embrollar tanto el trabajo escolar que el (buen) profesor apenas tiene tiempo de enseñar algo a sus alumnos, ocupado como está en llenar informes, plantillas, formularios y otras tantas invenciones “evaluatorias” o de cualquier naturaleza que se le imponen.

Las cápsulas didácticas a través de las cuales Merlí brinda información a sus pupilos en torno de los sistemas filosóficos e ideas de Hiparquía de Tracia, Plotino, San Agustín, Benjamin, Camus, Heidegger y otros, poco revelan del pensamiento de estos autores, pero no debemos perder de vista que se trata de una serie de televisión, no de una cátedra en la Universidad Complutense de Madrid.

En fin, a pesar de muchos saltos inexplicables en el guión y de -todo hay que decirlo- cierto racismo, “Merlí” es una serie no sólo entretenida sino también divertida y un tanto ilustrativa: un buen melodrama con pinceladas filosóficas y hasta pedagógicas e ideológicas.