Trump: segundo ‘strike’ en tribunales
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Trump: segundo ‘strike’ en tribunales
…se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”, dijo Winston Churchill en un ya lejano día de noviembre de 1947, durante un discurso en la Cámara de los Comunes, en Inglaterra.
La frase ha ganado la inmortalidad porque refleja bien uno de los aspectos paradójicos de la democracia como forma de organización social: dista mucho de ser perfecta pero, al menos con la información que nos proporciona la experiencia, es preferible a cualquier otra fórmula.
Y si en algún lugar está encontrando ejemplos contundentes la concepción de Churchill respecto de la democracia, es en los Estados Unidos, en donde el juego de pesos y contrapesos que implica la división de poderes le ha propinado ya dos reveses a las intenciones del presidente Trump de etiquetar a comunidades enteras debido a sus preferencias religiosas.
En efecto, unas horas antes de su entrada en vigor, un juez federal con residencia en Hawai frenó la segunda orden ejecutiva firmada por el presidente Trump para restringir el ingreso a Estados Unidos de ciudadanos de seis países cuya población es mayoritariamente musulmana, así como de todos los solicitantes de refugio.
Ésta es, como se sabe, la segunda orden ejecutiva firmada por Trump con este propósito y, al menos en teoría, habría sido elaborada teniendo en cuenta las objeciones legales que se encontraron a la primera y que condujeron a su declaración de inconstitucionalidad.
El presidente de los Estados Unidos reaccionó al hecho ayer mismo señalando que su Gobierno apelará la sentencia y llevará el caso ante la Corte Suprema de los Estados Unidos en donde, aseguró, les darán la razón.
Independientemente de lo que ocurra en los tribunales estadounidenses en el futuro cercano, lo relevante en este caso es la forma en la cual la democracia estadounidense está haciendo frente al desafío que implica el hecho de que el Presidente de ese país tenga ideas radicales como las relativas a la posibilidad de etiquetar a las personas por su origen nacional o su identidad religiosa.
En democracias más débiles —como la nuestra, por ejemplo— la pregunta que muchos se estarían haciendo en este momento, frente a un hecho similar, sería cuánto tiempo más permanecería el “osado” juez en su puesto antes de que a influjo de la Presidencia de la República se le removiera del mismo.
Con casos como estos se pone de manifiesto que la democracia es efectivamente un sistema con defectos y que, en muchos aspectos, se encuentra lejos de ofrecernos los resultados que la mayoría reclama, pero que a pesar de sus defectos resulta preferible a otras formas de organización en las cuales no existe una real división de poderes y las órdenes de quien está a cargo del Poder Ejecutivo son, simple y sencillamente, inapelables.
La democracia estadounidense —como cualquier otra— se encuentra lejos de ser perfecta, desde luego, pero ni duda cabe que actos como el segundo rechazo consecutivo a la orden ejecutiva de Trump la acercan más al ideal que constituye la aspiración permanente de los pueblos con vocación democrática.