Trump...
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¿Qué pasa por la cabeza de multitud de estadounidenses capaz de explicar el ascenso de este demagogo hitleriano? Lo que parecía una broma de mal gusto, se va tornando, cada vez más, en algo posible y real. Semana a semana, el magnate estadounidense avanza en su carrera hacia la candidatura republicana. En su campaña electoral ha dicho hasta lo inimaginable con su conocida verborrea, y lejos de perder puntos o simpatías en el electorado, aumenta su popularidad.
Los que simpatizan con teorías conspiratorias predijeron, hasta el cansancio, la repentina debacle de sus aspiraciones. Tarde o temprano, decían: la mano negra que teje el poder desde las sombras, acabará con las aspiraciones de este billonario que se atrevió a desafiar al poder.
Donald Trump, ya convertido en figura de autoridad, sabe ganarse el aplauso fácil mediante frases simplonas pero pegadoras. Presume su riqueza como símbolo de éxito y como prueba de ser el mejor calificado para gobernar el país más poderoso del mundo. Sabe que la televisión y las redes sociales sólo admiten frases cortas y contundentes. Por eso no le preocupa el debate serio ni las propuestas. Su apuesta es simple: las minorías pensantes no ganan elecciones, las masas sí.
La élite republicana está preocupada. ¿Quién lo diría? Durante años dejaron que el hígado vapuleara a la izquierda estadounidense, y ahora se preguntan si no estiraron tanto la liga, que se reventó. Empiezan a extrañar los años en que luchaban por el centro del espectro ideológico. Actualmente eso parece imposible, el público está polarizado por un precandidato que no conoce los límites. Ojalá no sea tarde.
Al paso que van las cosas, si Trump llega al poder, lo hará con pocos aliados dentro y fuera de su país. Todos los días le tunde a México. El Parlamento Británico discute si lo declarar persona non grata. No para de insultar a los chinos. El Premier canadiense ya marcó su raya. Donald Trump es una verdadera amenaza para el moderno imperio y, en consecuencia, lo es para todo el mundo.
Todavía tiene que superar muchos obstáculos. Primero, derrotar a la nomenclatura republicana que ha cerrado filas en torno al Senador por Florida, Marco Rubio. Ganar o morir, no tienen otra, y ya le están lanzando todos los misiles a su disposición. Un fanático les robó el mandando bajo sus propias narices y deben recuperarlo.
Si lo consigue, queda otro obstáculo a vencer: Hillary Clinton o Bernie Sanders. El último republicano que conquistó la Casa Blanca, George W. Bush, precisó del 40 por ciento del electorado hispano, el porcentaje más alto después de Ronald Reagan. De momento Trump cuenta con el 18 por ciento de simpatías entre los hispanos. Sin un voto hispano más alto, difícilmente ganará la Presidencia. No nos sorprenda que, si llega a ganar la candidatura republicana, empezará a cortejar a los hispanos porque sabe que son una necesidad vital.
Si a pesar de todos los obstáculos Trump llega al poder, tendrá frente a sí una realidad insoslayable: Un Poder Legislativo y Judicial en manos de la nomenclatura y un sistema federal que, juntos, tendrán un peso equilibrador frente a su desequilibrio.
Por el momento, a México no le ha ido nada bien. Vicente Fox y Felipe Calderón tuvieron que salir de su retiro para responder sus desatinos. Hace no muchos años, en una ruda entrevista que le hacia el periodista, Fox dejó hablando solo a Jorge Ramos. Hoy hacen equipo para enfrentar a Trump. Mientras esto sucede, el Gobierno Federal calla. El Presidente de México ignora lo que no puede ignorarse, prefiere soslayar lo que todos vemos y sabemos. El Presidente calla, mientras un demagogo vapulea a México.
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