Trumbo
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Trumbo
Este domingo se entrega el siempre codiciado aunque un tanto desprestigiado galardón de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, el Oscar.
Entre los nominados en la categoría de Mejor Actor en Papel Protagónico se encuentra el querido Bryan Cranston, a quien debemos gratitud eterna por su encarnación de Walter Withe en la serie de culto Breaking Bad (aunque para mí siempre será el papá de Malcolm).
Entró Cranston en la terna por su interpretación del escritor y guionista de Holywood, Dalton Trumbo (¿quién?).
Trumbo fue el libretista responsable de películas tan exitosas como trascendentales: “Espartacus”, “Papillon” y (fanáticos de Metállica) “Johnny Got his Gun”.
Pero la vida no fue siempre sencilla para este hombre atípico. Al término de la Segunda Guerra, la perenne paranoia estadounidense estrenó chivo expiatorio: el Comunismo. Fue cuando el abominable Senador McCarthy emprendió su infame inquisición política. Así, igual que en tiempos de la quema de brujas, cualquiera podía ser llamado a comparecer bajo sospecha de tener nexos con el partido rojo.
A muchos prominentes de la Meca del Cine se les requirió probar su inocencia o en su defecto delatar a los enemigos del American Way. Algunos, los que tenían mucho en juego que perder, comparecieron de buena gana:
“No es (el Comunismo) un partido político, es una cosa antiamericana. Y todos deben ser expulsados y exhibidos para que todas nuestras buenas causas y libertades puedan gozarse sin la mancha comunista”, declaró un flojito y cooperador Walt Disney.
Otros, sin embargo, se presentaron reticentes, no tanto por militancia comunista sino por la defensa de su derecho civil de que nadie puede ser investigado en sus creencias, y es que el simple hecho de responderle al tribunal validaba esa ilegal persecución. Esta resistencia se dio más notablemente en el ala intelectual de la industria fílmica, el gremio de escritores, del que muchos guardaron silencio acogiéndose a la Primera Enmienda.
Por ponérsele sabroso al Tribunal, por denunciar la ilegalidad de dichas indagatorias, por confrontar al McCarthismo en lugar de doblegarse y colaborar con éste, Trumbo purgó un año de cárcel que fue lo de menos ya que la verdadera condena vino después, cuando una vez en “libertad” descubrió que nadie le daría trabajo por ser un distinguido miembro de la Lista Negra.
Con familia que mantener y -como buen intelectual- no siendo particularmente hábil para administrarse, Trumbo se las vio verdaderamente prietas para sostener un tren de vida no digamos lujoso sino apenas decoroso.
La segunda cosa peor para un artista, luego de la censura, es el tener que renunciar a la paternidad de su obra, pero era eso o andar descalzo. Trumbo pudo comenzar a colaborar en algunas cintas bajo diferentes seudónimos y así sobrellevó su crisis.
Sobre aquellos aciagos años Trumbo reflexionaba: “Pienso que si a la mayoría de la gente del mundo le das a elegir entre comida, techo y vestido para sus hijos a cambio de su libertad de expresión, optarán por la comida... La libertad de expresión por consiguiente se vuelve un lujo por el cual muy pocos luchan”.
Trumbo entendía que sin la presión económica-laboral el Tribunal carecía de poder. Cualquiera podía mandarlo a paseo y negarse a declarar, pero bajo la amenaza de no trabajar y ver mermadas sus comodidades, sólo a una insensata minoría se le ocurriría no doblegarse.
El guionista incómodo de Hollywood lo resumía en un ancestral dilema: “Abandona tus principios y serás rico, aférrate a ellos y serás pobre”.
Muchas veces me han dicho: “Estoy muy de acuerdo con todo lo que dices, pero no puedo expresarlo públicamente porque, ya sabes, mi trabajo…”.
Casi a diario sé de alguien que tiene miedo de expresar una opinión crítica o de mostrar simpatía hacia un texto incómodo para el régimen porque se están jugando su empleo. Y la verdad es que no pienso juzgar a nadie por ello, ya que es muy legítimo cuidar el recurso del que depende una familia.
Pero, al igual que el señor Trumbo, no dejo yo de pensar en que por eso mismo, en nuestra sociedad actual, la libertad de expresión es un lujo de lo más extravagante.
Intento imaginar qué se puede construir sobre una base en la que una libertad primordial es algo tan fuera de lo común que pasa por chifladura y ninguna imagen promisoria resulta de este ejercicio.
Proveer alimento a un hijo es por supuesto apremiante, inaplazable, impostergable. Pero es terrible que con cada cucharada de ese alimento le estemos negando la posibilidad de ser un individuo libre.
Este régimen lo ha hecho bien, sin duda, haciendo del pan de cada día un grillete.
EPÍLOGO: En 1956, el Oscar en la entonces vigente categoría de Mejor Historia fue para un tal Robert Rich, quien jamás se presentó a recoger su estatuilla por la película “El Bravo”.
Fue hasta 1975 que Dalton Trumbo pudo reclamarla como suya para obsequiársela a su hija, en honor de los días en que la defensa de la libertad se pagó con el pan de la mesa.
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