Triste navidad en marzo
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Triste navidad en marzo
Me supongo que así debe ser Londres. Ante esa pesadilla del escritor conocida como la terrible hoja en blanco, me encuentro temprano, de madrugada, escuchando la terca lluvia golpetear sobre el tejado. Luego la oigo caer sin pausa a borbotones por las canaletas de las paredes para finalmente imaginarla escurriendo con lento y perene paso por la banqueta hasta llegar a la calle, ahí donde se mezcla con la misma materia que viene corriendo hacia abajo en nuestra caprichosa orografía saltillense pero avanzando hacia el norte de acuerdo a la convencional cartografía acatada por la humanidad, donde Europa se encuentra arriba y el África abajo por el simple decreto de quienes trazaron los primeros mapas.
Amaneciendo, miro por la ventana en busca de tema o inspiración y observo que aun estando en pleno mes de marzo, la espesura de la blanca niebla que ha descendido hasta el suelo, así como la parcial vista de un grisáceo cielo encapotado, cargado y amenazador, me recuerda que también de acuerdo al calendario, el invierno no ha terminado. Cobijado y enfundado en telas de algodón, adivino que allá afuera el clima no solo es húmedo, sino también frío.
Me preparo un café descafeinado porque así lo indica la maldita y opresiva dieta para que luego mis fosas nasales busquen ante los bordes de la taza algún olor que me transporte a otros mundos, a otros tiempos o a distintas dimensiones para que me ayuden en mi tarea semanal. No encuentro nada más que la nula fragancia de lo superfluo y el inmediatismo del cual me he rodeado. Enciendo entonces mi computadora en busca de temática y con agrado compruebo que gracias a dios no estoy solo, que si funciona el internet.
Las notas de los diarios electrónicos dicen, entre otras notas más triviales como legalizar el consumo de mariguana, más cotidianas como la falta de medicamento en los hospitales y clínicas de seguridad social y magisterial, o más sorprendentes como que otra Clinton y el mismo Trump lideran la carrera por dirigir al mundo occidental, que ha nevado copiosamente en la sierra de Arteaga, que los fuertes aires provocaron daños y pérdidas considerables en algunas zonas del país, que en diversas partes de la ciudad se vieron grandes árboles caer burdamente sin la artística gracia de la nieve o lo poético del viento; que el agua rodada caída del cielo, como siempre, se abrió paso a la fuerza por la lógica de la física ahí dónde la lógica del dinero entre el bueno, individual y noble hombre, en contubernio con el sucio, anónimo y oscuro sistema, ha insistido en cerrar sus cauces naturales sin entender todavía que por acciones como esas, algún día esta especie nuestra desaparecerá, pero su madre naturaleza prevalecerá.
Y la terrible hoja en blanco empieza a tener bosquejo. Aún sin encontrar aroma en el insípido café, todo lo demás parece transportarme a meses atrás, a las fechas en donde a pesar del crudo y despiadado clima del último mes del año, algo existente en nuestra cultura que nos convierte a todos en seres más solidarios y cálidos con los demás, quisiera brotar de mí. Quisiera tomar el teléfono para donar dinero al teletón como hacemos los ingenuos pero bondadosos mexicanos a principios de diciembre, quisiera salir a la calle para darle unas monedas al menesteroso que no tiene para comer, quisiera visitar los cinturones de miseria y los ejidos más pobres para llevar alimentos y chamarras, quisiera visitar asilos para dejarles cobijas a los ancianos y a los desamparados, quisiera ser voluntario para apoyar a quienes sintieron caer la lluvia dentro de su casa, quisiera darle palabras de aliento a los presos, quisiera darle más tiempo a mi familia, quisiera…
Pero no funciona. Rápidamente caigo en cuenta de que la sensiblería, la compasión y el sentimentalismo de la época navideña tienen mucho que ver con aguinaldos y evangelios, con usos y costumbres, con tendencias y borreguismo. Descubro que soy incapaz de hacer por mí mismo las cosas que hago movido en conjunto por imitación, por sentido de pertenencia, por una postura social, por costumbre o porque es lo que se espera de mí. Parecería ser que, junto con el aguinaldo y las posadas, se me acabaron también las buenas intenciones, la solidaridad, la piedad, el altruismo y hasta el apetito.
Todos hemos dicho en alguna ocasión que, bueno sería que siempre fuese diciembre. Y sí, me gustaría que durante todos los meses del año nos asistieran las fraternas emociones de la navidad para estar más cerca de los demás, para humanizarnos más, para dar más, para entendernos mejor. La terrible hoja ya no está en blanco, pero siento que mi alma aun lo está.