Tribus urbanas

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Tribus urbanas

Ahí están, véalos. Nos esperan todos juntos en aquella esquina. La mayoría son jóvenes, aunque también hay entre ellos algunos niños, y también señoras y señores que vienen de países lejanos y tienen como meta llegar a Estados Unidos. Algunos están allí por necesidad, otros por el simple deseo de andar en la calle.

El semáforo parpadea y los carros de enfrente disminuyen su velocidad. Es inevitable, tenemos que frenar.

La amenaza comienza. La horda de la esquina se desintegra y cada uno comienza a desfilar entre los coches que esperan la luz verde para seguir su marcha. Hacemos hasta lo imposible para evitar que uno de ellos se acerque a “limpiar” el parabrisas de nuestro automóvil, pero todo esfuerzo es inútil.

Un joven de pelo largo llega hasta nosotros, y lanzando una mirada amenazadora, comienza a hacer su trabajo. Es cómico ver a la mayoría de los conductores enojados por la misma causa: “Te dije que no lo limpiaras”; “¡Bájate del cofre!”; “No tengo feria”; “Lo estás ensuciando más de como estaba”; “¡Mejor ponte a trabajar y no andes de vago!”.

El joven casi termina de limpiar el parabrisas de nuestro coche, pero de pronto interrumpe su labor al darse cuenta que una camioneta con placas de Texas se para justo a un lado de nosotros. A lo lejos se escucha el grito de guerra: “¡Uuuun griiiingoooo!”. Todos se reúnen alrededor de la camioneta. Unos se trepan en el cofre, otros limpian las demás ventanas, mientras los encargados de las cobranzas discuten con el turista norteamericano para que les dé algo por sus servicios. El estadounidense, visiblemente espantado, saca la cartera y les da unos cuantos billetes verdes con tal de que lo dejen en paz.

La anhelada luz verde por fin llega, pero el coche de adelante no se mueve. Todos le pitamos, pero no puede arrancar hasta que un adolescente termina de limpiar su parabrisas. Pobre chavo, no es justo que tenga que correr el riesgo de ser atropellado por unas simples monedas y todavía tener soportar los abusos e insultos de sus colegas de mayor edad.

Por fin el carro de enfrente arranca y nosotros tenemos que pasarnos en luz amarilla para no caer de nuevo en las manos de aquella camarilla.

El grupo de la esquina vuelve a reunirse en espera de los clientes que están por llegar, mientras tanto, vemos a lo lejos que el siguiente semáforo está parpadeando. Es inevitable, estamos condenados a que esta historia se repita una vez más.

¿Quién no ha vivido una historia semejante? Aunque las autoridades han realizado esfuerzos para evitar la presencia de los limpiaparabrisas y de los migrantes, poco a poco estos jóvenes se van apoderando de las esquinas. No sé por qué se vean tantos. Puede ser que la crisis económica reinante en la actualidad los ha obligado a buscar en las calles un sustento. O tal vez encontraron en las calles el sustento que sus lugares de origen no pudo ofrecerles.

Sin embargo, mientras estos seres humanos siguen desfilando entre miles de coches cada día, tenemos que preguntarnos qué es lo mejor que podemos hacer por ellos. Si los ayudamos en cada esquina entregándoles alguna moneda difícilmente se alejarán de las calles de Saltillo; si dejamos que la Policía se encargue de sus destinos inevitablemente estarán expuestos a ciertos abusos por parte de ellos. Por más duro que parezca, si realmente quieres ayudar a los niños, a los migrantes o a los jóvenes pordioseros, no les entregues dinero en las esquinas.

Aquí entre nos, y aunque tú no lo creas, el pedir limosna es un gran negocio pues se calcula que cada mes un pedigüeño puede recibir de 15 mil a 25 mil pesos, es decir un limosnero gana más que un gran porcentaje de los profesionistas de México.

Ante esta situación, no queda otra opción más que encargarnos nosotros mismos de evitar la presencia de los limpiaparabrisas y de limosneros. Cada vez que les damos una moneda a los jóvenes o niños que limpian los vidrios del coche, estamos fomentando en ellos el deseo de permanecer en la calle.

javier10minutos@gmail.com