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Tres segundos sublimes
La experiencia de la belleza incluye, a menudo, la ansiedad de compartirla. Desde niños nos vemos impelidos a invitar a otro a contemplar el descubrimiento de algún paisaje o visión. Este ricercare es la materialización de una de esas pulsiones motivadas por la música que me obligan a decirle al primer incauto: ¡ven, escucha!
Hace algunos días decidí dedicarme a la audición de la obra de Chopin. Sin embargo, mis propósitos se desviaron al llegar a cierto punto. He aquí la narración de aquella digresión en mi plan, y mi invitación a explorarla personalmente.
En el segundo movimiento del concierto en fa menor, después de una sutil introducción de la orquesta, el sereno arpegio de la bemol desata un verdadero poema musical. Conforme avanzaba mi audición, comenzó a gestarse aquella ansiedad de la belleza que murmura “ven, escucha”. Cuando Krystian Zimerman tocó la última nota del movimiento no quise seguir con el vertiginoso allegro vivace que le sucede. Había caído en el influjo de una tierna nostalgia, y no quise salir de allí. Me despedí de Chopin.
Invoqué, entonces, a Hélène Grimaud y su interpretación del segundo movimiento del concierto para piano número 23 en la mayor de Mozart. Pocas notas, meras pinceladas de sonido, gotas de una lluvia incipiente. El melancólico siciliano de evocaciones barrocas se desenvuelve calmo, como si se tratara de un sencillo dictado melódico en una clase de música. Así es como se presenta el piano que luego sucumbe ante la presencia sobrecogedora de la orquesta. ¡Ven, escucha! No dejes pasar inadvertido el canto del fagot que responde lamentoso a las confesiones de los violines y las flautas. Luego, algunos destellos de esperanza para dar lugar, una vez más, al brumoso siciliano.
¿Qué podía venir después de aquella bruma? Chopin me había incitado a Mozart. ¿A dónde me llevaría Mozart? Quería un poco de luz, pero no una luz repentina y grosera, sino una que inundara poco a poco el paisaje.
Tenue, sobre un terso horizonte orquestal, el piano va iluminando la atmósfera, y en ella se proyectan los destellos de una flauta, luego de un clarinete... Se trata del segundo movimiento del concierto para piano número 2 de Rachmaninoff. La transparencia de la ejecución de Khatia Buniatishvili ayuda a que el paisaje se llene de claridad. Después de minutos de lirismo pianístico y orquestal, los pasajes de virtuosismo van precipitando el amanecer, que finalmente se desborda en radiantes acordes.
Luego no podía venir nada más. Dejé para otra ocasión la obra completa de Chopin. Por entonces me había saciado en esos tres segundos sublimes, segundos dignos de compartirse. ¡Ven, escucha!
Ricercare
Alejandro Reyes Valdés