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Tres años después, Nadal destruye a Djokovic
La realidad ya es imposible de ocultar: Novak Djokovic ha dejado de dar miedo, Rafael Nadal es el que ahora ocupa ese lugar en el vestuario, a falta de ver cómo vuelve Roger Federer al circuito tras saltarse toda la gira de tierra batida y poner el punto de mira en la hierba, con un paso que según la lógica debería ser breve por Roland Garros. Después de perder siete partidos seguidos con el serbio, sin ganarle un solo set (15 cedidos) en casi tres años (Roland Garros 2014), el campeón de 14 grandes destruyó 6-2 y 6-4 a Nole y se clasificó para jugar la final del Mutua Madrid Open (sexta del año) ante el ganador de la semifinal que disputarán esta noche Dominic Thiem y Pablo Cuevas. [Narración y estadísticas]
Al principio, Nadal rebosa fuerza y energía. El español tira con mucha mordiente desde los dos lados de la pista. Sus golpes achicharran los intercambios y en un segundo hay un incendio sobre la tierra, que envuelve a Djokovic y le provoca quemaduras de tercer grado (0-4 pierde en menos de 20 minutos). Con diferencia, este Nadal es el mejor del año porque tiene dinamita en la raqueta y tranquilidad en la cabeza para arrollar así al número dos, que no ve venir los derechazos de su contrario, que no sabe lo que está pasando, que no entiende por qué le están pegando esa paliza, una sacudida de arriba a abajo en la que pierde todos los dientes.
Exactamente un año después (el 13 de mayo de 2016, en cuartos de final de Roma), el efecto de ver a Nole al otro lado de la red enciende el fuego competitivo del español, que tiene la cara vestida de gala, a juego con una ocasión muy especial. Sin dudar ni fallar, el número cinco pega, brama y celebra. De su puño cerrado salen mensajes que se podrían leer con los ojos cerrados: estoy aquí para devorarte en mi superficie predilecta, delante de toda mi gente y aprovechar para explicarte que este año han cambiado las cosas, que ahora por fin he dejado de ser perseguidor para pasar a ser perseguido, que en Madrid, Roma y Roland Garros el máximo candidato soy yo y nadie más.
“¡A por él, Rafa!”, le grita la gente al número cinco, emocionada con el vibrante arranque del balear. “¡Vamos campeón!”, le anima el gentío, que se deja las manos aplaudiendo cada punto de Nadal, convirtiendo el estadio en un volcán que vomita lava encima de Nole durante toda la tarde. “¡No se te puede escapar!”, le dicen desde la grada al mallorquín, que tiene una determinación de granito para salvar un peligroso 0-30 inmediatamente después de lograr su primer break (1-0), esa misma capacidad para anular un 15-30 con 4-1 en el marcador y recuperar luego una rotura en la segunda manga (con 2-2).
En consecuencia, Nadal tiene respuesta para todo, ni a una pregunta rehuye. Como la casualidad no ha tenido nada que ver en los resultados del español en los cuatro primeros meses de la temporada, como al encuentro con Djokovic llega invicto en tierra (13-0) y con más victorias que nadie este año (32), el balear confirma desde la primera bola la distancia que hay entre los dos, a día de hoy insalvable en arcilla.
El altísimo nivel de Nadal durante todo el cruce, sin embargo, no opaca el pésimo estado de Djokovic, que falla bolas infantiles, que al resto no dice nada, que a ratos juega sin alma y que acaba siendo una caricatura del jugador que hizo temblar a todos sus rivales hace muy poco tiempo. En el corazón de 2017, y a semanas de que arranque Roland Garros, él ya no manda. Eso es cosa de Rafael Nadal.