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Tras el terremoto, mujeres se convierten en la fuerza de Juchitán
La fuerza destructora del terremoto más fuerte que ha azotado México en un siglo dejó a muchas mujeres de la ciudad de Juchitán sin casa, sin familia y sin su mercado, un símbolo de su poder matriarcal, un poder que en medio del desastre sale a flote.
El mercado "5 de Septiembre" permanece cerrado con riesgo de ser demolido, pero ellas se han organizado para continuar vendiendo en el parque central Benito Juárez. Son comerciantes por excelencia, convencen a cualquiera y con sus gritos ocultan un poco la tragedia de sus hogares.
Pero el comercio en Juchitán, en el estado sureño de Oaxaca -uno de los más afectados por el sismo del jueves-, no se da sólo en la plaza o el mercado. Las llamadas “matriarcas zapotecas” no están dispuestas a dejarse vencer por este “terremoto ingrato”, como dice Rosa Méndez.
Como desde hace siete años, Méndez toma las calles y va cinco horas diarias de casa en casa con un triciclo que lleva su mercado ambulante con tortitas de papa, de camarón, pescado capeado y frijol refrito.
“Una lo hace por los hijos, porque necesitan comer. Ellos no te dicen '¿hay?', te dicen 'dame, quiero comer' y una tiene que hacer sacrificios por ellos”, comenta a dpa.
Con dos hijos a sus 32 años, Méndez explica que las paredes de su casa en el norte de Juchitán están agrietadas y que su marido -quien le ayuda en los preparativos del negocio- resguarda la vivienda porque temen algún robo.
Históricamente las mujeres de Juchitán se han caracterizado por su poder económico y administrativo; es ella quien maneja el dinero del hogar, la que dispone cuánto habrá de usarse en el gasto diario o para el ahorro.
La mujer de Juchitán es la comerciante, la que con su esfuerzo le da un valor agregado a la materia prima que el esposo lleve y por ello es la que ordena, la que organiza, la que dispone. Una situación que no ha pasado desapercibida para quienes visitan esta ciudad y que resalta en un país considerado machista.
Mientras Méndez recorre las calles del norte de Juchitán por la mañana, al sur, entre casas semidestruidas, Florinda Esteva comienza a preparar 100 tamales con pollo y otros 100 de res, que su esposo habrá de cocinar en fogón de leña.
Muy temprano se levanta para cocer el maíz y comienza los preparativos del manjar oaxaqueño, venciendo el cansancio que le provoca la diabetes y las noches de desvelo y tensión por las más de 1,000 réplicas del terremoto, la mayor de magnitud 6.1.
“Vengo a vender a las dos de la tarde. Son tamales para la comida y ya tengo ocho o nueve años de que los hago. Mi esposo es diabético y yo tengo que ayudarlo. Él se encarga de amarrar y cocer los tamales y yo me encargo de venderlos para salir adelante", cuenta a dpa.
Esteva enseñó a su hija a vender tamales desde pequeña. Antes del terremoto, lo hacía en el mercado de la ciudad, centro económico de la región del Istmo de Tehuantepec y uno de los edificos más importantes para Juchitán y para sus mujeres.
Debido a los severos daños estructurales sufridos, el edificio será demolido, un duro golpe para las mujeres juchitecas. Sin embargo, el revés no las desanima y pese a la destrucción que ahora las rodea, se disponen a trabajar para levantar de nuevo su ciudad. "Aunque mi casa se abrió y tuvo grietas, no estoy esperando que me vengan a regalar una despensa (víveres), tengo que trabajar y ganarme mi dinero", asegura Esteva.
Así, a través de una cultura indígena que resalta el papel de la mujer en la sociedad, se fortalece una ciudad gravemente dañada por la fuerza de la naturaleza que sacudió el sur y parte del centro de México.
Esteva enseña a su hija a hablar el zapoteco y a vender tamales igual que su mamá le enseñó a ella a los nueve años. La situación se repite una y otra vez en Juchitán, donde pese a los derrumbes y colapsos, las mujeres -las "matriarcas poderosas", como las llaman- no se dejan vencer.