Tokio 2020: los Juegos Olímpicos en una burbuja

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Tokio 2020: los Juegos Olímpicos en una burbuja

Que las estampas que nos ha regalado Tokio y sus Juegos de la Pandemia, nos sirvan de inspiración para que todos nos impongamos cada día, como lo planteó el barón de Coubertin el desafío de lograr, juntos, ser más rápidos, más altos, más fuertes

Desde que el barón Pierre de Coubertin logró la hazaña de reinstaurar los Juegos Olímpicos en 1896, la justa global del verano de cada cuatro años constituye uno de los símbolos de grandeza del espíritu humano y una fuente de esperanza en el futuro luminoso de nuestra especie.

Los celebrados este año en la capital de Japón y que ayer llegaron a su fin, quedarán grabados en la historia como una muestra de la capacidad que tenemos para sobreponernos a la adversidad y convertir a la competición en buena lid en el centro temporal de nuestras vidas.

Los atletas y sus entrenadores encerrados en una burbuja, los escenarios de competencia ayunos de público, el cubrebocas omnipresente y la práctica de reglas sanitarias estrictas han quedado inmortalizadas como las estampas de unos Juegos atípicos.

Antes de Tokio, la humanidad había atestiguado tres episodios que deshonraron la memoria de los Juegos Olímpicos de la antigüedad, pues a diferencia de los griegos, que suspendían la guerra para realizarlos, la humanidad “moderna” decidió suspender los Juegos en 1916, 1940 y 1944 para continuar la guerra.

Esta vez fue un virus el que obligó a suspender la justa pactada para el verano del año pasado y amenazó, con su tercera ola implacable, boicotear nuevamente el encuentro de los mejores de nuestra especie. Pero se enfrentó el desafío y se logró, durante 16 días, celebrar los eventos de las 46 disciplinas deportivas en las cuales se midieron más de 11 mil atletas.

De la japonesa Nishiya Momiji, quien se convirtió a sus 13 años en la atleta más joven en ganar una medalla áurea, al australiano Andrew Hoy, quien a sus 62 años conquistó dos medallas en las competencias ecuestres de Tokio, pasando por el marchista español Chuso García Bragado y sus ocho competiciones olímpicas consecutivas, o la china Quan Hongchan, quien alcanzó la perfección a los 14 años desde la plataforma de 10 metros, los Juegos de Tokio han cumplido con dejarnos la dosis de inspiración necesaria.

Poca duda cabe que los Olímpicos seguirán siendo, pese a cualquier obstáculo, el crisol en el que seguirán fundiéndose los mejores componentes de eso que nos hace humanos y nos aparta, para bien, del resto de las especies animales. La hazaña de Tokio es un ejemplo rutilante de esta afirmación.

La próxima cita es en la Ciudad Luz, París, que ya se prepara para ser el escenario del encuentro más relevante de las mujeres y los hombres de buena voluntad que, desde todos los rincones del planeta, llegan a una justa en la cual se compite por la gloria del podio, pero en la que prevalece, por encima de todo, el desafío de elevarse por encima de uno mismo.

Que las estampas que nos ha regalado Tokio y sus Juegos de la Pandemia, nos sirvan de inspiración para que todos nos impongamos cada día, como lo planteó el barón de Coubertin al inaugurar los primeros juegos de la era moderna, el desafío de lograr, juntos, ser más rápidos, más altos, más fuertes.