Todos tenemos malos vecinos... ¿Usted es uno bueno?

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Todos tenemos malos vecinos... ¿Usted es uno bueno?

Foto: Tomada de Internet
Sin duda que el ser buenos vecinos es una responsabilidad compartida, pero no olvidemos cómo se siente ser alguien recién llegado, querer encajar, y preguntarnos si seremos aceptados

Nota de editor: "Palabras habladas" es compartida por Lloyd Newell cada domingo durante la emisión semanal del coro del Tabernáculo Mormón.

“Los buenos cercos, hacen buenos vecinos”, dice el arisco vecino en el poema de Robert Frost, “Reparar el cerco”. Los límites, las categorías, y las clases parecen ser una parte inevitable del mundo actual. Levantamos cercos para proteger o aislar cosas —a menudo con diversos resultados. Los cercos, tanto figurados como literales, pueden salvaguardar o pueden obstruir.

Entonces, ¿cómo forjamos buenos vecinos? En las relaciones geopolíticas, ese puede ser un tema complicado, pero al referirnos a la gente y a vecindarios, tal vez sea un poco más sencillo.

Se ha oído decir que la clase de vecinos que somos revela mucho sobre el tipo de personas que somos. Si somos compasivos, generosos, y dignos de confianza hacia quien vive en la casa de al lado, aun cuando sea diferente, más actuaremos de ese modo con otras personas a quienes recién conozcamos. ¿Somos amigables? ¿Somos bondadosos en nuestras interacciones? ¿Somos tolerantes y respetuosos hacia la propiedad y la reputación de otras personas? ¿Somos la clase de vecinos que quisiéramos tener?

 

Hace algunos años dos familias se mudaron a dos vecindarios distintos en la misma ciudad. Una de ellas fue recibida cordial y amigablemente, mientras que la otra percibió indiferencia y casi nadie se dignó a presentarse. La gente parecía hablar de ellos en vez de con ellos. Habrá quien diga que es el deber de los que llegan a una nueva casa darse a conocer a las personas que ya viven en ese vecindario. Sin duda que el ser buenos vecinos es una responsabilidad compartida, pero no olvidemos cómo se siente ser alguien recién llegado, querer encajar, y preguntarnos si seremos aceptados.

No es fácil mudarse a un vecindario nuevo donde no conocemos a nadie, así como no lo es el extender una mano de amistad a personas a quienes nunca hemos visto antes. Pero ese es el primer paso hacia ser buenos vecinos, y si aún es necesario levantar un muro, quizá podamos poner un portón que permita las interacciones positivas y amigables. Después de todo, en realidad son las buenas personas, y no los buenos cercos, quienes hacen buenos vecinos.