Todo tiempo pasado ya pasó
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Todo tiempo pasado ya pasó
Dice la gente de antes que el clima de Saltillo ya no es ni sombra de lo que fue. Quizá sí; quizá no; quizá quién sabe. La memoria engaña más que el olvido, y nos dibuja cosas ideales que a lo mejor nunca existieron. Hablan nuestros mayores de un clima en Saltillo como el del paraíso terrenal: ni frío ni calor, sino todo lo contrario. Describen una temporada de lluvias más puntuales que la hora del meridiano de Greenwich; lluvias que llegaba tal día y se iban tal otro, o que caían de tal hora —reloj en mano— a la hora tal.
Quién sabe... Quién sabe... Las cosas del clima han sido siempre caprichosas, y los meteorólogos se vuelven locos tratando de acertar en sus predicciones, fallidas casi siempre. Yo veo The Weather Channel, comparo los vaticinios de sus especialistas con la realidad presentada por la Madre Naturaleza, y advierto que la citada mamá gusta de hacer quedar mal a sus hijos con mucha frecuencia.
—Para mañana, cielo despejado y sol brillante.
Y cae un chaparrón.
Sólo resultan acertados los pronósticos para ayer, y esos no tienen mucho mérito.
El colmo de la nostalgia es la del clima. La temperatura no es algo para evocar con sentimientos de saudade. ¿Que antes era mejor el clima de Saltillo? Carajo, yo recuerdo unos fríos polares que nos traían acatarrados siempre, y siempre al punto de la bronconeumonía. Ahora hace más calor, es cierto, pero sin exagerar. No tenemos los calores de Mexicali, Ciudad Obregón o Villahermosa. Ni siquiera llegamos en el termómetro a Torreón, Monterrey, Monclova o Matehuala, rosa de los cálidos vientos que tenemos alrededor. Llueve menos que antes, posiblemente, pero cuando llueve nos alegramos más porque ya nos habíamos olvidado de la lluvia y la recibimos como a novia que viene a visitarnos de repente para ofrecernos sus caricias.
Lo cierto es que en cosas del clima y la temperatura todo tiempo pasado fue aproximadamente igual. Además si cambió el tiempo en Saltillo es porque cambió en todo el mundo por eso de los agujeros en la capa del ozono, hoyos que son contradicción del Kohelet, quien dijo en el Eclesiastés: “No hay nada nuevo bajo el sol”. ¿Y luego los agujeros en la capa de ozono?
Culpemos a esos hoyos del cambio de clima, pero no seamos Jeremías que lloran lo perdido. Cada día de la vida es hermoso, haga calor o frío. Lo de menos es la temperatura; lo de más es saber disfrutar del frío y del calor, con los variados expedientes que hay para recibirlos, y pedir que todos los hombres, hasta los más humildes, tengan amparo ante los rigores de esa Naturaleza que a veces sabe ser tan rigurosa.
De nada sirve hacer evocaciones de un Saltillo con aire acondicionado. Jamás existió esa ciudad. Existió otra igual -en cosas del clima- a todas las ciudades, con días buenos y malos. Quizá sean preferibles estos calores que dan pretexto para beber bebidas muy bebibles que aquellos fríos siberianos, aquellas neblinas compostelanas y aquellos cierzos de Asturias que dejaban sin viejitos a la ciudad y aumentaban considerablemente la tasa de mortalidad infantil.
Por lo demás, lo verdaderamente importante es que haya clima. No me imagino cómo sería la vida sin él. ¿De qué hablaríamos? Y, aunque sea de vez en cuando, que caigan esas lluvias saltilleras que lavan la cara de la ciudad, ponen un arco iris sobre el cielo y hacen que los niños de hoy, igual que los de ayer, salgan, a pesar de la televisión y los modernos juegos electrónicos, a echar barquitos de papel en el agua que va por las cunetas.