Todo sea por la inclusión

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Todo sea por la inclusión

Pero antes de que me malinterprete, sepa que yo no creo en los modelos familiares tradicionales

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NYC, NY.- La escuela privada, Grace Church School, en Manhattan, Nueva York, ha emitido una recomendación oficial a sus estudiantes y personal para evitar el uso de palabras como “papá” o “mamá” y optar en su lugar por los genéricos términos de “tutores” o “adultos”, esto en el ánimo de fomentar un ambiente de inclusión en el que nadie se forme ideas preconcebidas sobre el estilo de vida de cada individuo y todos se sientan parte de la comunidad.

Así mismo, se desaconseja el uso de “niño” o “niña”, para privilegiar en cambio el uso de algún vocablo neutro como “amigos” (friends), para que tampoco se hagan presunciones sobre la identidad sexual de nadie. De igual forma “esposo”/“esposa”, “novio”/“novia” será deseable sustituirlos por “pareja” o “persona especial”, ya que los núcleos familiares pueden ser de lo más diversos y no se debe encasillar a nadie con suposiciones erróneas.

 La nota va en serio: De acuerdo con el sitio web de este plantel, donde se imparten clases desde preescolar hasta secundaria, el lenguaje puede ayudar a la construcción de espacios acogedores e inclusivos, libres de los nocivos prejuicios presentes en las relaciones interpersonales del día a día. O… k…¿?

Y así es, querido lector fluido (y no me refiero al número de palabras que es capaz de leer por minuto), lectora ‘cis’, “lectore” no binario, cómo, de todos los escenarios apocalípticos posibles, el mundo finalmente se fue a la ‘mierde’ en una estúpida cruzada por borrar cualquier rasgo, no digamos ya de identidad, sino de elemental humanidad.

Y si usted es progre al grado de aplaudir las medidas implementadas por este colegio neoyorquino, justifíqueme a qué clase de distopía aspiramos, en la que una de las palabras más hermosas en cualquier idioma, la que más ávidamente estamos dispuestos a pronunciar desde el inicio de nuestra frágil vida y una que -para bien o para mal- nos define de tantas maneras como seres humanos como es la palabra “mamá”, resulta desaconsejada, poco recomendable y debe evitarse como se evita todo lo que es sucio y bochornoso.

Pero antes de que me malinterprete, sepa que yo no creo en los modelos familiares tradicionales. La familia según entiendo, la conforman aquellos con los que compartes el techo, el corazón o ambos cuando es posible. A veces ni siquiera existe un lazo consanguíneo, pero en su lugar hay un flujo de protección y proximidad que complementa a cada una de las partes que la integran. 

O defínala como usted mejor guste, pero es obvio que una familia no depende de los rótulos de papá o mamá. No obstante, encuentro repulsivamente fascista el que a un individuo -particularmente a un niño-, que tiene la fortuna de contar con una madre para recibir mentadas a lo largo de su vida, se le desaconseje llamarla por el nombre más dulce y la palabra que sintetiza todo su universo, nomás porque -no vaya siendo- que al chiquillo de al lado, al que lo están criando entre un tío y su Alexa de Amazon, le vaya a venir mal, lo ponga incómodo, lo haga sentir “ofendide” o le provoque “amsiedad”.

No exagero, esto ya se parece al Franquismo, durante el que nada, ni siquiera la madre, estaba por encima de ideal impuesto para el bien común. Y si antes fue un dictador, hoy es un adoctrinamiento “de buenas intenciones” al que poco a poco le habremos de rendir la obediencia más absoluta, hasta que no quede espacio libre de esta dictadura de la consciencia.

La nota que da pie a este artículo proviene de la ciudad favorita de los desastres fílmicos desde que King Kong hizo pole-dance en el Empire State: New York, por lo que esta tendencia podría ser pronto imitada por el sector ‘whitexican’ de nuestro país (ya sabe cómo son de ‘wannabes’) y en breve los colegios tipo bien y no tan bien, donde reciben sus primeras instrucciones los mirreyes del mañana, comenzarán a exigir en sus protocolos este trato genérico-inclusivo adaptado a nuestro lenguaje e idiosincrasia.

De tal suerte que se recomendará no decir “mi daddy” ni “mi mom”, sino “los boomers que viven en la casa y súper lindos que me pagan todo”. Tampoco estará bien decir “mi novio/a” y se habrá de  sustituir por “honey”, “darling” o “baby”. 

Pero lo más divertido será cuando nos veamos obligados a escoger nuestras palabras para referirnos a un funcionario, representante o aspirante, sin ofender a los correligionarios del aludido.

No podremos mencionar ya por su nombre a los personajes que hacen nuestro acontecer nacional. Por ejemplo, no hemos de mentar a Samuel García para no herir susceptibilidades y mejor diremos: “Influencer que se abrió paso en la vida desde abajo, jugando 18 hoyos de golf con su tutor los domingos”.

Impensable también invocar a Ricardo Anaya, pues eso podría lastimar a sus bienquerientes y se nos animará a decir: “Androide conservador que se codea con la pobreza en una suerte de mini-documentales que a nadie le importan”.

Hablar de ningún priista estará permitido, no solo porque están en extinción sino porque sería imposible hacerlo en términos cordiales. En vez de hacer señalamientos directos, busque alternativas como: “Fabuloso ser político-mitológico que solía ser invencible y con un fuerte apego por las riquezas mal habidas”.

Y finalmente, nunca más se habrá de proferir el nombre de don Andrés Manuel López Obrador porque ya de por sí, pronunciarlo como no sea para lisonjearlo causa mucha desazón en su rebaño. 

Mejor lo sustituiremos por alguno de los muchos apelativos emergentes alternativos: “Guasón de la mañana”, “Su Obcecada Majestad”, “Señor de los otros datos” (ruega por nosotros)... Usted con seguridad tendrá un mejor nombre para “ya sabe quién” y lo usará llegado el momento, todo sea con tal de que “ya sabemos quiénes” no se sientan ‘ofendides’.