Todas las mujeres, todos los hombres

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Todas las mujeres, todos los hombres

Alejandro Medina

Querámoslo o no el mundo está cambiando. Falta acelerar el cambio porque no llegará solo. Son muchos años en que ha habido un machismo declarado u oculto, el cual, aunque lo reconociéramos, no estaba muy claro. El lunes nueve fue un día consagrado al movimiento femenino. Y no es como para desperdiciar palabras sino para intentar comprender el fenómeno. Estamos ante un acontecimiento histórico.

Accidentes viales suceden todos los días y no pasan de ser noticia, pero el “trenazo” de Puente Moreno en el que murieron al menos mil personas en Saltillo no fue uno cualquiera. Lo ensució un poco el presidente Luis Echevarría y lo contaminó el sindicato al dejar caer toda la culpa en el maquinista, don Melchor (en cada vagón caben 90 personas y metieron 300.) Dicen que es el segundo evento más sangriento de la historia mundial del ferrocarril, al que sólo aventaja uno en la India. Por lo que sé, muchas personas de Saltillo se dedicaron días y noches a sacar cadáveres y heridos de los vagones. El alcalde de Saltillo, el profesor Berrueto y el gobernador Eulalio Gutiérrez se pusieron al servicio de los heridos y de las familias de los muertos. De México llegó un baúl de dinero para indemnizar a los parientes de los muertos con que solamente dijeran el nombre de sus deudos y el lugar de destino (la mayoría ejidatarios). Paco Aguirre Fuentes, Francisco Cárdenas y Raúl García Elizondo preguntaban nombre del quejoso, nombre del muerto o herido, hacían un juicio sumario ante la autoridad judicial ahí presente y esa persona pasaba a cobrar el dinero que le entregaba la persona venida del DF. Se confiaba en que había honestidad en la denuncia (se regresó al valor de la palabra.) ¡Una desgraciapasó a la historia!

Este largo periplo no tiene otra razón que la de mostrar que los hechos existen por millares, pero no todos tienen la categoría de “historias”. El movimiento de las mujeres “un día sin nosotras” es histórico en todo lo que el término implica.

Ese lunes sin mujeres tuvimos clases los estudiantes y profesores varones. Un colega de la Facultad de Psicología, el Dr. Joel Zapata, nos dio una plática, pasó una película y nos puso a discutir los conceptos que tenemos metidos en el cerebro y que nos llevan a actuar de tal manera que ni cuenta nos damos de lo que hacemos en nuestras relaciones con las mujeres, aun con aquellas a las que amamos. Unos interesantes ejercicios nos llevaron a cuestionarnos acerca del género, masculinidad-femineidad y demás temas pertinentes.

Mis alumnos me obligaron a poner en juego recuerdos personales. Mi padre era un buen hombre, pero recordé que llegaba del trabajo y se sentaba en la mesa del comedor. Mi mamá corría, preparaba café, le ponía azúcar y se lo acercaba. No creo que mi padre haya entrado nunca a la cocina. Eran los valores de la época, pero era un hombre cariñoso. Ya nosotros avanzamos respecto a esa actitud; la vida nos obligó. Algo nos indicó que somos camaradas de las mujeres y no sus patrones. Hubo un cambio, para empezar, con las tres hermanas y una prima, que no eran nada dejadas... Pero el cambio no era el que hoy se nos demanda.

El tiempo nos condujo a donde quiso: los estudios, los compromisos políticos, las luchas ideológicas, los ejemplos de terceros, las lecturas… todo nos obligó a cambiar. Yo, desde leer a Simone de Beauvoir, a Sor Juana, pasando por “Madame Bovary” (sabiendo que es de papel) y siguiendo con Rosa Parks, santa Teresa, doña Aurelia Cota (cantora mayor yaqui) o Marilyn Monroe (asesinada por el poder), tuve la necesidad de cambiar. Pero nunca es suficiente. Ahora las mujeres me exigen que reconsidere ideas, el pasado mismo e inveteradas costumbres.

El movimiento “un día sin nosotras” me oprime, me hiere, me exige. Soy testigo de un cambio de patrones de conducta que son ancestrales, algunos milenarios (desde la religión, los mitos, la literatura, la propia familia.) Ellas, las mujeres, nos mueven el piso, nos desequilibran, nos obligan a repensarlo todo. Deberé aceptar que ellas tienen una razón que también les viene de siglos. Y suponiendo que yo no quisiera cambiar, el mundo lo hará, conmigo o contra mí.