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Tocar es mover

Marzo del 2016: Hikaru Nakamura se enfrenta a Levon Aronian en el Torneo de Candidatos. La posición es complicada, pero los comentaristas que trasmiten el torneo en vivo predicen unas tablas. A Nakamura, con las piezas negras, le toca jugar. Tiene la mirada clavada en el tablero. Piensa en las combinaciones para forzar el empate con peón de menos. El tiempo apremia. Vacila un poco antes de decidirse. Entonces toca el rey y en ese momento se revela ante sí el error. Cualquier movimiento que haga, lo llevará a la derrota.

El final fue melodramático, pues en ajedrez la regla es estricta: “pieza tocada es pieza movida” y no queda más que hacer. El estadounidense trata de excusarse al decir “compongo”, frase que exime la regla, con el propósito de acomodar las piezas, pero Aronian no se deja engañar y reclama a los árbitros. La intención fue clara y —por supuesto— Nakamura pierde.

Esta es una de las más comunes situaciones en ajedrez. A veces no importa los muchos minutos que se piense en qué jugada hacer, es hasta el momento en que se toca la pieza, que descubres lo que no habías visto antes, como si una descarga eléctrica te recorriera el cuerpo entero y te encuentras arruinándolo todo por ti mismo.

Aquí es donde se materializa el dicho de “haz lo que piensas y piensa lo que haces”. ¿Por qué resulta tan difícil evaluar las consecuencias de nuestros actos antes de hacerlos? ¿Por qué no podemos calcular el error antes de cometerlo? Nakamura no es el primero que comete un resbalón de este tipo (y tampoco será el último), pero la sorpresa ha sido ver en la élite un error digno de jugador de club. ¿Cómo fue que uno de los mejores del mundo cayó en esta situación? La respuesta es: Porque es humano.

La condición infalible del aprendizaje es la prueba y error. Porque las ideas, por más hermosas que puedan parecer, si no se materializan se pierden en la nada. Es como el activismo facebookero. Ese abismo que se extiende entre los que se quejan del sistema corrupto y los que ejercen su participación ciudadana, de los que satanizan a las mujeres que abortan y las jovencitas que no encuentran otra salida. Entre el religioso y el que desea enamorarse de alguien de su mismo sexo.

A veces, no es hasta que materializamos nuestra idea, que nos damos cuenta de lo desubicados que estábamos. Hasta que se está en los zapatos del otro, es que es revelada la complejidad de lo real, contra la simple imaginación de una idea. Tocar es mover. Mover piezas, sentimientos, prejuicios. El camino para aprender es lanzarse a la aventura de intentar y fracasar. Puede ser que ganemos. O que perdamos. Pero la única manera de descubrirlo, será arriesgándonos a jugar. Tocar es mover, esa es la regla.