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‘Titanes del Pacífico: La Insurrección’, desbalance entre hombre y máquina
Calificación: 6.4 de diez.
Tan cerca de “Transformers” y tan lejos de Guillermo del Toro. Si bien “Titanes del Pacífico” (“Pacific Rim”, 2013), dirigida por el mexicano, tenía como principal objetivo ver a monstruos gigantes enfrentarse a robots, había la sensación de algo palpable, real y cercano en el fondo. Hasta el mínimo sentimiento de alguien que jugaba y se divertía, como un niño viendo sus sueños de infancia materializándose con una producción millonaria. “Titanes del Pacífico: La Insurrección” (“Pacific Rim: Uprising”) es más un producto que otra cosa. La meta principal sigue ahí, en forma de espectaculares kaijus y jaegers chocando entre sí mientras una diminuta multitud corre despavorida. No habría que exigir nada más y si lo tenemos claro y mantenemos nuestras expectativas al mínimo, alguna satisfacción encontraremos. Pero con todo y su descomunal destrucción, la cinta se siente falta de vitalidad y personajes entrañables.
Han pasado 10 años desde que terminara la guerra entre monstruos de otras dimensiones que invadían la Tierra y robots creados por hombres, y piloteados por dos mentes humanas sincronizadas entre sí, para defenderla. Jake Pentecost (John Boyega), hijo de Stacker Pentecost (Idris Elba), no tiene ya nada que hacer más que vagar por ahí, irse de parranda y recolectar partes de viejos jaegers para vender en el mercado negro. Pero aunque no tiene interés alguno en entrenarse con los militares, que siguen utilizando robots gigantes, una nueva amenaza lo empujará hacia su talento nato. Aunque no ha habido señales de un kaiju en una década, al parecer la amenaza no vendrá desde algún otro mundo. Junto a una joven y talentosa chatarrera, deberá impedir la amenaza de una nueva catástrofe.
Cuando aparece el primer jaeger de esta secuela, lo primero que me vino a la mente fue la saga cinematográfica de Michael Bay, protagonizada por robots que se transforman en vehículos. Eso, de entrada, ya está muy mal. Hay una niña llamada Amara Namani (Cailee Spaeny), quien vive en soledad entre los restos de un mundo devastado, rescatando de los escombros las piezas que necesita para armar su propio robot. Esa imagen me remitió al personaje interpretado por Mark Wahlberg, que en “Transformers: The Last Knight” (2017) vive entre la chatarra de un mundo devastado (igual por peleas de robots gigantes), donde también encuentra una niña de similares características. Claro, a diferencia de la película de Bay, “Titanes del Pacífico: La Insurrección” al menos nos permite hacer una sinopsis clara y entendible de los hechos, pero las comparaciones no son gratuitas.
Esta segunda entrega ya no es dirigida por Del Toro, sino por Steven S. DeKnight, quien ha trabajado en series como “Smallville”, “Spartacus” y más recientemente el “Daredevil” de Netflix. Esta es su primer película. No quiero decir que falta el toque del director mexicano, recién ganador del Oscar, pero la verdad es que sí. Y no en un sentido profundo, ni dramático, pues la cinta previa no se caracteriza por se el drama más entrañable del mundo. Para poner en acción una maquinaria de apabullantes efectos por computadora, hace falta un buen pretexto. Ese pretexto normalmente es humano, porque es más fácil identificarnos con rostros que con masas de metal que destruyen edificios o monstruos que gruñen. Tengo que comparar ambas cintas, no sólo porque se conecten en su historia, sino porque tienen el mismo objetivo: hacer que la diversión tenga una razón de ser.
Habrá quien piense que la diversión ya se justifica por sí sola en una producción de este tipo. Eso está bien, pero lo cierto es que no hay suficiente en “La Insurrección” para llegar a este punto, pues sus errores incluso la vuelven aburrida. De entrada hay demasiados personajes y casi ninguno es interesante, quizá lo último consecuencia de lo primero. Están algunos de la entrega pasada, como Mako Mori (Rinko Kikuchi) y el Dr. Newton (Charlie Day); luego los jóvenes cadetes encabezados por Amara Namani, de quienes no recuerdo a ningún otro (hay una rubia enojada y un tipo moreno gracioso, es lo que recuerdo); tenemos a los más grandes como el Pentecost Jr. y Nate Lambert (Scott Eastwood), entre quienes hay un interés amoroso que no sirve absolutamente para nada. La historia brinca entre estos tres grupos alternadamente, dedicando breves instantes a cada personaje, todos insuficientes para que nos importen de verdad.
Recuerdo más a los robots que a los humanos que los pilotean. Lo cual está bien y está mal. Está bien porque lo más destacado de la cinta es que entrega buenas dosis de acción, en lo que sí no se parece a “Transformers”. Aquí al menos podemos distinguir, en medio del caos, qué ocurre en las peleas, que son muy entretenidas y suceden casi siempre a la luz del día, con bastante detalle. O al menos suficiente para despertarnos de nuestro letargo, al que nos someten cada vez que un humano abre la boca, ya sea para hacer una elaborada explicación o para hablar de un pasado que a nadie le interesa. Equilibrar la parte de acción con la humana es el reto supremo de este tipo de películas y no es sencillo.
En pocas palabras: esta es una mala secuela, que no logra el objetivo de la anterior con el mismo éxito. Se suele decir que una buena segunda parte entrega es más de lo mismo pero mejorado, estira las posibilidades de lo que hizo su predecesora y las expande. Nada de eso hay aquí. Nos falta una base fuerte de donde sostenernos y no basta con que la acción sea todo, porque entonces nos acercamos demasiado a las películas que ya mencioné antes, que son el mejor ejemplo de cómo hacer una cinta de este tipo de la peor manera.
El dato
Director: Steven S. DeKnight.
Elenco: John Boyega, Scott Eastwood, Jing Tian, Cailee Spaeny, Rinko Kikuchi, Burn Gorman, Charlie Day, Zhang Jin.
Género: Acción.
Clasificación: B
Duración: 111 minutos