Timo

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Timo

La música en vivo es un privilegio que hoy damos por sentado. Mucha gente sin embargo, sobre todo en sus veintes y treintas, parece desconocer que hasta hace un par de décadas era sumamente difícil montar una propuesta musical. 

Celebro que hoy en día existan en la ciudad tantas agrupaciones de muy alto nivel en distintos géneros: Blues, country, norteño; rock por supuesto, en todas sus variantes, desde el trash metal hata el rockabilly; soul, funk, ska, bandas de tributo y hasta algunas fusiones novedosas como Celtillo Folk.

Algunos tienen preparación académica y otros son autodidactas, muchos son excelentes y la mayoría jovencísimos. Vivimos realmente tiempos venturosos para las artes interpretativas y en concreto para la música -claro, hasta antes de la maldita pandemia-.

No obstante, repito, no siempre fue así. En la prehistoria digital, resultaba muy complicado tener acceso a partituras, tablaturas o cualquier apoyo que nos permitiera “sacar” una canción, lo que regularmente se hacía de oído, no siempre con los mejores resultados. Hoy es mucho más sencillo acceder a transcripciones exactas, tutoriales, guías, cursos en línea, lo que sea que requiera la propuesta que tenemos en mente.

Y no estoy diciendo que ya se pueda por ello prescindir de la práctica y los ensayos, por supuesto que no. Sólo digo que antes era mucho más penoso el proceso de reunir todo lo necesario antes de comenzar a sonar. De allí mi afirmación inicial: Antes la música en vivo era un raro privilegio. Se limitaba a las orquestas versátiles de boda, al fara fara de cantinas y a los músicos de burdel.

Creo, sin mucho temor a equivocarme, que el responsable de que esto cambiase en nuestra ciudad, para bien y para siempre, fue Sergio Quintana, Timo.

Músicos y cantautores saltillenses antes y después que él, los hubo y los habrá. No me malinterprete. Lo que trato de decir es que Timo redefinió nuestra pueblerina relación con la música en vivo.

Tendría él alrededor de 20 años cuando presentó su espectáculo de Beatles por primera vez en el Teatro de la Ciudad, repleto, acompañado de su banda Mar Adentro y adquirió desde entonces estatus de celebridad. Su breve nombre artístico ya significaba algo especial y entrañable para los saltillenses.

Creo que yo jamás antes había escuchado interpretaciones en vivo del repertorio del Cuarteto de Liverpool, no con ese cuidado en los detalles, los arreglos y las armonizaciones vocales. 

Timo lo hizo parecer, no fácil, sino posible, el ofrecer un espectáculo de gran calidad y nivel en esta siempre rezagada capital.

Su acervo musical sin embargo era mucho más vasto, surcaba todas las décadas gloriosas del rock, pero no se limitaba a la invasión británica, ni siquiera se circunscribía al rock. Timo había asimilado prácticamente todas las formas de música popular, nacional e internacional, en un repertorio de cuyo volumen jamás podremos estar ya seguros. La balada era otro de sus fuertes y es que nadie podía permanecer indiferente ante su manera de imprimirle sentimiento a una pieza romántica.

Placer y trabajo, todo lo anterior. La verdadera pasión de Timo sin embargo yacía irremisiblemente en el jazz contemporáneo y es aquí donde los amenizadores se retiran para dar paso a los verdaderos artistas.

A diferencia de otros géneros, el jazz no significa trabajar con una colección de canciones hasta tocarlas impecablemente, sino el dominio total de las escalas, los modos, los diferentes compases y toda la teoría musical implícita en esto, para ponerla en función de una idea base cada vez que una pieza determinada se ejecuta.

Son cosas tan complejas que uno como escucha, rara vez se aventura en estos dominios y como músico, ¡olvídelo! Nada como la zona confortable y el compás de 4/4. Timo sin embargo, también triunfó en este intrincadísimo ámbito de la música y las artes que es el jazz.

Siendo yo reportero, me lo encontré una vez en la Escuela Superior de Música, atendiendo con toda la modestia de un oyente a la charla magistral del pianista y reconocido compositor de jazz mexicano, Eugenio Toussaint. Al poco tiempo la amistad entre estos dos genios germinó y rindió frutos, como aquella excelsa colaboración entre ambos y la Orquesta Filarmónica saltillense, en 2013.

Las mejores anécdotas de Timo tienen que ver con lo disciplinado, riguroso y perfeccionista que era durante los ensayos previos a un espectáculo. Hacia repasar a sus colaboradores casi hasta la locura y se valía hasta de cintas VHS para desentrañar cómo es que debía tocarse cierto pasaje.

Los testimonios de sus colaboradores y pupilos conmueven, pero cuando dejan de hablar del músico para referirse al amigo, nos percatamos de que más que un artista, Timo fue un ser humano completo y eso -por más que suene a obviedad- es una cualidad más bien rara.

La última vez que coincidimos en una fiesta, me dio un abrazo tan efusivo y honesto que se habría pensado que éramos los mejores amigos en el mundo, y debo reconocer que tal no fue mi privilegio. Pero si era él capaz de transmitir todo eso en un saludo, resulta comprensible que en una canción se entregase en cuerpo y alma.

Era como ver a Elvis escalando las notas más altas y uno podría jurar que lo vio perder un kilo sobre el escenario, gota a gota, a golpes de teclado. La mezcla de asombro, admiración y conmoción que provocaba con cada una de sus interpretaciones, revivía todas esas heridas que uno va acumulando por la vida y que es bueno que nos recuerden de vez en cuando que allí están.

De quién podríamos hablar hoy sino de quien le dio un gozo inconmensurable a esta ciudad que, homenajes más, homenajes menos, siempre estará en deuda contigo, Timo.

Gracias, Timo, por demoler nuestro absurdo paradigma de que la música era un lujo y enseñarnos a apreciarla como lo que es, un elemento esencial donde quiera que se celebre la vida.