Tiempos difíciles

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Tiempos difíciles

Los efectos del recorte presupuestal anunciado por la Secretaría de Hacienda pueden resultar contradictorios para muchas personas. Para todos aquellos que no somos expertos en economía, y que tenemos que orientarnos con los comentarios de los analistas especializados que a través de los medios de comunicación nos hacen llegar sus luces para guiarnos en una encrucijada de datos y supuestos. 

El hecho de bajar los techos dispuestos para el gasto gubernamental en el año en curso tiene más repercusiones que una carambola de mil bandas. Los “mercados” esa figura incomprensible, pero mandamás del universo “reaccionaron” rápidamente con la aprobación global al apretón de cinturón que nos recetó el doctor Videgaray y su equipo. 

A este hecho se añadió el alza en las tasas de interés que decidió el Banco de México, así como el nuevo manejo de las reservas de divisas para contener la depreciación del peso. Estas medidas hicieron que en una semana el peso mexicano fuera una de las monedas en el mundo con mejor desempeño. Es decir con menor pérdida de valor.   
Pero más allá de ello, parece ser que ahora si estamos entrando a una economía despetrolizada porque cada día, y al parecer así será en el futuro tendremos un porcentaje menor de ingresos provenientes de nuestra factura petrolera, que hace un poco más de veinte años llegaron a alcanzar casi el ochenta por ciento de lo que recaudábamos en total como nación.

Aquí el asunto es que muy posiblemente van a pasar unos diez años, según algunos expertos, en que el precio internacional del petróleo vuelva a ubicarse en los 100 dólares. Mucho tiempo sin duda. 

Mientras tanto el país, a través del Gobierno Federal tiene que ir construyendo un nuevo modelo de operación presupuestal, vía mayor eficiencia en la recaudación, logrando disminuir la escandalosa evasión de impuestos que se sigue registrando lo mismo en los grandes consorcios, que en aquellas personas que por su precariedad de ingreso se tienen que refugiar en el autoempleo en los terrenos de la informalidad.  

El verdadero problema va a estar en el gasto. Pero en este caso no solamente en el gasto familiar, sino más bien en el gasto gubernamental, donde cada vez habrá menos disponibilidad para la inversión pública, y para los proyectos estratégicos de largo plazo.

Por tanto todos los rubros, como infraestructura, educación, salud y seguridad, por mencionar los más importantes, y urgentes de nuestra agenda de necesidades se verán muy restringidos en capacidad de crecimiento. 

Por un lado, la situación de la baja de los ingresos sumamente apremiante, y por otra, la urgencia de dotar al país de mayores elementos que propicien la competitividad es también una carrera contra el tiempo.

La reducción del gasto público traerá recortes de personal que no se habían visto, quizá desde tiempos de Miguel de la Madrid, en lo que se llamó el inicio del neoliberalismo. El orden y racionalidad en las finanzas públicas por encima de cualquier consideración política. Platicadito se escucha muy suave, pero en los hechos significará la pérdida de empleos para todos los sectores de la burocracia. 

Afortunadamente llegamos a estos escenarios con una inflación muy baja, aunque ya con signos de despertar en las quincenas recientes, no obstante lo cual sus niveles permiten buen margen de maniobra. Y sobre todo no afectan de manera tan directa y notoria – por lo menos todavía –  la economía de las clases populares. 

Una cosa esta muy clara: el Gobierno de Enrique Peña Nieto hará todo lo que sea necesario por conservar la estabilidad de nuestra economía, aunque para ello, y vayámonos preparando, tengamos un aparato gubernamental mucho más austero, y con mucho menor capacidad de inversión. Como dicen en Ciudad Acuña, ojalá que pase rápido la tormenta.