Testimonio

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El lenguaje te delata y las contradicciones te matan. Con esta premisa quiero empezar la condena al evento del 12 de febrero en Palacio Nacional.

Esta fue una cena de tamales de chivo, es decir engañosa. Quizá muchos de los invitados ni siquiera les quitaron las hojas. La cena fue la excusa. El propósito verdadero que quedó en las otras hojas en las que el Presidente de México pedía dinero a los invitados, violando toda clase de normas éticas, morales y legales nacionales y extranjeras.

Debe causar escozor al resto de los mexicanos, que los invitados no vieran o no mostraran su más enérgica oposición y rechazo, que inclusive debió ser unánime y en forma airada, a la inusual y desvergonzada pretensión presidencial. Para cuando llegaron ya estaban desarmados y amansados, o hechos a la idea.

Digo que el lenguaje te delata porque la secuela de ideas que pasaron por la cabeza del Presidente para resolver el problema de cómo deshacerse del avión presidencial fueron evolucionando, desde la venta o el remate hasta la rifa. La desventurada idea inicial terminó en otra rifa que nada tenía que ver con el avión. Los invitaron a poner dinero para una rifa también de dinero.

Esto último, un acto mercantilmente ilegal e inclusive delictivo. Más suponiendo que no lo fuera, de una inmoralidad aberrante. No es función del Presidente organizar rifas, como tampoco es legal para empresas mercantiles realizar actos que no abonen a la búsqueda de ganancias por la realización de su objeto social.

El lenguaje delata al Presidente porque en casi todo lo que dice queda clara su ignorancia de los temas de fondo, su desprecio por la ley, su afán de describirse como el gran transformador cuando a todas luces su entendimiento de cómo funciona el mundo es totalmente defectuoso.

Resulta asombroso —por paradójico e inexplicable— que personas con mucha más cultura que el autor de la idea y organizador del evento decidieran hacer caso y hacerse cómplices de lo que es un verdadero disparate. Tengo que señalar como portadores del cencerro virtual a dos hombres de negocios que sonrientes presidían la mesa principal: Carlos Slim y Carlos Salazar.

Son ellos quienes sin rubor alguno, han actuado como facilitadores del oprobioso espectáculo de un “tit for tat” inexplicable. El pecado no se puede explicar fácilmente; y el delito es tan grave que no está tipificado en la ley. A nadie se le puede ocurrir preparar la ley para castigar un acto nunca visto. No es una extorsión porque la amenaza no sale de boca del Presidente sino de la propia imaginación y cobardía de los presentes.

Estamos dando fe colectiva de un hecho insólito, pero a la vez tremendamente grave. Si los empresarios más importantes del País en materia industrial, comercial, bancaria y de telecomunicaciones tienen este grado de ceguera o de desparpajo moral, entonces México está mucho más mal de lo que suponíamos hasta hace tres días.

Siempre me he quejado que México no tiene un buen cerebro gobernando, pero ahora puedo decir que tampoco columna vertebral, ni corazón, ni agallas. Estamos anulados por el mal ejemplo de los más poderosos. Ahora me explico porque nuestro sistema político subsidia partidos y tolera tanta corrupción. La corrupción es el sistema.

Este evento ignominioso para el pueblo de México, impide reconocer a Andrés como el gran transformador que dice ser basado solo en sus ocurrencias. En cambio, permite ponerle la medalla como el gran corruptor, inclusive tildarlo de gran estafador, porque los pesos de los empresarios se van a convertir en centavitos o en boletos una lotería simulada y a todas luces fraudulenta.

El testimonio colectivo, innegable, de un hecho vergonzoso nos permite asomarnos a los entretelones del poder. Carlos Salazar cree que le debemos estar agradecidos por lo “transparente” de la sinvergüenzada. En la realidad, nos sirve descubrir nuestra imagen en el espejo de nuestra acumulada impotencia, pero esto como un efecto secundario inesperado,  e igualmente preocupante.

javierlivas@mac.com