Usted está aquí

Terlenka

Me han preguntado varias veces por qué soy aficionado a la Juve. No tengo el deber de responder y apenas si murmuro: “Porque en ese equipo vi jugar a Andrea Pirlo”. Y se acabó. Si estoy de buen humor, me extiendo: “Pirlo ponía un sillón en media cancha, se sentaba en él y desde allí dirigía el partido. Él no corría por el balón, sino que la pelota llegaba a sus pies. Siempre estaba en el lugar adecuado”. Si me preguntan por qué he escrito cierta novela, me pongo a inventar razones. No tengo mayor idea de lo que respondo, pero sé que en el momento de la pregunta sólo puedo responder de esa manera. Debería decir: “prefiero no responder”, pero no poseo la valentía ni la descortesía necesaria para escaparme a través de esta frase. Y liberarme. El escritor Luis Muñoz me dijo hace un par de semanas: “No hay filósofo o profesor de filosofía que soporte tres porqués seguidos”. Cualquier persona tropieza cuando le plantan tres porqués seguidos. Se resbala o se queda muda. Lo creo, pero yo puedo soportar todos los porqués lanzados a mi persona puesto que difícilmente me intimido. Sé que la respuesta, en mi caso, será un acto sin importancia colectiva ni, lo confieso, individual. Sé que en la pregunta va ya contenida la esencia de lo que se desea saber. Yo cumplo con vivir sin molestar a nadie y si hubiera justicia en nuestro planeta se me debería recompensar por no lanzar niños al mundo. “Señor Fadanelli aquí le van algunos pesos por las molestias que le dan mis pequeñas y adorables sabandijas. Siento mucho haber parido y traído al mundo más problemas para usted”. Claro que tal conducta parece un sueño sin aparente fundamento, y sin embargo, el argumento se mueve, creo. La única pregunta cuya respuesta jamás podría siquiera balbucear es: “¿Por qué quiere usted ser presidente?” No sabría qué contestar puesto que pese a conservar algunas ideas sobre el bienestar común, la justicia y conocer estas tierras tanto como el prisionero a perpetuidad conoce a su celador, no habría ninguna respuesta inteligente ante dicho entuerto. Acaso: “Porque no reconozco mi insignificancia” “Porque nada haría más feliz a mi sobrina Paquita”. Y así. Si me preguntan por qué estoy leyendo a David Foster Wallace, no digo: “por snob (sin nobleza)”, pero les recito un par de sus frases: “En todo caso, creo que aquel año todo el mundo empezó a ver que yo tenía algún problemilla, yo incluido”. ¡Yo incluido! O también: “La enfermedad eres tú mismo. Es lo que te define, sobre todo al cabo de un tiempo” Y ya. ¿A mí qué me importa Foster Wallace? Si me preguntan “¿por qué te gusta tal música?”, me muestro indispuesto de inmediato. Y contesto: “A mí la música me tiene sin cuidado, no merece mi atención y es la única de las artes en que nadie obtendrá una explicación de mi parte.

“Sonic Youth, Kaka de Luxe, Belle and Sebastian, Throbbing Gristle, Chopin o la flauta de Jean Pierre Rampal; adelante, que todo suene y que nadie se emocione, malditos tamales de carne cursilenta. ¿Acaso nunca han estado dentro del vientre de una mujer?” “¿Por qué te gustan los vinos riojanos?” “Pues porque me emborrachan”. “¿Y la paella valenciana?” “Porque me emborracha”. “¿Y el mole amarillo?” “Porque me emborracha”. Y llega otro entrometido y me pregunta: “¿por qué te gustan tanto las mujeres?” Ante tal cuestionamiento es posible que quizá tenga yo una sola respuesta: “Porque ellas me necesitan”. ¿Qué más añadir a una obviedad? “¿Por qué no te has suicidado?, suelta un oportunista. No sé qué responder exactamente, pero mi vergüenza y arrepentimiento es notorio: “Creo que todavía puedo llegar más abajo”. O: “Y por qué no me matas, si tanto te preocupa?” “¿Por qué tienes esa clase de amigas?” “Para ir metiendo poco a poco los pies a la alberca del infierno.” ¿Ven ustedes que sin ser un filósofo ni un oráculo logro responder a tres porqués continuos? “¿Por qué el sol está formado en su mayor parte de hidrógeno y helio?” “Eso no es una pregunta, es una respuesta”. “¿Por qué la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo?” “Nadie lo sabe”. “¿Por qué está el País tan jodido?” “¿Cuál País?”

“¿Por qué hay tantos malos escritores haciéndose los importantes?” Esa pregunta sí que es sencilla de responder: “Es que a veces se inflama el colon”.