Tuvo la 'mala suerte' de ser mujer y querer ser minera; en el Día del Minero te presentamos a Teresa
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Tuvo la 'mala suerte' de ser mujer y querer ser minera; en el Día del Minero te presentamos a Teresa
Las mujeres son sinónimo de mala suerte en las minas, se decía que traían tragedia y ahuyentaban la riqueza. Teresa “La Minera”, tuvo mala suerte de nacer mujer en un lugar donde entrar a los pozos es la única llave para comer.
En una de las casas construidas por los años 60 en el ejido Minerías, forjó su hogar. Las cicatrices en sus manos guardan hazañas y ampollas por cargar bultos de carbón más pesados que su cuerpo de metro y medio de estatura.
En 2008, “La Minera” se ligó a 1 de los 4 combustibles de la tierra, un engendrador de fuego. Los primeros en oponerse fueron sus hermanos, mineros como todo hombre de la Región Carbonífera, al norte de Coahuila.
“¿Para qué vas?, ahí es para los hombres, no vas aguantar”, le dijeron. Pero ella insistió.
Después de separarse de su pareja, se cegó por el futuro para su hijo, uno que pintara lejos de las entrañas de la tierra.
El día en que un amigo llevó a Santa Teresa Hernández Hernández, su verdadero nombre, –parecido al de Santa Bárbara, patrona de las Minas– se topó con cinco compañeras más, todas trabajando afuera, lejos de la bocamina.
Durante ocho años, fue la única que aguantó, libró accidentes y ganó su pase al fondo de la mina. Ahí donde dicen que los celos corrompen a la madre tierra y si una mujer entra, castiga a los que trabajan dentro de ella.
El trabajo en las minas se reparte por turnos, Teresa estaba en el primero. Al principio se astilló los dedos y se puso neja por limpiar pedazos de carbón, fue “huesera”, de los que se encargan de quitar lo que no sirve.
Un minero pasa del día a la noche en segundos, cuando el carro que extrae el carbón baja a los trabajadores dentro. El día en que “La Minera” bajó por primera vez a la mina, se pasmó en el camino. “Se me venía mi hijo, lo único en que pensaba era en mi hijo, si ya no volvería a verlo. Pedí a Dios que me lo cuidara, que me cuidara”.
Desde el primer día en que debió salir de su casa para irse a trabajar, dejó encerrado a su hijo en el tejabán. Las cuatro paredes de madera le dieron más confianza que llevarlo a otro lugar, aunque eso implicara oírlo llorar mientras se alejaba.
En su camino, a la única entrada de la bocamina, cuando todo se volvió oscuridad, Teresa quedó expuesta a las condiciones de inseguridad con que se sigue trabajando allá dentro, a sabiendas de que los mineros mientras más excavan, más tientan al gas metano, más inhalan carbón y más deterioran su cuerpo.
A “La Minera” no le tembló la mano por cargar troncos, fue asignada al equipo de los que se abren camino hacia el corazón de la tierra. El grupo más expuesto a respirar veneno y que de poco carga bultos para avanzar. Ahí estaba ella, en el fondo, echando carbón y piedras al hombro, dando vueltas extras para ganarse los mil 200 pesos por semana.
Compañeros le echaban la mano, la convirtieron en uno más. La única diferencia entre la nueva y los demás, fueron los pantalones ajustados y un dije plateado atado al cuello, siempre brillando.
Santa Teresa se las arregló para trabajar en el turno de primera. Con el futuro de su hijo siempre en la mente, consiguió meterlo a la escuela. A veces neja y sin cambiarse, corría como podía para ir por él, dedicarle todas sus tardes.
Una pausa. La fuerza de Teresa desaparece, se aprieta la pierna con la mano, echa para atrás su cuerpo recargado en la cama de su casa. La música norteña suena más fuerte mientras ella toma aire por la boca para decir con su tono golpeado: “No quiero que vayas por mí a la escuela, los niños me dicen que eres hombre”, reprocha su pequeño.
La sonrisa plateada se borró el día que su hijo le dijo eso. Violencia verbal, psicológica, quizá, pero ella calló, como callan millones de mujeres en casos registrados en el trabajo o en el hogar.
A Teresa “La Minera” le tocó escuchar de todo. Vecinas del ejido la señalaban, echándole montón, que si se acostaba con todos los de la mina o que si entre todos la mantenían, que si ahí viene la machorra o que allá va la dejada. Violencia entre las mismas. Murmullos, señalamientos.
A su hijo, la lección le llegó con una maestra. Ella se encargó de abrirle los ojos, de hacerlo valorar que ni la estatura ni las creencias frenaron a quien le dio la vida.
En Minerías las voces se callaron. Santa Teresa Hernández todo el ejido la conoce. Cargar el doble de su peso, agachada en la mina y echarse un cigarro a la salida la volvió consentida de los más respetados del pueblo.
El día de hoy, Teresa “conmemorará” su día con una jornada de trabajo de 12 horas, alejada de la mina, sentada en una maquila. La maldición de una mujer dentro de la tierra se cumplió para el pozo al que se metía, una mala excavación lo llenó de agua; lo clausuraron.
Teresa, ahora “la exminera”, pasó a ganar menos por semana y trabajar más, esperando el día que le den una nueva oportunidad, con un hijo que sueña con ser minero y seguir los pasos de su mamá.