Tempo: La urbe del paisaje

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Tempo: La urbe del paisaje

La vida de la ciudad nos lleva a olvidarnos de la fauna y flora del espacio, sustituyéndolas por la urbanización y la constante actividad que como habitantes realizamos diariamente. En medio de la rutina y eventos extraordinarios, el traslado y la ocupación permanente de un espacio, ejercen un efecto inconsciente de desinterés por lo que hay fuera del entorno personal. 

Existe la posibilidad de crear una conexión con el ecosistema, reconociendo su contexto natural y haciendo conciencia de lo que sucede en un ambiente más amplio del que creíamos conocer, donde la reacción de un habitante en la naturaleza se libera dejando a un lado las condiciones y restricciones de la urbe. 

El artista Británico, Richard Long (1945), es uno de los precursores del Land Art o Arte de la Tierra. Su obra “A Line made by walking” (Una línea trazada al caminar), es precisamente una línea “hollada sobre la hierba de un prado”. Su obra consiste en intervenir el espacio a partir del andar. El teórico de arte Francesco Careri, considera que el artista se apropia del paisaje natural de una “forma artística autónoma”,  donde la experiencia estética es la apropiación del espacio natural, mediante la forma creada de la acción de un trabajo escultórico. 

La artista francesa Carmen Bouyer (1987), desarrolló el proyecto “Cuentos de una clase de paisaje” con el objetivo de restaurar el ecosistema a partir de la exploración de diferentes lugares naturales, que de cierta manera están aislados de la ciudad de Nueva York. Los participantes se aventuraron a descubrir la experiencia colectiva de caminar en ciertas reservas naturales de Brooklyn, The Bronx, Queens y Staten Island, puntos de encuentro localizados más allá de la última parada de la línea del tren correspondiente. 

Uno de los viajes más interesantes fue a Pelham Bay Park, del Bronx. Esta reserva natural es tres veces más grande que el Central Park de Manhattan y destaca no sólo por ser el parque más grande de la ciudad, sino por sus pastizales que contrastan con árboles bañados en colores dorados, tostados y rojizos. 

La frontera del parque es la composición del mar y la superficie arenosa cubierta de rocas y conchas, que cuestiona  la sensación de desolación y vulnerabilidad.  

Al situarse en el estacionamiento de esta reserva natural, se pueden observar los rascacielos de Manhattan y percibir el concreto, el acero y las rocas que cimientan el paisaje más impresionante creado por el hombre. Girando a la derecha, se ve el bosque cubierto por las hojas de otoño, pastizales y rocas brillantes, y si continúas girando, tu mirada descubrirá la belleza del mar que comparte el cielo con salvajes gaviotas citadinas que no temen a la presencia de los visitantes. 

El ecosistema natural de Pelham Bay Park, despierta el sentido de pertenencia a un lugar extremo que propicia la imaginación y el deseo de aventurarse a una experiencia estética.