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Tecnoespecie
Al principio de los tiempos, los humanos vagaban de un lado a otro en busca de alimento y refugio. El hombre moría de hambre, atacado por bestias o por los efectos de los elementos y enfermedades tan simples como una infección estomacal. Pasaron milenios hasta que en lo que podemos llamar como la era moderna, nuestras vidas empezaron a cambiar y luego, en solo un siglo, la humanidad alcanzó avances notables: vacunas, sistemas de transporte, electricidad, telefonía, internet y computadoras que permiten que los seres humanos vivamos en una situación más cómoda y que son muestra de lo que somos capaces como especie. Hoy el promedio de vida alcanza los 80 años y sin el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y ahora el COVID-19, estaríamos viviendo aún más. Pero la pregunta es: ¿Somos felices? ¿Somos mejores como raza humana? ¿Es el mundo un sitio mejor gracias a la ciencia y tecnología? ¿Vivimos en un planeta más equitativo, con menos pobreza y violencia? ¿Nuestras relaciones personales y familiares han mejorado? ¿Somos más felices que nuestros antepasados?
En mi opinión, no somos tan felices pues generaciones anteriores vivieron en un mundo más libre de tensión, poco contaminado y con menor violencia. Hoy, la ciencia y la tecnología han encontrado la cura para muchas enfermedades, pero hay más enfermos que nunca. Inventamos los sistemas de transporte y la electricidad, pero el mundo está contaminado por sus emisiones. Logramos filtrar el agua, pero le damos tan mal uso que muy pronto no habrá más agua que filtrar.
Antes de la pandemia, intentábamos encontrar un sentido a la vida con trabajos, vacaciones y una vida social frenética. Pasamos de la tienda de la esquina a los grandes centros comerciales, de tener un solo teléfono en casa cuando no existía la comunicación inalámbrica y no pasaba nada, a la telefonía celular y las redes sociales, al internet y a los sistemas de televisión satelital con cientos de canales. Hoy estamos más comunicados con el mundo, excepto entre nosotros mismos y eso nos hace sentir más vacíos, solos y alejados de todos.
Hasta hace solo pocos años conocíamos al vecino, visitábamos a nuestra familia, teníamos televisión con solo dos canales y los estrenos del cine llegaban con meses de retraso a las salas locales. La información la conocíamos hasta un día después por el periódico, o en el noticiero nocturno de televisión que iniciaba su programación a la una de la tarde.
Es posible que si usted lee este artículo lo haga desde su teléfono inteligente, gran logro de la tecnología, pero también es posible que, frente a usted, esté su hijo intentando ser escuchado. Y es que absortos en los dispositivos tecnológicos, abrazamos un proceso de socialización con la Siri, Alexa y Cortana, prodigios de la tecnología, pero no seres humanos. Gracias a Facebook, Instagram y Twitter sabemos mucho más de la vida de personas que no conocemos, a lo que sucede en nuestra propia casa. Con la tecnología el hombre alcanzó conquistar la Luna, pero no disponemos de tiempo para visitar a nuestros padres.
A estos fenómenos responden los científicos diciendo que el propósito de la ciencia y la tecnología no es “dar felicidad”, afirmando que el conocimiento no puede hacer que una persona triste esté feliz y que la propia búsqueda del conocimiento es en sí mismo un motivo de satisfacción, no de felicidad.
Algunos expertos creen que la creciente brecha entre ricos y pobres es un subproducto de la creciente globalización y el desarrollo tecnológico. De forma equivocada, hemos utilizado el conocimiento, lo mejor que tenemos y lo que lo forja que es la ciencia y la tecnología, para crear una fórmula segura para el desastre y en ese sentido lo estamos haciendo muy bien. La ciencia, que debió ser la palanca que nos liberara de la ignorancia y con ello de la pobreza, la terminamos dilapidando en cosas banales. ¿Pero estaría usted dispuesto a vivir sin las comodidades producto de ese desarrollo?
Hemos llegado a un punto, en donde por primera vez en la historia somos responsables de nuestra propia evolución que ya no es biológica, sino tecnológica, algo irreversible y que en muy pocos años nos transformará en una Tecnoespecie, una evolución que ni siquiera Darwin alcanzó a prever.