Tango: cantarlo es muerte, pero bailarlo es vida

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Tango: cantarlo es muerte, pero bailarlo es vida

En Radio Concierto tenemos un lema que se ha hecho famoso. Lo usamos para anunciar el programa “Sabadito lindo”, de música bailable. Dice así el tal eslogan: “Bailar es la mejor cosa que un hombre y una mujer pueden hacer con los zapatos puestos”. Hace unos días la talentosa maestra Esperanza Dávila Sota, excelente editorialista y directora del Cecuvar, lo recordó en uno de sus interesantes artículos.

Pues bien: cuando una pareja baila tango parece que ni él ni ella traen puestos los zapatos, ni otra prenda alguna. Esa danza, voluptuosa y sensual, es una elegante imitación del acto amoroso. Digo “elegante imitación” porque –reconozcámoslo- el acto del amor no es elegante. “La bestia de las dos espaldas” llamaban los ceñudos Padres de la Iglesia al acto erótico. Afortunadamente el mismo acto nos coloca en posición de no poder juzgarlo. A Lord Chesterfield -al fin lord- el rito amoroso le parecía de mal gusto. “El placer es efímero -decía-, la posición ridícula, y el gasto de energía considerable”.

De nueva cuenta el tango se ha puesto de moda. Había caído ya en olvido. Apenas unos cuantos feligreses lo sostenían. En Monterrey existe un Club de Amigos del Tango a cuyas sesiones de vez en cuando asistía yo antes de la pandemia como acudía también a las de trova yucateca en el Centro Cultural Fátima, de Garza García. Pertenecí igualmente al círculo llamado “La Hora Bohemia”, formado por cultivadores de la nostalgia. El himno de ese grupo era “Clavel del Aire”. Lo cantábamos al principio y al final de las reuniones, puestos de pie, con la mano derecha sobre el corazón. Aquello es cosa de verse, si bien no de escucharse.

¿A quién se debió la resurrección del tango? Me temo que a Hollywood. En la película “Perfume de mujer” bailó Al Pacino un tango de Gardel: “Por una cabeza”. Otro tango bailó Pablo Neruda, o su fantasma, en “Il Postino”. Merced a esos dos filmes el tango resurgió de sus cenizas como el gato Félix, según dijo una vedette.

Bailar el tango es muy difícil. Cuando mi esposa y yo estábamos bailando y la orquesta rompía a tocar un tango, salíamos de la pista. Yo, que no me atrevería a oficiar misa, tampoco me atrevo a bailar tango. Misa y tango -sobre todo tango- son sólo para los consagrados.

Un cierto amigo mío, argentino, me contó una linda anécdota. Su padre era un gran aficionado al tango. Él, adolescente aún, desdeñaba la música tanguera. Y le decía su papá:

-No importa. El tango te está esperando.

Tenía razón: ahora mi amigo es tan devoto del género como lo fue su padre.

Alfonso Reyes dijo aquello de que “Clásico es lo que sin ser actual es actual”. Así vistas las cosas no cabe duda de que el tango es algo clásico. No van con este tiempo las quejas de Ladrillo; ni las evanescencias de las mujeres flacas, fanés, descangalladas; ni los aullidos trágicos del perro que llora bajo la cama la muerte de la muchacha tísica. Y sin embargo el tango sobrevive. De una manera u otra a todos nos está esperando.