Suicidio de niños mueve a cualquiera
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Suicidio de niños mueve a cualquiera
El lado humano del periodista
En general me gusta contar historias, unas más que otras, pero trato de ponerle corazón, pasión, a todo lo que escribo.
Sólo hay algo que no tolero y es que me manden a cubrir elecciones, catástrofes o suicidios de niños, que los ha habido y que los he cubierto.
Odio hacer y ver llorar gente, soy susceptible, vulnerable a las lágrimas, me disgusta narrar el llanto.
Gente que llora porque se le fue un ser querido en una explosión de una mina, en una inundación, en un suicidio.
De los suicidios recuerdo el de tres niños, acaecidos en lugares y tiempos distintos.
Una niña de 8 años, un nene de 10, otro chamaquito de 11.
Y los tres eran casos más o menos parecidos de chicos que vivían en hogares pobres, desintegrados, víctimas de la violencia y del abandono.
Los tres se habían ahorcado, colgado con una cuerda, un cinto, de la ventana, de la regadera o de una varilla saliente en el techo.
A su maestra le sorprendía cómo una niña de ocho años había hecho el nudo de un mecate y luego escalado por una pared para colgarse de la ventana del patio de su casa y dejarse caer.
A mí también me asustó.
Tristes casos éstos, dramáticos casos éstos y no le voy negar, antes que reportero soy un ser humano, que en medio de las entrevistas con las familias en tragedia me daba sentimiento y se me rodaban las lágrimas.
Por eso le digo que odio que me envíen a este tipo de misiones, que me hagan este tipo de asignaciones, pero en fin, yo no soy más que un soldado, un obrero y ya.
Lo que más me rompe las pelotas es que luego la gente me pregunte “¿y por qué se suicidó?”, qué pavada, qué sé yo, no soy experto en salud mental ni policía ni adivino, sino un simple contador de historias.
Una noche que platicaba con una psicóloga del Cesame sobre el suicidio infantil me sorprendió que la doctora dijera: “Qué bueno, qué bueno, ya están en el cielo, ya se libraron de tanto sufrimiento”.
No puedo decir que yo esté de acuerdo, pero alguna lógica tendrá esa expresión.
Pero algo, le digo, que me desquicia es eso, saber de niños que se matan y que me pidan escribir su historia.
Pero qué quiere…