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Sor Juana, Poder y Performance (Segunda parte)
El performance semiótico
El “Neptuno alegórico” -el arco mismo y la explicación escrita- no fue ideado para perdurar, pero ha llegado hasta nosotros: el primero a manera de referencia; la segunda en forma de texto impreso. Pero éste último no es, como en muchos artistas conceptuales contemporáneos, un “instructivo” para la creación de una obra artística, sino la presentación de un hecho consumado que requería una justificación y un comentario. Y eso es el texto doble de Sor Juana: el esclarecimiento de las secciones que componían su arco del triunfo y la exposición de su sentido global. Era eso y, de paso, una subterránea solicitud de protección.
Yoko Ono puede exponer en el museo una serie de páginas enmarcadas que indican –en compañía de bocetos a lápiz o a tinta- la forma en que los elementos de sus obras deben ser dispuestos en el espacio de las salas y las galerías. La obra “acabada” es menos importante que el instructivo para elaborarla. Así son las cosas en el arte conceptual. Sor Juana no brinda indicaciones para la construcción de su arco: explica conceptual y culteranamente su “contenido”. La expresión verbal de este contenido forma parte integral de su obra material, tangible, aunque en gran medida “abstracta”.
Como una semióloga novohispana de estirpe griega, Sor Juana inicia así su exposición: “Excelentísimo Señor: Costumbre fue de la antigüedad, y muy especialmente de los egipcios, adorar sus deidades debajo de diferentes jeroglíficos y formas varias […], no porque juzgasen que la Deidad, siendo infinita, pudiera estrecharse a la figura y término de cuantidad limitada; sino porque, como eran cosas que carecían de toda forma visible, y por consiguiente, imposibles de mostrarse a los ojos de los hombres […], fue necesario buscarles jeroglíficos, que por similitud, ya que no por perfecta imagen, las representasen…” (Obras Completas, IV, FCE, México, 355).
Umberto Eco, Roland Barthes y todos los teóricos de la Semiótica contemporánea debieran conocer este texto de Sor Juana. Se habla en él nada menos que del “signo” tal como lo entendemos ahora, y al ofrecer su explicación, nuestra poeta se remonta a la antigüedad, como lo hacen los grandes pensadores actuales. Para decirlo de manera híbrida, Sor Juana se presenta aquí como una hermeneuta del signo y el símbolo: una semióloga hermeneuta que penetra, como en su “Primero sueño”, esferas difícilmente accesibles al entendimiento, y casi inasequibles a la exigua capacidad expresiva del lenguaje.
Sor Juana continúa: “Hiciéronlo así [los antiguos] no sólo para atraer a los hombres al culto divino con más agradables atractivos, sino también por reverencia de las deidades, por no vulgarizar sus misterios a la gente común e ignorante…” (Ibidem, 356. Mío el subrayado). El tema de estos primeros párrafos es el origen del símbolo, específicamente en el orbe de “lo sagrado”. Sigüenza y Góngora haría algo análogo en un estudio sobre la Virgen de Guadalupe –puñado de fulgurantes símbolos- que le costaría un legendario escándalo.
Poco después, en la sección “Razón de la Fábrica Alegórica y Aplicación de la Fábula”, viene la lista de equivalencias mitológico-aristocráticas. De principio a fin, Sor Juana exhibe una erudición apabullante, aunque Paz, Alatorre, Buxó y otros estudiosos han descubierto que muchas de sus referencias son “de trasmano”, es decir, alusiones a obras y autores que la monja no leyó o no pudo leer en su propia tinta sino a través de comentaristas.
“La fábulas tienen las más su fundamento en sucesos verdaderos; y los que llamó dioses la gentilidad, fueron realmente príncipes excelentes, a quienes por sus raras virtudes atribuyeron divinidad, o por haber sido inventores de las cosas…” (Ibidem, 359). Ahorro al lector la larga serie de citas latinas con que Sor Juana sazona y apuntala sus explicaciones, ésas que hacen de este texto algo “coruscante”, como dice el poeta acertadamente. Aunque muchos autores contemporáneos saturan sus textos con tal cúmulo de citas que aquello pareciera más un collage que un trabajo individual. Sin embargo, estas palabras de nuestra monja bien pudieron ser escritas por Mircea Eliade.
Sor Juana, pues, va explicando cada una de las partes –lienzos pintados por artistas de la época, inscripciones, emblemas- que componen su arco con “descripciones” y “argumentos” precisos. Aunque no se la viera, la “fábrica” del arco triunfal está aquí, en este texto impreso, pero hecho de palabras, no de rejas, clavos, tela, pintura gruesa y utilería. No podemos verlo, como sus contemporáneos, instalado sobre una de las fachadas de la Catedral, pero podemos imaginarlo y verlo gracias a las palabras de la jerónima.
Cicerón sin lengua y coda
En la segunda parte, la versificada, compuesta de ocho liras, un romance introductorio y un soneto como epílogo, acaso el poema más interesante para nosotros sea el romance: “Este, Señor, triunfal arco, / que artificioso compuso / más el estudio de amor / que no el amor del estudio; // éste, que en obsequio vuestro / gloriosamente introdujo / a ser vecino del cielo / el afecto y el discurso; // este Cicerón sin lengua, / este Demóstenes mudo, / que con voces de colores / nos publica vuestros triunfos; // este explorador del aire, / que entre sus arcanos puros / sube a investigar curioso / los imperceptibles rumbos; // esta atalaya del cielo, / que, a ser racional, presumo / que al sol pudiera contarle / los rayos uno por uno; // este Prometeo de lienzos / y Dédalo de dibujos, / que impune usurpa los rayos, / que surca vientos seguro…” (Ibidem, 403).
Arco triunfal, explicación y lisonja. Todo es uno en ésta que sería, en su momento, parte de una fiesta popular para celebrar la entrada de los nuevos virreyes en la Nueva España. Y como en otros tiempos, el pueblo se hacinaría en las calles para asistir a esa “entrada solemne”. Los virreyes mismos, los altos prelados de la Iglesia y sus respectivos séquitos se detendrían ante el arco azteca de Sigüenza y Góngora y ante el de Sor Juana que, en competencia con el de aquél, había consignado en el retablo escénico y performático de uno de los muros catedralicios ese mandala semiótico de alusiones mitológicas en vertiginosa asociación con los regios personajes que contemplarían, ¿estufectos?, semejante álgebra de símbolos.
Acto performático, conceptual, político, popular y efímero, el arco de Sor Juana fue comprendido, gracias quizá al complemento de la explicación impresa, por los nuevos virreyes. ¿Hay en este momento algún gobernante mexicano que entendiera un homenaje de esa naturaleza y de tal densidad significativa? Parece improbable, pues gran parte de nuestra clase política está demasiado ocupada en los intríngulis de la estrategia. Igual era antes, igual ha sido siempre, pero algunas épocas y culturas han visto la presencia de “políticos” que de cuando en vez abrían un libro o se cultivaban sistemáticamente. Hoy pareciera que muchos “políticos” y sus séquitos navegan entre olas de redes y utilizan sus teléfonos celulares sólo para dos formas de la banalidad: la de medrar en la escala del Poder y la de negociar riquezas.