SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: LA ESPERANZA, A PESAR DE TODO

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SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: LA ESPERANZA, A PESAR DE TODO

Sor Juana/ Internet
“No quiero más cuidados/ de bienes tan inciertos,/ sino tener el alma/ como que no la tengo” Sor Juana Inés de la Cruz en ‘Consuelos seguros en el desengaño’

“El universo es uno, infinito, inmóvil... No es capaz de comprensión y por lo tanto es interminable y sin límites y a ese grado infinito e indeterminable y por consecuencia inmóvil” 


Giordano Bruno

“No quiero más cuidados/ de bienes tan inciertos,/ sino tener el alma/ como que no la tengo” Sor Juana Inés de la Cruz en 'Consuelos seguros en el desengaño'


I

Que la vida de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) estuvo marcada por el infortunio no resulta novedoso para quien se acerca a su obra y a su época. También fue signada por el aplauso y la admiración de muchos, pero al final, como tantos otros, quedó suspendida en la soledad, la tristeza y el desengaño.

“Hija de la Iglesia”, es decir, hija natural, Sor Juana fue una niña prodigio que desde los primeros años mostró una pasión desmedida por el conocimiento. Esto la conduciría a las cimas de la celebridad, a la tortura de la envidia y a la intolerancia del clero novohispano; acaso también al yugo de ese machismo tan mexicano que aún azota nuestro siglo.

Su vida y su obra han sido estudiadas por muchos meticulosos investigadores del mundo, pero aún hay lagunas y episodios que no han podido descubrirse ni descifrarse. ¿Se enamoró de alguien en el palacio virreinal cuando fue dama de compañía de la virreina, la marquesa de Mancera? ¿Fue cortejada y luego despreciada?

¿Dejó la vida de la corte para ingresar en un convento movida por una fe sólida o impelida por su necesidad de estudiar, escribir e investigar “sin estorbos”? ¿Se despojó, al final, de su amada biblioteca por voluntad propia u obligada por el asedio de ciertos altos jerarcas de la Iglesia Católica novohispana y porque “no quería ruidos con el Santo Oficio”?
Demasiadas preguntas y no hay respuesta segura para cada una de ellas -y otras tantas-, a pesar de que el esfuerzo de los investigadores ha rendido suculentos frutos, desde la publicación de aquella “Juana de Asbaje”, del poeta Amado Nervo, en 1910.

Revisando otra vez la obra de sor Juana, con el mismo entusiasmo y, debo decirlo, con la misma tristeza que se precipita sobre mí cada vez que lo hago, encuentro, descubro y vuelvo a encontrar sus temas y sus obsesiones, que son los propios del barroco español, pero transfigurados y “apropiados” por la gracia de una poeta absolutamente singular.

El amor, la fugacidad de la vida, el pesimismo a veces, los celos apasionados, el humor chocarrero, el conocimiento, el desengaño y algunos otros. Ahora, hojeando una vieja antología de sus poemas que incluye la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, me encuentro de sopetón con un tema en el que no había reparado antes: la esperanza.

¿La esperanza –me digo-, la esperanza en una mujer que en la adolescencia se vio obligada a dejar a su familia, que tuvo que dejar a sus parientes en la metrópoli para entrar en el mundo de la corte virreinal, que debió abandonar esta corte para ingresar en un convento de reglas inquebrantables, que tuvo que salir de éste para, poco después, entrar –esta vez definitivamente- en el de San Jerónimo, que fue víctima de una persecución inquisitorial hasta ser llevada al abandono de sí misma y de lo que más amaba?

¿Esperanza, digo, en una mujer cuyos poemas –muchos de ellos- rezuman dolor, desesperación y ansiedad? Todos sabemos que un buen número de esos poemas fueron escritos “por encargo”, pero también la “Gioconda”, los frescos de la “Capilla Sixtina” de Miguel Ángel, las “Cantatas” de Bach y la “Música Acuática” de Haendel, entre otras miles, fueron obras realizadas “por encargo”. ¿Eso las hace menos importantes, menos magníficas y, sobre todo, menos propias del temperamento de los artistas citados?

II

Parece extraño pero creemos en Sor Juana cuando llora el desdén de alguien amado o cuando arde en el fuego de los celos gracias a ese amor que la desdeña. Sabemos que la autora de esos poemas es una monja; sabemos que fueron escritos porque un hombre o una mujer así se lo pidieron, a cambio seguramente de algún estipendio.
Pero ¿podemos ser tan ingenuos como para pensar que no hay algo de sí misma en esos sonetos, en sus endechas y sus romances amorosos? ¿Es que podemos suponer que Sor Juana escribió “en frío” y de manera distanciada, por así decirlo, algo como este soneto?: “Amor empieza por desasosiego, / solicitud, ardores y desvelos; / crece con riesgos, lances y recelos; / susténtase de llantos y de ruego. // Doctrínanle tibiezas y despego, / conserva el ser entre engañosos velos, / hasta que con agravios o con celos / apaga con sus lágrimas su fuego. // Su principio, su medio y fin es éste; / ¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío / de Celia, que otro tiempo bien te quiso? // ¿Qué razón hay de que dolor te cueste?: / pues no te engaño amor, Alcino mío, / sino llegó ya el término preciso.” (Sor Juana Inés de la Cruz. Lírica Personal. Edición de Antonio Alatorre. FCE, 2ª ed., México, 2009).

Hasta en la hojarasca de poesía de circunstancia y ocasión de Sor Juana uno puede encontrar guiños e insinuaciones que nos remiten a las propias emociones y capacidades intelectuales de la monja. En su –en todos los sentidos- inmenso poema “Primero Sueño” nos encontramos, atónitos, frente a una mole cognitiva cuya fuente formal podrá ser Góngora pero cuyos sustento y sustancia son múltiples: “Primero Sueño” es el poema del estupor ante la inmensidad del cosmos y la caída en cuenta de nuestra humana pequeñez. También es la representación verbal de Sísifo, el Ave Fénix y un Faetón reivindicado. ¿Poema intelectual? No sé. Diría, más bien, poema de la incertidumbre.

Sin embargo, “Primero Sueño” no es sólo el poema del desengaño intelectual sino también el de la íntima impotencia de su autora, quien luego de lanzarse a la aventura onírica del conocimiento imposible y absoluto -o imposible por absoluto-, acaba comprendiendo que las puertas de ese conocimiento están herméticamente cerradas para el entendimiento humano: ni la retórica, ni la física, ni la geometría, ni la aritmética, ni la astronomía ni, en definitiva, el conjunto de todas esas disciplinas podrían alcanzar la luz de “la Reina” de las ciencias, esto es, “la Teología”, como afirma Sor Juana en su “Respuesta a Sor Filotea”.
Al final, el sueño y el poema casi se interrumpen: cuando la luz del sol aparece, queda “a la luz más cierta / el mundo iluminado, y yo despierta”, concluye la sabia monja que había soñado con “escalar las estrellas”. El virtual descalabro de Sor Juana resulta heroico, como el de su amado Ícaro, que quiso volar más allá de lo posible, o el de su predilecto Faetón, quien un día mítico condujo erráticamente el carruaje del Sol… Ambos, como Leonardo da Vinci, emprendieron aparatosos fracasos pero en esos intentos subyace su grandeza.

“Primero Sueño” quiere sintetizar el conocimiento de su época en la Nueva España, y al mismo tiempo, ofrece la imagen de una mujer que encarna el completo desengaño, no sólo el que representa la imposibilidad de conocer o el de asumirse como una víctima de las circunstancias ideológicas, culturales y políticas de su momento, sino también el de saberse perdida en el laberinto burocrático de la Iglesia y, finalmente, extraviada en el laberinto no menos tenebroso de sí misma. ¿Podía albergar alguna esperanza una mujer que había tocado las estrellas del aplauso de muchos y el odio torvo de un clan cuya voracidad hizo arder en la hoguera a Giordano Bruno y a muchos más?

Pero no es éste un poema de circunstancia, sino el único, según Sor Juana, en el que trabajó por gusto propio larga y pacientemente. Sin embargo, podemos atisbar muchos claroscuros de su personalidad en aquellos otros poemas que celebran el nacimiento del hijo de tal virreina, se conduelen de la muerte del Rey o acompañan un regalo que nuestra monja jerónima enviaba, por ejemplo, a la virreina, la Condesa de Paredes, su gran amiga.

Otros poemas no son del todo circunstanciales y algunos parecen escritos, más que con tinta, con lágrimas. Me refiero a ciertos romances y sonetos; entre otros, éste que inicia con la siguiente estrofa: “Finjamos que soy feliz, / triste pensamiento, un rato; / quizá podréis persuadirme, / aunque yo sé lo contrario, / que pues sólo en la aprehensión / dicen que estriban los daños, / si os imagináis dichoso / no seréis tan desdichado.”

Por lo demás, como diría Goethe, todo poema no puede ser sino un poema “de circunstancias”…

III

Ya me acerco al tema de los sonetos que quisiera comentar aquí. En este romance Sor Juana tiene que fingir que es feliz para poder continuar, o más bien, para empezar a exponer su condición de mujer/monja amordazada, ahora sí, por las circunstancias de su época. Si se “finge” feliz es porque, obviamente, no lo es: ella quiere “imaginarse dichosa”, aunque no lo sea. Pero, dicho entre paréntesis, ¿quién lo ha sido nunca?

Hay en este romance estremecedor un dejo de tristeza –“triste pensamiento”-, de protesta amenazada y hasta de angustia. No se escucha aquí a la Sor Juana chocarrera de algunos otros poemas. Su voz es espléndida y seductora, sí, pero un tanto apagada, como en sordina: se habla, nos habla desde la melancolía y el desánimo. Finge que es feliz. No lo es: jamás lo fue, si salvamos la alegría que el conocimiento y la creación le prestaban en la soledad de su celda.

A pesar de sus festivos villancicos y sus comedias, a pesar de sus poemas circunstanciales o jocosos, vislumbro en el fondo de la obra de Sor Juana muchas formas del dolor: dolor de amor, de su diferencia, de su indocilidad, de sus circunstancias, de sus contemporáneos, de su “estado” conventual, de su época, del mundo… Si leemos entre líneas, algo de esto podemos ver en su célebre “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, y mucho más en algunos de sus poemas.

Dos sonetos vienen a cuento ahora. Se trata de dos que, paradójicamente, aluden a la esperanza. Éste -como otros- fue uno de los tópicos de la poesía barroca española, pero ya se verá la diferencia entre la manera en que Sor Juana pretende asirse de la esperanza y aquella otra de la que echan mano los poetas peninsulares para aludir a la misma.

En la edición de Antonio Alatorre, el soneto 151 es éste: “Diuturna enfermedad de la esperanza / que así entretienes mis cansados años / y en el fiel de los bienes y los daños / tienes en equilibrio la balanza; // que siempre suspendida en la tardanza / de inclinarse, no dejan tus engaños / que lleguen a excederse en los tamaños / la desesperación o la confianza: // ¿quién te ha quitado el nombre de homicida / pues lo eres más severa, si se advierte / que suspendes el alma entretenida // y entre la infausta o la felice suerte / no lo haces [tú] por conservar la vida / sino por dar más dilatada muerte?”

El poema está encabezado por esta “definición”: “Sospecha crueldad disimulada, el alivio que la esperanza da”. O sea: “Sor Juana sospecha que el alivio que parece dar la esperanza no es sino crueldad disimulada”. Con ser tradicionalmente verde y auspiciadora de buenos augurios, la esperanza que nos ofrece Sor Juana no es ni de una ni de otra índole; por eso la poeta “sospecha una crueldad disimulada”: la esperanza no nos sonríe allá, en el horizonte, plena de luz y cargada con un cesto de grandes logros, sino que aquí, en este presente relativo, sopesa nuestros actos sobre los platos de una siniestra balanza. La imagen llega a parecer menos una alegoría del Giotto o un emblema de Andrea Alciato que una deidad punitiva y terrible.

“Diuturna” significa “longeva, anciana”; “fiel” es la aguja que marca el peso en la balanza… Como mujer enterada del conocimiento hermético, Sor Juana pudo aludir al “juicio de Osiris” y al dios Anubis, ambos personajes centrales de la mitología en el Antiguo Egipto. “Osiris es el dios egipcio de la resurrección, símbolo de la fertilidad y regeneración del Nilo; es el dios de la vegetación y la agricultura. También preside el tribunal del juicio de los difuntos en la mitología egipcia.” Por su parte, “Anubis extraía mágicamente el Ib (el corazón, que representa la conciencia y moralidad) y lo depositaba sobre uno de los dos platillos de una balanza. El Ib era contrapesado con la pluma de Maat (símbolo de la Verdad y la Justicia Universal), situada en el otro platillo.” (Wikipedia 9/XI/16).

En la realidad de este poema, la esperanza es para Sor Juana una “homicida”, un juez sin el menor asomo de piedad, una turbia deidad que se complace en “dilatar la muerte” de su víctima. No encontramos los rasgos convencionales que caracterizan a ese sentimiento: el botón apretado de una rosa, la tierna rama de un árbol, el navío que boga hacia buen puerto, etcétera. En vez de eso, tenemos “engaños”, “desesperación” y una “suspendida confianza”. Sor Juana no canta alegremente a la esperanza sino todo lo contrario: se duele de ella y la moteja de “homicida”.

En el segundo soneto sí aparece el color verde, pero el matiz que nuestra poeta le otorga no es precisamente el que convencionalmente le atribuimos. Veámoslo: “Verde embeleso de la vida humana, / loca esperanza, frenesí dorado, / sueño de los despiertos intrincado, como de sueños, de tesoros vana [esa esperanza]; // alma del mundo, senectud lozana, / decrépito verdor imaginado, / el hoy de los dichosos esperado / y de los desdichados el mañana: // sigan tu sombra en busca de tu día / los que, con verdes vidrios por anteojos, / todo lo ven pintado a su deseo: // que yo, más cuerda en la fortuna mía, / tengo en entrambas manos ambos ojos /

y solamente lo que toco veo.”

Y tocada oscuramente por el desengaño más sombrío, Sor Juana es implacable en este soneto. Los cuartetos están conformados por una enumeración acre y desastrada: “loca esperanza”, “de tesoros vana”, “decrépito verdor imaginado”…; los tercetos conminan a los ingenuos a perseguir esa quimérica esperanza, esa utopía, ese “no hay tal lugar”, como traduciría Quevedo: “sigan tu sombra en busca de tu día / los que, con verdes vidrios por anteojos, / todo lo ven pintado a su deseo”.
La imagen macabra, rotunda y bastante enigmática, que cierra el poema con dos versos, parece no sólo onírica sino desafiante, peligrosamente desafiante. Recuerda un poco aquella sinestésica imagen de su lira “Sentimientos de Ausente”: “Óyeme con los ojos, / ya que están tan distantes los oídos…” Pero en este caso –el del soneto que cito-, la imagen es visual, táctil y parece la representación plástica de un siniestro icono bizantino. Esto, sin contar el hondo sentido filosófico/teológico que entraña.
“Tengo en entrambas manos ambos ojos / y solamente lo que toco veo.” Imagen deslumbrante y carta de creencia; alucinante imagen y declaración de principios: ¿cómo pudo albergar esperanza quien, a pesar de todo, fue desterrada, exiliada y finalmente destruida? ¿Cómo pudo creer en la esperanza quien fue lentamente, y a pesar de todo, ninguneada, arrinconada y cazada como una bestia peligrosa y contaminante?

¿”Solamente lo que toco veo”? ¿Qué quiere decir Sor Juana con estas palabras? ¿”No creo en quimeras, entelequias y fantasmagorías”? ¿Y no podría extenderse tal escepticismo a esa “esperanza cristiana” que promete la gloria y la vida eternas? Con razón pareció necesario a esos tres o cuatro príncipes de la Iglesia novohispana silenciar a la más grande poeta de su época. Hablaba demasiado. Sabía demasiado.

De hecho, no lo juzgaron necesario sino inminente. A Núñez de Miranda, al Obispo Santa Cruz y al Arzobispo de la Nueva España, el maniático Aguiar y Seixas, los contuvo la ascendencia que Sor Juana tuvo en la corte durante años, pero siempre estuvieron al acecho: un ser que era al mismo tiempo mujer y monja no debía escribir tales cosas, de ninguna manera debía hacerlo; había que callarla, y si fuera necesario, aniquilarla. Como en tantas otras ocasiones a lo largo de su historia, la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana logró su propósito.

IV

¿Y la fe de Sor Juana? Porque estos sonetos parecen la expresión de una sensibilidad casi nihilista, ya no sólo desengañada. Me aventuro a sentir en ellos –y en otros de sus poemas- cierta subterránea palpitación existencialista, y ya que he dicho esto, también encuentro el amargo desencanto que ahoga a nuestra época, sí, la nuestra, la llamada “posmoderna”, la del “fin de las ideologías”.

Una religiosa novohispana del siglo XVII que se atreve a pensar y sentir; que escribe estos y otros poemas y nada menos que “Primero Sueño”, no podía caber en su época. Si conoció o no a Descartes, si su cultura era “demodé” y todo lo demás, el hecho es que su genialidad y su intuición la empujaron al “crimen” de desear conocer. Eso se paga a un precio altísimo, ya lo sabemos. Sor Juana pagó ese precio, por eso la amamos más allá de la Iglesia y de todos sus esbirros.
Pero, oh paradoja: ella, que no creyó en la esperanza, nos mantiene aún absortos en su obra. Ignoro si la lectura de sus poemas me brinda esperanza; me conformo con el bálsamo del consuelo. Eso es suficiente.