Sombra de la sombra

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Sombra de la sombra

En la sombra del agua

veo propagarse la sombra del fuego,

cual pirámide y fragua

que al ojo dejan ciego

haciendo de la imagen el trasiego.

 

En la sombra del aire

se dispersa la sombra de la tierra;

se embebe en su desaire

la luna y se entrecierra

en su órbita de plata que no yerra.

 

De modo semejante,

el marino se aterra, se marea

en el suelo constante;

busca el agua distante,

donde su alma nada y espejea.

 

Sombra del agua, un poso

de polvo queda y sombra es la ceniza

del fuego penumbroso,

su sombra el aire pisa

en tanta espuma que volatiliza.

 

La sombra del objeto

es traslúcida en el Topos Urano,

y a su sombra sujeto

el mundo es más liviano

en la exacta balanza del arcano.

 

Se vive de milagro

-la prosa de la muerte no disocio-

con un salario magro;

ante el eterno ocio,

la existencia es un pésimo negocio.

 

En ríos paralelos

nos bañamos; eternidad e instante

son simultáneos cielos

en los que el caminante

se despeña, consigo por delante.

 

La realidad es sombra

disgregada y confusa de un gran sueño,

que a duras penas nombra

el lenguaje: mi empeño

es escribir la vida que pergeño.

 

La muerte así proyecta

al vapor de la vida su oscurana;

vuelta atrás, flecha abyecta,

a la quietud se allana,

queda absorto el silencio en su campana.

 

Agua y pasto es del alma

la numinosa sombra femenina;

su aborrascada calma

nos pierde y encamina,

y su relámpago es la luz mezquina.

 

Sombra del tiempo, ruges

eternidad, cual turbulento espejo,

sin que lo sobrepujes

y mientras se hace viejo

rejuvenece tu ínclito reflejo.

 

Se alternan los contrarios,

cuerpo y sombra, y en su correspondencia,

en sus juegos binarios,

alcanzan sin violencia

su identidad bajo la ambivalencia.

 

Así se multiplican

y dividen en unidad compacta

y su nada publican

en su otredad, que pacta

con el tiempo, y su forma queda intacta.

 

En un lugar sin sombra

sucede la existencia verdadera,

donde el ojo se asombra

y el alma está a la vera

del cuerpo eterno, que ya nada espera.

 

Es novedoso y pulcro

todo en ese lugar, pues sólo ocurre

una vez; el sepulcro

del tiempo no discurre,

sólo la eternidad aquí transcurre.

 

Al final es el viernes,

cubil del caos, un principio de orden,

es un sábado en ciernes:

que al ángel no desborden

los pájaros infames del desorden.

 

La música es el eco

del silencio; es un bulto la inminencia

de un cuerpo y en su hueco

se palpa la presencia:

antes de entrar al tiempo es ya existencia.

 

(2 a 5 de mayo de 2018)