Sólo unos pocos entenderán

Usted está aquí

Sólo unos pocos entenderán

¡Muchas gracias, Monseñor Vera! Saltillo y Coahuila, agradecen sus inestimables años de servicio.

Maradona alzando la Copa del Mundo, luego de la Final de México 86, es mucho más que un futbolista celebrando una victoria de primerísimo orden.

Estrictamente eso es lo que es, y mi interés no es enaltecer ni objetar sus cualidades como futbolista o como ser humano. Ahora que si es usted de los que esperan ejemplos edificantes de un muchacho ignaro de los arrabales (que es lo que el Diego fue durante toda su vida), me permito aclararle en buen porteño que “el pelotudo sos vos”.

Pero piense por un instante en el pueblo argentino. Intente por un momento ponerse en los zapatos de una nación que no había visto la suya en lo que iba del siglo 20 y que, de hecho, venía saliendo de su más oscuro periodo.

Conocido como Proceso de “Reorganización” Nacional (los gobiernos más autoritarios siempre se arrogan nombres reformistas, de ‘tranformación’), el Proceso fue una dictadura militar, un auténtico régimen de terror que exilió a miles de familias (principalmente a México), pero también dejó muertos y desaparecidos; un auténtico genocidio cuya cifra de víctimas podría redondearse en 30 mil.

Apenas dos años antes del Mundial 86, la República Argentina había iniciado la restauración de su democracia, masacrada por la bota militar. Pero era obvio que las familias aún lloraban a sus muertos y continuaban a la espera de una respuesta oficial sobre su gente desaparecida.

Entonces, ver a “El 10” alzarse la Copa FIFA no es sólo la catarsis que goza el espectador luego de ver triunfar a su escuadra en el torneo más importante del planeta. Eso es para el aficionado promedio. Para el pueblo argentino sin embargo era la encarnación de un sueño esperanzador, la materialización de sus anhelos de dicha, la respuesta a las preguntas que con seguridad todos llegaron a formularse en los días sombríos de la dictadura: ¿Volveremos algún día a ser felices? ¿Nos queda algo? ¿Valdrá la pena seguir soñando?

Todo eso se los contestó su seleccionado futbolero, pero concretamente el petiso astro, quien firmó esa alentadora misiva con el Gol del Siglo, anotado en contra de la selección de Inglaterra que -para mayor contexto histórico- acababa de apabullar a la maltrecha Argentina en la Guerra de las Islas Malvinas, sólo cuatro años atrás.

Supongo que se puede admirar a Diego Armando Maradona, en mayor o menor medida, si se es aficionado al futbol, o hincha del Boca, del Barça o del Napoli. 

Pero, sólo un argentino superviviente de aquellos siniestros tiempos podrá entender en plenitud lo que significó -otra vez- ver a Maradona levantando la Copa del Mundo.

A mediados de este año, el Obispo de Saltillo, fray Raúl Vera López, presentó su renuncia al Vaticano, como lo marca el Derecho Canónico, al cumplir 75 años de edad.

Trascendió en días pasados que el Papa Francisco I aceptó la dimisión de Vera López y designó a un nuevo pastor para la Diócesis de la Capital coahuilense.

Cuando Vera López asumió como Obispo de Saltillo en el año 2000, era ya una celebridad en la vida política de México, por mucho que ello contradiga el concepto de modestia, recato y discreción que tanta gente tiene de la figura sacerdotal.

Y es que venía de fungir como Obispo auxiliar en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde trabajó al lado del Obispo titular, Samuel Ruiz, en el proceso de pacificación.

Desde su arribo a Saltillo, Verá López fue una figura incómoda para los criterios más conservadores, aquellos que consideran que un guía religioso debe circunscribirse únicamente a los asuntos espirituales.

En cambio fue siempre visto con simpatía por quienes consideramos que el liderazgo espiritual debe ser necesariamente utilizado como herramienta para la liberación de la grey, para enseñarle a reclamar sus derechos civiles y para ayudarle a formarse una conciencia social.

El legado de Vera López habrá de ser discutido largamente todavía. Yo le sugiero que, al mismo tiempo que la calidad de las argumentaciones, valore quién las emite, porque está claro que no compartirán óptica aquellos cuya causa fue defendida desde el intenso activismo de Vera, con aquellos cuya comodidad se vio afectada por esta misma labor pastoral.

Deja adeudos y cuentas pendientes, sin duda. Pero estos saldos serían principalmente al interior de la Diócesis, pues al parecer no le dio un seguimiento escrupuloso a su administración ni procuró la debida atención a sus párrocos.

Sin embargo, para valorar debidamente su legado en lo social, habría que ser un afectado por la violencia y la injusticia imperantes en Coahuila. Quizás para conocer el significado y peso del nombre de Raúl Vera López haya que ser familiar de alguno de los cientos de desaparecidos que motivaron la creación del FUNDEC, organismo al que siempre estará asociada la figura del hoy Obispo Emérito de Saltillo.

¡Muchas gracias, Monseñor Vera! Saltillo y Coahuila, agradecen sus inestimables años de servicio.