Sobre Beethoven y alguna experiencia

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Sobre Beethoven y alguna experiencia

ESMIRNA BARRERA

Pasado mañana se cumplen 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven, fecha que no podemos dejar pasar como si se tratara de cualquier personaje célebre, de los que ha habido miles, casi ninguno de su estatura. Puedo decir que desde la adolescencia me acompañaron algunas de sus composiciones en momentos difíciles de la vida, y más tarde. Piezas para piano como la “Apassionata” o “Claro de Luna” me asistieron en momentos de dolores juveniles ante fracasos amorosos o académicos. A veces Beethoven te levanta; otras, te sume en las tinieblas. Pero al cambiar de sus sonatas para piano o violín, un tanto melodramáticas, hacia sus sinfonías, saltas al éxtasis. La “Sinfonía Pastoral”, número 6, es tan sublime que no quieres que termine. En ella o tras ella o gracias a ella pasas de la lenta aparición de la primavera a la gran tempestad del otoño y al tranquilo aislamiento de la naturaleza. Y si deseas ir al paraíso, lo recomendable es que pongas la sinfonía número 9, te recuestes, apagues la luz y te dejes hipnotizar por la genialidad de la “Oda a la Alegría”, poema de Federico Schiller compuesto cincuenta años antes de que Beethoven lo inmortalizara en 1824: es una invitación a enterarnos de que todos somos hermanos, que deberíamos abrazarnos sin distinción. Cuando irrumpe el coro después del gran solo del bajo se te viene encima un placer inimaginable (un orgasmo intelectual). Me ha sucedido llorar (siendo tan macho como soy; ¡los hombres no lloran!, decía mi mamá).

Gracias a su abuelo, flamenco del norte de Bélgica, organista parroquial en la ciudad de Malinas, que llevaba el nombre de Lodewijk van Beethoven, se inició en el arte musical. El abuelo logró una oferta en Alemania y se trasladó con la familia a una pequeña ciudad en la que nació Ludwig, que empezó tocando el piano. Desde pequeño daba conciertos tanto de composiciones aprendidas como de algunas de su autoría. Al parecer, ese niño se encontró con Mozart, ya adulto, que profetizó que llegaría muy alto. El abuelo lo forjó y lo animó, con cierta dureza y no pocos golpes, como se acostumbraba en la época y en esos países.

Parece incomprensible, ilógico, que haya existido un hombre tan grandioso que, al mismo tiempo, experimentara una vida de continua tristeza. Quien se encargó de hacerle la vida imposible fue su padre, un borracho estúpido, acomplejado y maltratador. No fueron pocas las veces que pegaba a su hijo exigiéndole tocar el piano para divertir a sus amigos, igualmente alcoholizados. Por fin sucedió algo que cambió su vida miserable al morir el padre. Beethoven reaccionó de una manera heroica trabajando más de doce horas diarias para poder sustentar a sus hermanitos y a su madre, un poco loca. Daba clases a muchachas de la nobleza, componía melodías por encargo y asombraba al público con sus conciertos; lo que mayormente enloquecía al auditorio no era tanto su dominio del piano sino sus improvisaciones.

Poco a poco creció la admiración de toda Europa, lo que implicaba una exigencia creciente sobre sí mismo para componer música sin descanso. Entre quienes se embelesaban oyéndolo había mujeres jóvenes. Y, tras la vida de horror propiciada por su padre, Beethoven estaba necesitado de cariño. Era tanta su exigencia de amar y ser amado que echaba a perder cada una de las posibilidades que se le presentaban. Su vida afectiva fue de fracaso en fracaso, algunos tan dolorosos que lo llevaron a pensar seriamente en el suicidio, como avisó a una amiga. Felizmente no lo llevó a cabo porque hubiera sucedido antes que compusiera algunas de sus grandes obras, como la “Novena Sinfonía”. Es indispensable decir que esta grandiosa sinfonía la escribió cuando estaba totalmente sordo. En su primera presentación el público enloqueció y aplaudió sin parar y él no se daba cuenta, hasta que una de las sopranos lo tomó del brazo y lo hizo girar para que pudiera ver a un gentío trastornado.

No soy más que un melómano a quien Beethoven ha iluminado de trecho en trecho. No soy un conocedor. Nada más digo que ese tipo de música me ha dado momentos de gozo, de tranquilidad, de embeleso que no puedo explicar. Así que declaro que estoy agradecido a Ludwig van Beethoven.