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SNL

La parodia —en particular la parodia política— constituye uno de los géneros más entretenidos del arte de la actuación. Y lo es —al menos desde mi punto de vista— porque nos presenta con humor situaciones del mundo real sobre las cuales resulta indispensable reflexionar pero muy probablemente no lo haríamos —o no lo haríamos con la profundidad necesaria— si no se nos presentaran como oportunidad para las carcajadas.

La parodia —como la caricatura política— nos permite visualizar de forma instantánea el absurdo, la inconsistencia, la contradicción, el error o la aberración en el discurso político, en las aciones cotidianas de quienes detentan el poder.

No cualquier parodia es buena, vale la pena señalarlo. La buena parodia es la inteligente, la creativa, aquella en cuya elaboración resulta evidente el derroche de talento, el cuidado en los detalles, la pulcritud en la ejecución. La buena parodia, creo, es aquella no complaciente con el espectador.

Con esta última idea pretendo caracterizar a la buena parodia como aquella a cuyo disfrute solamente puede acceder el público informado, pues los mejores dardos de humor dan en el blanco sólo si conectan con piezas específicas de información almacenadas en la memoria del espectador.

Es importante identificar, por otro lado, la necesidad de un elemento indispensable para producir buena parodia política y convertirla en un producto comercialmente exitoso: la existencia de una sólida cultura de respeto a la libertad de expresión.

Imposible producir buena parodia política en un ambiente en el cual el poder —público o privado— es capaz de silenciar a quien la realiza, o a quienes tienen el control de los medios a través de los cuales puede aquella difundirse.

La existencia de una sólida cultura de respeto a la libertad de expresión constituye la explicación fundamental (no la única, por supuesto) de la gran cantidad de programas de sátira política en la televisión de los Estados Unidos. Una gran cantidad de buenos programas, debe añadirse.

Uno de esos programas sobresale por la calidad de sus producciones, desde hace más de 40 años: Saturday Night Live. 

Transmitido por la cadena NBC, SNL ha sido la cantera de grandes nombres de la comedia —y otros géneros— del vecino país:  Steve Martin, Dan Aykroyd, John Belushi, Chevy Chase, Jimmy Fallon, Will Ferrell, Tina Fey, Chris Rock, Bill Murray, Mike Myers, Tracy Morgan o Adam Sandler.

Los guionistas y el equipo de actores de SNL lo han hecho una y otra vez. La presidencia de Donald Trump no podía ser la excepción e incluso resulta obligada la producción de piezas humorísticas dignas de la inmortalidad, pues la administración de mister “vamos a tener un muro y será un muro grandioso” está llena de personajes caricaturizables.

Como era de esperarse, SNL se concentró en primer lugar en el mismísimo Donald Trump. El actor Alec Baldwin ha sido el responsable de realizar una de las mejores caracterizaciones (paródica, por supuesto) de uno de los mandatarios más parodiables de todos los tiempos.

Y lo ha hecho de manera magnífica, sin duda alguna. Si no ha visto los sketches, búsquelos en YouTube. Incluso si usted no entiende una sola palabra de inglés se reirá mucho.

Pero si lo de Alec Baldwin ha sido bueno, lo de Melissa McCarthy ha sido, simple y sencillamente, soberbio: su parodia de Sean Spicer, el vocero de la Casa Blanca, ha sido incluso considerada por algunos como la mejor pieza humorística producida por SNL en todos los tiempos.

La comediante ha dado una soberbia muestra de histrionismo al enfundarse en la piel de Spicer y caricaturizarlo de forma contundente, es decir, destacando de forma grotesca los rasgos más visibles del vocero de Trump.

¿Y cómo se sabe cuando la parodia ha dado en el blanco? Fundamentalmente cuando el parodiado reacciona quejándose del trabajo realizado con su imagen. En el caso de las parodias de Baldwin y McCarthy la respuesta ha sido incluso furibunda: tanto el presidente del copete enmicado, como el vocero de la mirada de batracio, se han quejado amargamente.

Lo han hecho, por supuesto, con una queja igualmente caricaturizable: señalando como una pieza “nada graciosa” lo realizado por el equipo de Saturday Night Live y, casi casi, diciéndose ofendidos por ser víctimas de una “falta de respeto”.

Pero si algo tienen las piezas de SNL es justamente la capacidad para hacernos desternillar de risa. Trump y Spicer deberían agradecer las magníficas caracterizaciones realizadas a partir de ellos: gracias a estas —y mucho menos a sus actos como autoridades— ganarán la inmortalidad.

Pero lejos de tal posibilidad, la administración Trump parece decidida a combatir el derecho de los actores y productores televisivos a la parodia. Habremos de estar atentos porque, más allá de lo anecdótico, tal anuncio significa una declaración de guerra en contra de una libertad fundamental: la de expresión.

¡Feliz fin de semana!
Twitter: @sibaja3
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