Síndrome Trump: su incubación en la vida mexicana
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Síndrome Trump: su incubación en la vida mexicana
Desvanecida paso a paso la propuesta electoral de la realpolitik estadounidense —la que programaba reponer en cartelera el match entre los clanes Clinton y Bush— no parece realista seguir considerando irreal el peligro de la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Para los mexicanos parece llegada la hora de dejar de lado la especulación sobre los desenlaces probables de la elección de noviembre, o de excitarse con los subibajas de las primarias entre los impresentables republicanos sobrevivientes de sus guerras internas, o con el volado de la candidatura demócrata entre la pragmática Hillary Clinton y la revelación del progresista Bernard Sanders. Habría, más bien, que empezar a discutir, junto con el síndrome Trump, las condiciones que han hecho posible la amplia aceptación de su perfil ‘antipolítico’ y su discurso de exclusión.
Y es que, para empezar, la arrogancia de un precandidato sobrado de poder, rebosante de optimismo y de confianza en sí mismo, parecería erigirse sobre las ruinas del optimismo o los escombros de la confianza de buena parte del electorado de Estados Unidos, lo mismo en sus instituciones democráticas que en el futuro del país y sus tradiciones de apego a la legalidad y la tolerancia.
Hace ya tres décadas el sicólogo de Columbia University, Joel Brokner, empezó a publicar —con otros académicos— una serie de investigaciones que relacionaron la autoestima de las audiencias con su capacidad de resistir a los mensajes del exterior. Y quizás podrían aplicarse sus hallazgos al alud mediático que sigue desencadenando el magnate inmobiliario que esta semana volvió a la punta de las preferencias por la candidatura republicana.
Pesimismo y dogmatismo. Dicho en términos muy básicos, las personas con alta autoestima son más difíciles de influenciar que las personas con baja autoestima, como las que integran ese estrato en expansión de estadounidenses frustrados por las crisis y la pérdida de influencia de su país como superpotencia mundial. Ya antes, otro sicólogo, Howard Leventhal, había mostrado que los mensajes pesimistas tienen mayor influencia en las personas de baja autoestima y de allí la conexión de éstas con el discurso apocalíptico de Trump sobre el futuro de su país, mientras no llegue él a la Casa Blanca.
Y hay todavía otros sicólogos sociales que llevaron sus estudios a establecer que las personas de mentalidad abierta tienden a ser optimistas respecto al mundo que las rodea, mientras que los individuos dogmáticos tienden a ser pesimistas sobre la marcha del mundo y el futuro de su entorno. Un rasgo inequívoco de las personalidades dogmáticas es su propensión a enfrentar los problemas desde perspectivas estrechas. Y allí podría estar otra explicación del florecimiento de la precandidatura de Trump y de la conexión de su electorado con un discurso que enclaustra la ‘explicación’ de los problemas de su país en la llegada de los migrantes mexicanos.
Trump en el tiempo mexicano. Estos trabajos llevaron a la autora del clásico Communication Planning, Sherry Devereaux Ferguson, a incorporar el tema de la personalidad en la indagación de la forma en que las audiencias procesan los mensajes. Y aquí hay lecciones importantes para este ya prolongado tiempo mexicano de lustros de pérdida de autoestima por una sistemática violación de expectativas, incluyendo las que despertó la transición democrática. Tierra fértil para el embarnecimiento del pesimismo en el papel de las instituciones y los partidos, así como para los dogmatismos y sus estrechas explicaciones de las perspectivas del país, siempre sombrías, para los portadores de esos mensajes, mientras ellos permanezcan al margen del poder.
En estas condiciones, uno o varios Trumps se pueden estar incubando para las siguientes elecciones nacionales, a la derecha y a la izquierda, medrando de los rasgos de la personalidad autoritaria: la que percibe el mundo en blanco y negro, se aferra a teorías conspirativas y construye a su paso chivos expiatorios.