Usted está aquí
Siete hilos: Marruecos y México
Me fue cedido el honor de iniciar los mensajes de este encuentro al Encuentro de Culturas Transfronterizas Marruecos México. Y es preciso agradecer sus orígenes, que tienen qué ver con la poesía, la música y el arte. Fue gracias a un poemario que escribiera, La piel de la luz, de Elementocero ediciones, cuando el escritor español Uberto Stabile, tuvo a bien conectarnos con el profesor Fathi Abderrahman, sus alumnos -quienes previamente habían recibido los poemas de Stabile y los míos, para traducirlos al árabe-. Así, a través de un viaje por Andalucía, llegamos a presentarnos al Centro Cultural de Tánger, hace 11 años. Allí supe de Annafs Azzakia Ibn Sbih, que ahora me ha invitado a ser la parte mexicana para la realización de este encuentro, que se realiza en forma virtual y presencial desde el 3 hasta el 31 de julio.
Hoy siete hilos de voces nos enlazamos (Alberto Ruy Sánchez, Randa Jebrouni, Mehdi Mesmoudi, Reyna Carretero, Mercedes Jiménez, Loubna Belaarbi y yo). Son hilos que vienen de una urdimbre antigua, tramas en las que a veces aparece la arena roja, a veces el olor a resina y cantos islámicos, a veces los olivares y sonidos de maderas trabajadas, a veces los maizales y las nopaleras que beben del sol. Pero esta urdimbre incluso viene desde más allá, de más lejos. Cierro los ojos y hay ecos de ejércitos. De barcos largos, resistentes. De lagartos y dioses, de ríos con nombres atigrados.
Estos hilos de voces se enlazan de cierto modo, a una obra de arte, que para mí, es el símbolo de esta conversación, pues entreteje nuestras sangres y también, las de las de quienes nos escuchan. Es una obra de arte que une; pero más allá, hablo de unir con un concepto descentrado: une a la naturaleza vegetal, a las ánimas humanas y ánimas no humanas. Y para describir a esta obra de arte, entremos a una escena: imaginemos hilos de lana que caen sobre un telar en resplandores azules, rojos o amarillos. Caen al compás de unas manos que acomodan esta lluvia de colores. Así, entre el calor de la piel y la fortaleza de la madera de un gran telar de pedal, nace el sarape de Saltillo, aquí, en esta ciudad desde donde les hablo.
Viene de lejos, como venimos nosotros, trashumantes de sueños. Su lana viene de las ovejas, de allí el sarape obtiene su más sólida materia, y ellas provienen de la antigua Mesopotamia -hoy Irak y Siria-, de la domesticación del muflón salvaje que se convirtió en la oveja doméstica que seis mil años antes de la era cristiana, comenzara a emplearse para usar su pelaje. Imaginemos el trayecto, la diáspora de esta oveja, Ovis orientalis, hacia África y allí su paso por Marruecos; de allí, a Europa, territorio en donde uno de sus puntos nodales fue España. Y así nos venimos enlazando, entre lana, y sabores de músculos y sangre en la boca. También, entre armas de fuego, combates mediados por la fe, los dolores y el asombro.
En territorios europeos el telar de pedal comenzó a gestarse en el siglo XI; es un telar que toma su espíritu del telar chino creado en el año 1,500, antes de la era cristiana.
Y acá, del otro lado del vasto mar, 2000 años antes de la era cristiana, estaba el ondulante telar de cintura. Veamos a este telar unido al cuerpo de una tejedora en un extremo, ella se ayuda por un mecapal hecho de ixtle, que en su faja, le abraza la cintura y une sus cordeles al madero que sostiene los hilos ya colocados. Y del otro extremo, el madero que recibe el final de la trama vertical, tiene también cordeles que se abrazan a un árbol. Así, en un extremo el ánima humana, y en el otro, el ánima vegetal, ayudan a urdir los hilos hechos con un algodón que nació en este continente: Gossypium hirstiu.
Con la llegada de los europeos, al telar español llegó para imponerse junto a la fe y otros oficios; así, saberes ancestrales reflejados en tejidos prehispánicos, migraron a superficies más anchas y más largas.
Los sarapes han servido como cobija, como abrigo, en ellos se han cargado niños recién nacidos y leña recién cortada. Los sarapes más finos, y con su urdimbre más cerrada, han transportado incluso agua.
Si bien la tradición textil prehispánica llega a Saltillo a través de la nación tlaxcalteca, que acude en alianza con los españoles, para colonizar esta región, fundando el pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala; es aquí, donde sus tejidos, adquieren un cuerpo sin par. Y son los colores el sello original. Aquí nace el sarape estilo Saltillo que brilla como una rara joya de paciencia y tiempo. Primero, la lana se lava y se expone al sol. Ya seca se desenreda con cepillos de alambre para proseguir en la formación del hilo. Luego se hacen las madejas montadas sobre devanaderas de madera y se tienden al sol. El siguiente paso es el teñido, allí aguarda el alma del sarape: se sumergen las madejas en cazos de cobre con agua hirviendo. En cada cazo se obtienen ocho tonos de un mismo color; se empieza por el más claro para terminar con el más oscuro. La cantidad de tinte para obtener cada tonalidad, se hace como decimos acá, a tientas. Sí, cada color varía según la luz de la luna que ilumine esa noche, según el ánimo o el momento de quien lo haga. Luego, las madejas teñidas se acomodan en ruecas, y posteriormente se colocan en canillas, y éstas se ponen finalmente en las lanzaderas, para empezar el tejido.
Por su belleza, en náhuatl, los tlaxcaltecas hablaban náhuatl, el sarape era conocido como acocem-tilmanti, es decir, manta arcoíris. En esta obra de arte vemos pasar nuestras voces y otras voces, la migración árabe con sus 800 años de influencia en España, las voces de los indígenas de este continente, el sonido de la África toda, de mercaderes asiáticos, hindúes y persas. Por eso digo que nuestras voces hoy, pueden ser todas las voces. Este diálogo que hemos abierto, que rebusca que da luz a todas las conexiones de los pueblos.
Como muestra de ello, el sarape estilo Saltillo recibió en 1929, el Gran Premio de la Exposición Iberoamericana, en Sevilla, España, galardón recibido por Dolores González de Oyarzábal. Este premio refrendó al sarape estilo Saltillo, como una obra de arte reconocida ya mundialmente. En aquel evento, el sarape premiado tejía entre sus hilos las banderas de España y México. Y pienso que allí estaba imbricada la bandera de Marruecos y sus geometrías matemáticas, sus saberes. En el sarape encuentro sus colores y los de tantas otras banderas que son hilos, que son voces, que son eones humanos de saberes, ciencias y artes. Todos, descansando sobre el invisible tejido de un mundo que danza como derviche, en giros sagrados y sostenidos, y que sostiene también el inicio de este diálogo que ha sido posible gracias a la generosidad de ustedes y de todas y todos los participantes, a las instituciones y gobiernos, que nos han entregado, al Centro Acres, en Marruecos y a AURUM visual, en México, su tiempo, talento y conocimientos.