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Sí habrá vuelta

Los tonaltecos, habitantes de Tonalá, en Chiapas, son hombres y mujeres llenos de historias y ocurrencias. Hablar con uno es igual que abrir una caja de hipérboles, desmesurados símiles y peregrinas fantasías.

De mis viajes saco siempre provechosas enseñanzas. Los cinco sentidos se me llenan con las cosas de México. De esas cosas unas son para verse, para escucharse otras, para catarse aquéllas, para palparse algunas más, y todavía hay muchas que pertenecen a ese sentido lopezvelardiano,  el olfato.

         Otro regalo obtengo de mi caminar. Puedo asomarme al paisaje del ingenio mexicano, presente en todas las comarcas de este país hermoso que habitamos. En mi último periplo chiapaneco — “periplo” es palabra pedantesca, pero sonora, y eso la salva— escuché una veraz historia que no resisto la tentación de narrar hoy.

         Hubo una boda en Tonalá. De esto hace varios años, quizá muchos. Me explicaron quienes compartieron conmigo ese relato que la fiesta de bodas y el consecuente baile, que se llama “la vuelta”, no se llevaban a cabo sino hasta que el novio había comprobado fehacientemente la doncellez de la desposada. Una vez hecha tal comprobación el novio avisaba a su padre —a cuyo cargo corrían todos los gastos de la fiesta— de que el convite y baile podían ya celebrarse.

         Esperaban los asistentes a la boda aquel anuncio. Apareció el padre del recién casado, subió a una silla y tomó la palabra:

         —De parte mía comunico a la envitación que no habrá vuelta, porque la novia pagó mal, y me remito a las órdenes de m’hijo, que fue el que me dio la precisión.

         Con asombro y enojo al mismo tiempo el padre de la novia fue hacia su hija, la tomó del brazo y atropelladamente la condujo a una habitación a fin de hablar con ella. Regresó al punto, subió a otra silla y proclamó:

         —De parte mía comunico a la envitación que sí debe haber vuelta. La novia no pagó mal, así me lo ha jurado, y yo la creo, porque es m’hija y nunca la ensañamos a decir mentira, y me remito a las órdenes del doctor Fulano, aquí presente, para que haga el examen o prueba que convenga a fin de que aparezca la verdad.

         Puesto en la precisión de intervenir, pues así se lo demandaban no solamente los padres de los recién casados, sino la concurrencia toda, el médico fue a donde estaba la muchacha.
         —Dime la verdad, hija mía —le pidió—, pues si no me la dices me va a dar mucha pena tener que examinarte. ¿Eres señorita o no?

         —Señorita soy —dijo ella terminante— y requeteseñorita, y examine usté sin vergüenza lo que deba examinar.

         Hizo el correspondiente examen el galeno. En efecto: la muchacha decía la verdad. Su doncellez estaba intacta.

         —Entonces —pregunta el facultativo— ¿el que no te cumplió fue el novio?

         —Sí que cumplió —dice ella—. Pero andaba muy tomado y...

         Se inclinó sobre el médico para decirle unas palabras al oído.

         Tras escuchar esa reservada declaración sale el médico del aposento, sube a la silla y dice a los circunstantes:

         —Señoras y señores. De mi parte comunico a la envitación que sí habrá vuelta. La novia pagó bien. Lo sucede es que el novio envainó mal.