¿Será enjuiciado Trump?

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¿Será enjuiciado Trump?

La pregunta con la cual se titula esta colaboración es un cuestionamiento obligado ante los hechos ocurridos el miércoles anterior en el Capitolio de los Estados Unidos cuando una turba, azuzada por el presidente Trump durante un mitin previo, irrumpió violentamente en el recinto parlamentario.

La razón esencial para formular la pregunta no es el hecho -de suyo muy grave- de haber alentado un asalto al recinto parlamentario y obligado a la suspensión de la sesión en la cual sería certificada la victoria de Joe Biden, sino una de las consecuencias más abominables de tal episodio: el haber provocado la muerte de cinco personas, una de ellas un policía.

Trump no fue al Capitolio, desde luego -aunque al final de su largo discurso, de más de 1 hora, dijo: “vamos a caminar por la avenida Pensilvania y vamos a ir al Capitolio…”-; tampoco participó en el violento asalto a la sede del Congreso y ciertamente no agredió personalmente a nadie. Pero ninguna de esas cosas hace falta para ser responsabilizado de lo ocurrido.

Varias preguntas deben formularse para tener clara la forma como su conducta personal es toda la diferencia entre el saldo trágico y una realidad alterna, es decir, una en la cual esto no habría ocurrido.

¿Se habría registrado el asalto al Congreso estadounidense de no haberse convocado a la “marcha para salvar América” como se bautizó al evento realizado frente a la Casa Blanca el pasado miércoles?

¿Los simpatizantes de Trump habrían recurrido a la violencia si no se les hubiera incitado a “luchar endemoniadamente” para “frenar el robo” del cual se duele falsamente el egocéntrico mandatario?

¿Los ánimos habrían sido los mismos si, a lo largo de los últimos dos meses, el candidato perdedor no hubiera alimentado reiteradamente la idea de un fantasioso “fraude” del cual su ejército de abogados no logró aportar evidencia alguna en numerosos recursos presentados ante las cortes?

Nadie puede, desde luego, responder categóricamente a los cuestionamientos anteriores, porque las respuestas parten de situaciones hipotéticas. Sin embargo, es posible considerar altamente probable un desenlace distinto a partir de un comportamiento diferente del líder de la turba.

Y eso es suficiente para armar un caso a partir, como se dijo al principio, de la existencia de numerosos hechos delictivos perpetrados durante el asalto al Capitolio estadounidense, particularmente el asesinato de un policía, Brian Sicknick, quien habría sido molido a golpes por los partidarios de Trump.

Del homicidio de este policía aún debe identificarse a los autores materiales, es decir, a quienes personalmente le golpearon provocándole las lesiones debido a las cuales perdió la vida. Pero sobre el autor intelectual no hay duda: es el incitador de la multitud, quien les envió a “luchar endemoniadamente”.

Este es un ejemplo simple de la gravedad de las acusaciones penales susceptibles de ser enderezadas contra Donald Trump tan pronto como abandone la Casa Blanca dentro de 11 días.

La pregunta es si el gobierno de Joe Biden, luego de realizar los necesarios cálculos políticos, una vez asumida la presidencia, estará dispuesto a cargar contra un individuo carente de escrúpulos y, por tanto, dispuesto a todo con tal de regresar el poder a partir de “su movimiento”.

Porque detrás de Trump se ubican, nos guste o no, 74 millones de fanáticos, muchos de ellos derechistas radicales, quienes no dudarán en incendiar su propio país en caso de ser convocados por su líder a defenderle contra acusaciones “fraudulentas”, como seguramente las calificaría.

No puede darse pues a Trump por muerto. Lo provocado por él esta semana es muy grave y constituye un acto atentatorio contra las instituciones democráticas a las cuales juró proteger. Pero ha logrado construir un “movimiento” de acólitos acríticos, moralmente contrahechos, como él, cuyos alcances ya han quedado claros.

Personalmente no apostaría, al menos no en este momento, al enderezamiento de un juicio penal contra Trump, lo cual constituiría su tumba política. Pero si eso no ocurre, existe el gravísimo riesgo de verle consolidarse como el líder de la base electoral más importante de los Estados Unidos rumbo a las elecciones de 2022 y las de 2024.

La clase política del vecino país debe optar por ello entre dos riesgos claros: vivir un período de confrontaciones por encausar criminalmente a Trump, o verle regresar en 2024 a la Oficina Oval.

Aristas

Como buen autócrata, a nuestro Perseo de Pantano solamente le ha preocupado una cosa en torno al bochornoso episodio del miércoles anterior: la “censura” contra Trump por parte de Twitter, cuyos directivos anunciaron ayer la cancelación definitiva de su cuenta personal.

La razón por la cual a López Obrador solamente le preocupa eso es simple: él podría correr, eventualmente, la misma suerte debido a su inclinación patológica a la mentira.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

carredondo@vanguardia.com.mx