Ser increíblemente diferentes
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Ser increíblemente diferentes
Pongamos el CRIT, por ejemplo. En cuanto te topas la cara del primer niño sonriéndote toda tu alma se esponja y tu corazón se pregunta: “¿por qué si yo tengo todo no vivo tan feliz como estos niños?”. La respuesta nos la pueden dar dos testimonios con los que me topé hace poco y que ahora les comparto. 1. Annie Clark: la caligrafía es más bella sin manos Siete años, una gran sonrisa… y sin manos. Es la perfecta descripción de Annie Clark, una niña norteamericana de Pittsburgh, Pennsylvania. Aunque aquello que más le caracteriza en realidad es su carácter decisivo: cualidad que le llevó a ganar la vigésima primer edición de la Competencia Anual de Caligrafía de los Estados Unidos para discapacitados. Un logro que ha conmovido al país entero… Su padre, Tom, dice con una sonrisa: “Mi hija siempre ha sido muy, muy autosuficiente. Es capaz de ir en bicicleta, de nadar, de abrir una lata de refresco o incluso de pintarse las uñas de los pies”. Y claro, también puede vestirse y comer sola… circunstancia que ayuda mucho a su numerosa familia: Tom y Mary Ellen Clark tienen nueve hijos, tres biológicos y seis adoptados de China (Annie entre ellos). De hecho, si uno visita a la familia Clark, se da cuenta de dónde le viene a Annie esa fortaleza de ánimo. De los seis hijos adoptados, cuatro tienen una discapacidad, entre las que están Alyssa de 18 años y Abbey de 21 –ésta última hija biológica– que tienen Síndrome de Down. “No es que buscásemos adoptar siempre a niños con necesidades especiales, pero así es como surgió todo”, dice Mary Ellen. Y mirando a su hija Annie, dice: “es una niña maravillosa. De mayor quiere ser escritora de libros sobre animales”. Una meta a la que el padre está seguro que llegará: «tiene tanta determinación que no hay nada que se le resista”. Esta sana tozudez también ha sido comprobada por los profesores. Dicen que Annie a veces puede ser un poco tímida, pero que es siempre tenaz y diligente: “Cuando escribe, quiere asegurarse que lo está haciendo en forma clara y concisa y realmente se enorgullece de su trabajo”, dice Laura Erb, la maestra de Annie de la Academia Wilson Christian. “Sostiene el lápiz entre sus antebrazos y en ocasiones tiene que pararse para permanecer dentro de los renglones. A pesar de su discapacidad, Annie nunca se queda atrás en las clases y aprende rápidamente”. Suceda lo que suceda en el futuro, lo cierto es que hoy Annie se ha llevado a casa el trofeo Nicholas Maxim para niños con discapacidad, además de mil dólares dados por la editorial Zaner–Bloser, patrocinadora del concurso. ¿Está feliz? Es Mary Ellen, la orgullosísima madre, la que responde: “Este premio le ha dado una gran confianza en sí misma. Está orgullosa de ser quien es y como madre estoy absolutamente feliz por eso”. Jason McElwain, un joven con autismo increíblemente diferente Una. ¡Dos! ¡¡Tres!! ¡¡¡Cuatro!!! ¡¡¡¡Ciiinco!!! ¡¡SEEEIIS!!… Ejem, perdón. Lo que pasa es que no puedo creérmelo. ¡Metió seis canastas en el partido! Sí, claro, no es un número muy grande, pero para él es increíble. Pero… permítanme que les presente a Jason McElwain. Jason es el ayudante de Jim Johnson, el entrenador del equipo de baloncesto del Greece Athena Highschool, en Rochester (Nueva York, Estados Unidos). Echa una mano en todo lo que el equipo necesita: traer agua, ir pasando el balón en los entrenamientos, etc. Esto no es nada extraordinario, claro. Pero hay un pequeño detalle, algo perceptible en su mirada: Jason tiene autismo. El padre de Jason cuenta que su hijo no tiene ningún problema en mostrar sus sentimientos y emociones en los partidos: “Si llegaba a casa después de una derrota, era terrible. Se pasaba todo el día gritando”. El tiempo seguía y al entrenador Jim se le ocurrió una gran idea. Jason ha dedicado mucho tiempo al equipo, así que le daría la oportunidad de sentir lo que significaba estar en el banquillo y con el uniforme puesto. Lo haría en el último partido de la temporada. Todo parecía normal. Jason seguía el partido sentado en el banquillo. Pero cuatro minutos antes de terminar, Jim se puso de pie y señaló al número 52: Jason McElwain. Después de haber estado años trayendo agua y pasando balones, iba entrar al campo de juego. Las dos primeras veces que tiró a canasta Jason falló. Jim rezaba: “Señor, por favor, que haga una canasta”. El balón le llegó de nuevo a Jason y tiró… ¡Una canasta de tres puntos! Todo el público gritó entusiasmado: Jason había anotado. Pero Jason no se dio por satisfecho: terminó metiendo seis canastas de tres puntos; una detrás de otra. Y en cada canasta, todo el público -sus amigos, familiares, incluso los contrincantes- saltaban de entusiasmo. La última canasta, justo cuando sonó el pitido final, causó la locura absoluta. Todos entraron al campo y lo levantaron en hombros. El tiempo ha pasado y hoy Jason está siendo la inspiración de muchas personas. Incluso gente de renombre como George Bush, Oprah Winfrey o Magic Johnson lo han querido conocer. Su historia ya está tocando el corazón de muchos. Jason dice que ser autista a veces le hace sentirse diferente. Pero mientras estaba ahí, a hombros y aclamado por todos, se daba cuenta que nunca se había sentido tan diferente, tan increíblemente diferente. P. Juan Antonio Ruiz, LC Con tinta de esperanza/Twitter: @PJuanRuizJLC