Seducida por el demonio
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Seducida por el demonio
“El maligno la poseyó en una noche de reventón”.
“Estimado señor Adán Majestic: He leído con interés los casos paranormales que presenta en su revista. Me atrevo a escribirle porque sé que usted es la única persona que puede explicarnos lo ocurrido el fin de semana aquí, en Saltillo.
“A la que le ocurrió todo fue a Lorena de la Peña, mi hermana mayor, que yace en la cama de un hospital en un terrible coma. Antes de perder el conocimiento logró contarme cómo sucedieron los hechos. Por suerte grabé su confesión. Anexo a la presente el cassette de la conversación, para que tenga usted más elementos de juicio. Esperando contar con su presencia, quedo de usted: Mónica de la Peña”.
Empieza la grabación:
“No me crean si no quieren, pero juro que lo que voy a decir es sólo la verdad. Sé que voy a morir, que sólo me quedan unas horas de vida. ¡Y pensar que apenas ayer estaba rebosante de vitalidad!... Era un viernes 24 de diciembre de 1997”.
Y sigue el relato. Lorena conoció a un hombre en uno de esos que ahora se llaman antros, y sintió por él una súbita atracción que aumentó cuando el desconocido dio trazas de ser galán y aventurero. Bebía más que todos, y resistió como nadie en el potro mecánico, que montó para mostrar sus habilidades de jinete.
Algo extraño sucedió, sin embargo. Cuando estaba en la monta, a aquel misterioso hombre se le salió una de sus botas. Una jovencita que se hallaba más próxima a él lanzó un alarido de terror, y luego perdió el sentido. Cuando volvió en sí dijo que le había visto al sujeto, en vez de pie, una pezuña de animal. El hombre sonrió, se quitó la bota y mostró que llevaba calcetines rojos. Seguramente fue eso, dijo, lo que hizo que la muchacha se imaginara haber visto aquella pezuña que la hizo desmayarse.
“Fue la primera vez –sigue Lorena su relato– que acepté la superioridad de un hombre. Confieso que empezaba a enamorarme por primera vez.
“Iremos por la carretera a Arteaga –le dijo Lorena al desconocido–. Conozco unas cabañitas en la sierra que nos servirán de refugio.
“¿Sabes? –habla el hombre–. Creo que no voy a poder acompañarte.
“¿Por qué? ¿Eres casado? No me importa, no soy celosa.
“No, no es por eso. Es por ser quien soy.
“¿Quién eres?
“Mi nombre es Dino Ábrego López.
“Y eso ¿qué tiene qué ver?
“¿No entiendes? DIno ABrego LOpez.
“¡El DI-AB-LO!
“A tus órdenes, mamacita. ¡Ja ja ja ja!”
Y termina el relato:
“... No recuerdo más. Pero sí recuerdo que vi al diablo, bailé con él y... ¡Tienen que creerme! ¡Una moribunda no puede decir mentiras! ¡El diablo estuvo conmigo en Saltillo!”...
Esa historia aparece en forma de “monitos” en la revista popular “Las entrañas de lo oculto”. Mi amigo Alfonso González Dávila, gran anticuario y experto en toda suerte de curiosidades, que goza ya la paz de Dios, puso en mis manos la historieta, y lo hizo porque en el último cuadro aparece esta inscripción:
“El prestigiado Cronista de la Ciudad, don Armando Fuentes, se refirió al hecho en su columna del 3 de enero de 1998”.
Bendito sea Dios... Nunca sabe uno dónde polvearán las balas.