Se venden historias: El Campeón del Barrio

¿Quién es el adulto mayor que vende semillas? ¿Qué historias y anhelos oculta en su canasta? Semanario entró a su imaginario de victorias, fracasos… y al cuarto que comparte con sus fantasmas. Como él, miles de personas de sesenta años y más luchan por sobrevivir al margen de una sociedad que los condena al abandono
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón

Texto: Jesús Peña
Fotos: Luis Castrejón
Video: Lindsey Portillo y Jesús Peña
Edición: Quetzali García
Diseño en edición impresa: Édgar de la Garza

 

El día que “El Campeón” nació, 20 de julio de 1948, Paraíso Novillero, municipio de Cosamaloapan, Veracruz, hubo eclipse. Por eso es que se jacta de decir que él es hijo del sol y de la luna, que la luna y el sol lo engendraron, que son sus padres.

“Se dice eclipse por educación, pero no, el sol y la luna estaban cogiendo, que eclipse ni que la chingada”, dice.

La verdad de las cosas es que “El Campeón” tuvo mala suerte con sus viejos: el papá se fue con otra y la madre con otro, cuando él era apenas un chamaco.

Entonces “El Campeón”, hijo único de aquel matrimonio fallido, se mudó a casa de su abuelo, un anciano que duró 115 años porque todas las mañanas agarraba a una de sus vacas, la amarraba por las patas, se metía debajo de ella y tomaba leche directo de sus ubres.

Ya pasa de las 11:00 de un día luminoso, el calor a madres, el tráfico a millón, y a las afueras de la comandancia de policía, esquina Luis Echeverría y Pérez Treviño, “El Campeón” apenas y ha vendido 60 pesos. 

“No hay nada, no hay nada. Lo que caiga, nomás pa comer”, dice.

Hace 20 años ya que Víctor Manuel Bautista Enríquez, “El Campeón”, se puso con su sombrilla azul crepuscular y su cajón de cigarros, semillas, cacahuates japoneses, paletas de caramelo rosa mexicano, pastillas y chicles para el mal aliento, en esta transitada esquina, después que los boleros de la Plaza Acuña lo echaron de la Plaza Acuña por no pertenecer a su sindicato.

“Me echaron bronca, ‘tú no perteneces al sindicato, no puedes bolear aquí’, y acabaron corriéndome, echándome a la policía. Agarré a un pinche bolero y le metí una putiza al hijo de la chingada… que me metieron al bote”.

Un comandante buenagente le dijo que se viniera a la demarcación a bolear a los policías y “El Campeón” le agarró la palabra: se puso adentro a dar bola a los gendarmes y, sí, se ganaba una feria.

Con los días decidió que mejor se iba a la esquina a vender, tranquilo, dice.

“No… voy a una fábrica y me cae una cosa en el coco y me lleva la chingada o me mocho una pata o un brazo, luego andar rogando una limosna, no, no chingues, aquí estoy bien, la llevo tranquila”.

Al pie del cañón. Lo más sabroso de su canasta son las aventuras y desventuras de este personaje urbano que se resiste al olvido.
Pelié con un cubano que le dicen ‘Mantequilla Nápoles’",
Víctor Manuel Bautista Enríquez, “El Campeón".

Llévele, llévele: 
Personaje Urbano

“¿Tranquila?”, en un periférico donde a diario circulan miles y miles de carros, tráileres, camiones, motos...

Desde entonces “El Campeón” se volvió un personaje célebre, famoso, de esta esquina con sus ruidos de motores, sus claxonazos, sus rechinidos de llantas y sus sirenas llorando.

Tanto verlo llegar a las 8:00 de la mañana y marcharse hasta la noche, que los transeúntes del periférico terminaron por acostumbrarse.

Pero hace cincuenta y tantos años  “El Campeón” no estaba acá, en esta esquina, sino en la esquina de un ring de box, en una arena del municipio de Martínez de la Torre, Veracruz, boxeando.

Su historia se parece mucho a las tramas de las películas mexicanas de los 50, donde, por azares del destino, un empresario buscador de talentos descubre en una pelea callejera a la naciente luminaria del box, al futuro campeón del barrio.

Y así más o menos le pasó a “El campeón”,

Sucedió en una pelea de exhibición en Martínez de la Torre.

Uno de los púgiles no se presentó a la función y el manager, un tal señor Toño González, tuvo la ocurrencia de que Víctor Bautista, “El Campeón”, un muchacho al que apenas y le gustaba ir a ver entrenar a los boxeadores y asistir, de vez en cuando, a las peleas de box, hiciera de sustituto.

“Me dijo ‘súbete tú’, le digo ‘¿yo?, no, ¿qué tal si me pega? Está bien grandote’, dice ‘tú ya viste cómo entrenan los boxeadores, cómo se mueven. Si te tira lo calmo’,  le dije ‘órale pues’. Me subí y me tiró el chavo y yo que le tiro y que lo tumbo y se acabó la pelea”.

Pero al “El Campeón”, no le interesaba el box.

Desde crío había sido adicto al futbol y ya los hinchas lo llamaban “Batata”, como a Milton Pinheiro da Silva, aquel goleador brasileño que jugó en la selección verdeamarilla a finales de los 70. 

Hace rato andaba un pinche loco manejando un carro, a mí me echó el carro encima y me atropelló. Cuando lo vi venir me aventé, pero me pegó en la pierna"
Víctor Manuel Bautista Enríquez, “El Campeón".

Fue la gente, dice, la gente:

“La gente, la gente, la gente, moleste y moleste la gente, ‘oye Toño, ¿cuándo sube de nuevo tu hijo?’, y Toño ‘él no quiere ser boxeador, le gusta el futbol’, y la gente ‘que suba, que suba. Se ve bien bonito peleando tu hijo’. La gente, la gente, ‘Campeón, Campeón, sube de nuevo a pelear, te aventamos dinero’, y yo dije ‘ah jijo’, porque lanzaban dinero, monedas. Dije, ‘nomás otra vez, otra vez y ya no’. Que me echan a otro chavo y que lo tumbo y la gente ‘otra vez, otra vez, otra vez’  y yo, ‘no ya…’. No pos… ya me quedé en el box, me quede”.

Con el tiempo la fisión, los periódicos deportivos del “Esto”, de  La Prensa”, le apodaron  “Vagabundo Bautista”, ni él sabe por qué.

“No sé por qué, quizá porque usaba yo ropa viejita pa pelear”.

El sordo no oye, pero bien que compone.

A la postre vinieron para “El Campeón”, 35 años de triunfos y fracasos en las arenas de todo México. Así lo señala un periódico desgastado que queda como último testigo de sus andanzas.

De ahí fue que andando los días y los años le resultó lo de la sordera.

A “El Campeón” se le fundieron los tímpanos.

“No oigo bien, no oigo bien. No sé si fue por los chingadazos o porque nadaba yo mucho en el mar de Acapulco, Puerto Vallarta, Mazatlán, Puerto Rico, Cuba. Nadaba yo y me tiraba pabajo”, dice.

Pero no le preocupa, al contrario, así no oye lo que no le conviene ni le importa, “qué chingaos. Que se están peleando, que se la mientan, yo no oigo… Así me la paso bien”, dice.

“Le digo ‘ándale Campeón vamos a que te pongan un auxiliar auditivo’ y dice ‘no, para qué voy a oír lo que no quiero’, le digo ‘ah que vivo eres Campeón’”, dice Carmen Santos, la trabajadora social de la Unidad de Integración Familiar, (Unif), de la Policía Municipal,

“El Campeón”, 71 años, es así: alto, delgado, la piel tostada por el sol, barba de varios días, cabello lacio y nevado hasta los hombros, unos cuentos dientes, manazas, usa gorra y siempre anda con los ojos llorosos, pero dice que no es de sentimiento.

“Me salen las lágrimas, no sé por qué…  Así soy chingao. No sé si es una enfermedad o una cualidad, los ojos me lloran solos, aunque no tenga dolor ni tristeza”, dice.

Fuimos caminando 10 ó 20 kilómetros, ¿tú crees?, con el fusil, con todo el equipo, bien pesadote, y llevaba yo mi cantimplora de pulque. Un baboso me puso el dedo con el comandante, me arrestaron y deserté”.
Víctor Manuel Bautista Enríquez, “El Campeón".

A 1:00 de otra tarde el puesto ambulante de “El Campeón”, que es un cajoncito de madera, montado sobre una mesa esquelética con un letrerito de chapa que reza “arreglo boiler y estufas”, y una tensa sombrilla azul crepuscular, resalta como un oasis en medio del tráfico implacable. 

—Yo no fumo, no bebo tequila ni tomo vino, pura cervecita”.

—Cervecita…

—Sí. Hay que hacer algo aquí, si no haces algo en la tierra cuando te mueras, te bajan de nuevo. San Pedro, cuando alguien se muere, le dice ‘¿tú qué hiciste en la tierra?’, ‘pos yo no hice nada’, ‘¿nada?, bájese a hacer algo, cabrón’. Y al otro, ‘¿tú que hiciste?’, ‘chupé, bailé hice el amor’, ‘ah, pos ya pasa a descansar hijo’.

Pero hay veces “El Campeón” se pasa, se empuja hasta 10 caguamas y queda como araña fumigada.

Dice y repite lo que toda la gente que ha platicado alguna vez con él ya sabe de memoria: que peleó contra “El Mantequilla Nápoles”, que salió de extra en la película “Viva Tepito”, con Carmen Salinas y Rubén “Púas” Olivares; que Javier Solís el mismísimo “Rey del bolero ranchero”, fue su papá de crianza; que tiene un repertorio escondido de más de 100 melodías y que es tataranieto de Jesús García Corona, mejor conocido como “El Héroe de Nacozari”, el hombre aquel que a costa de su vida salvó al pueblo Nacozari de parecer en una explosión de un tren cargado con dinamita, hace ya 100 años. 

¿Puro cuento?

“Pelié con un cubano que le dicen ‘Mantequilla Napoles’, (“El Campeón” pronuncia las palabras esdrújulas, como si fueran graves), pelié con “Mantequilla Napoles’ en la Arena México. La cara me acabó así, hinchada, pero yo aguantaba de a montón. El problema fue que me cortó la ceja, me cortó la ceja, pararon la pelea y le dieron el triunfo a él. Le digo “Mantecas’, ‘Mantecas’, dame la revancha’, dijo ‘no, contigo no peleo, pinche Campeón, mira cómo tienes la cara, canijo’. Después fue campeón mundial, ¿tú crees?, y cuando me veía ‘El Mantequilla’, me gritaba ‘adiós maestro’ ¿Maestro de qué?, a lo mejor de la chinga que le puse al cabrón, no manches”.

Es mediodía y a las afueras de la comandancia la marabunta de coches está incontenible.

Un cliente joven se acerca a la carpa de “El Campeón“ y pide que le venda una bolsita de semillas.

“Seis pesitos, seis pesitos, son semillas buenas eh. Si no la haces es tu problema ya. De veras, es pura semilla buena”, le dice “El Campeón”.

“Ah pos de eso se trata”, responde como apenado el muchacho y cuando se va “El Campeón” dice que le gusta bromear con la gente, para que no esté triste.

Para charlar con “El Campeón”, hay casi que alzarle la voz, hacerle señas con las manos o de plano escribirle en un papel.

“¿Eh?, no oigo bien, no oigo bien”, dice.

—¿Qué si hubo muchas mujeres en su vida?

—En todo el país he tenido mujeres: en Veracruz, en Chiapas, en Tabasco, en Guerrero, en Tlaxcala, aquí, en Jalisco …

—¿Amó mucho?

—Pos las he amado, no sé si ellas a mí.

—¿Se casó?

—Con ninguna me he casado. ¿Casarme pa qué?, ¿entonces pa qué se hizo la Revolución?, pa que no hubiera esclavos, no manches. Te casas y ya eres esclavo. No, yo no me caso. Siempre he sido un pobre solitario. No tengo vieja, no tengo vieja, ¿pa qué quiero vieja? Cuando quiero me voy a buscar a una que cobre y me la echo… Siempre he sido solo. En el box yo subí al ring a partirme el hocico… En el futbol era centro delantero y metía goles... Hasta cuando voy a la cantina bebo solo, tres, cuatro caguamas y vámonos ya…

No… voy a una fábrica y me cae una cosa en el coco y me lleva la chingada o me mocho una pata o un brazo, luego andar rogando una limosna, no, no chingues, aquí estoy bien,la llevo tranquila”.
Víctor Manuel Bautista Enríquez, “El Campeón".

Dos Veces Huérfano.

Dentro de su cajón, entre la profusión de paletas, chicles, cacahuates y semillas, hay un rinconcito destinado a la biblioteca personal de “El Campeón”: una colección mínima de El Libro Vaquero, un texto de Inglés Básico y un viejo volumen de “Historias de la Biblia” que unas monjitas le regalaron.   

¿Le gusta las noveles del Oeste?

—Me gustan mucho los vaqueros, sí. O sea que son chingones pa los chingadazos, pa disparar las pistolas, pa domar caballos.

Víctor Manuel Bautista Enríquez, “El Campeón”, dice que aprendió a leer con las historietas de La pequeña Lulú, Memín Pinguín y la Familia Burrón.

Iba a la primaria por las tardes y llegó hasta cuarto grado.

“Yo en la escuela no aprendí nada”, dice.

En la memoria tiene enquistado el recuerdo de una infancia más bien tortuosa, después que sus padres, Félix Bautista García e Inés Enríquez Hernández, abandonaron el barco del matrimonio y “El Campeón” quedó al cuidado de su abuelo, un anciano centenario.

—¿Sus viejos?

—No sé, no los he visto, no si viven o si ya murieron…

“El campeón”, rondaba los ocho años cuando escapó de Veracruz escondido en la caja de un tráiler que iba para Ciudad de México.

Allá trabajó en “La Merced”, descargando camiones de papaya, mandarina y sandía.

De noche, rendido por la faena, “El Campeón”, iba a dormir a la Plaza Garibaldi.

Allí, dice, fue que se produjo su encuentro con “El rey del bolero ranchero”, Javier Solís.

“Yo estaba durmiendo y me despertó. ‘niño, ¿qué haces?’, le digo ‘aquí, durmiendo’, dice ‘¿de dónde eres?’, le digo ‘soy de Veracruz’, ‘mira – dijo-  te llevo a mi casa y mañana te pago el pasaje para que regreses a tu pueblo eh’. Le conté mi historia y dijo ‘te vas a quedar conmigo, pero te portas bien eh niño’ y me quedé. Él Iba a entrenar box a un gimnasio que se llamaba ‘Jordán’, yo lo acompañaba, me sentaba y miraba…”.

Tras la muerte del cantante y actor en 1966, Víctor Manuel Bautista Enríquez, “El Campeón”, quedó otra vez huérfano.

Pobreza extrema. Su hogar es un cuarto diminuto donde pasa sus años dorados recordando, recordando, recordando.

La juventud no tiene edad

71 años tiene el “El Campeón”.
33% adultos mayores son ecónomicamente activos en México.
52% de la población en edad de jubilación no recibe pensión.

Semillas y sueños. Víctor ofrece sus productos e historias a quien esté dispuesto a escucharlo.Invierte en esto porque son baratas y es lo único que alcanza con el apoyo de SEDESOL y una beca del DIF Municipal.
Le digo ‘ándale Campeón vamos a que te pongan un auxiliar auditivo’ y dice ‘no, para qué voy a oír lo que no quiero’, le digo ‘ah qué vivo eres Campeón’”
Carmen Santos, Trabajadora social de la Unidad de Integración Familiar (Unif), de la Policía Municipal.

Convertir el agua en pulque

Él, que desde nene había sido monedita de la calle, se vio trabajando en los pozos de Pemex, de La Venta, Tabasco.

Después fue cocinero, después agricultor, después soldado del batallón de infantería de la guardia presidencial, allá, en Ciudad de México.

Desertó cuando, en una excursión al Río San Juan Teotihuacán, los soldados descubrieron que llevaba sus cantimploras llenas de pulque, en lugar de agua, y lo fastidiaron.

“Fuimos caminando 10 ó 20 kilómetros, ¿tú crees?, con el fusil, con todo el equipo, bien pesadote, y llevaba yo mi cantimplora de pulque. Un baboso me puso el dedo con el comandante, me arrestaron y deserté”.

Ya luego vino lo del box.

—¿Y sus cinturones, sus trofeos?

—Había una señora en Martínez de la Torre que guardaba mis cosas, se murió y se perdió todo. Ahorita nada más tengo un cinturón pa´ amarrarme los pantalones...

—¿Y plata de sus peleas?

—Yo cuando pelié gané buen dinero, pero me lo gasté, me iba a Puerto Vallarta, Cancún, Veracruz, a las playas, a nadar, a cotorrearla.

Llegó a vender en esta esquina del periférico hace unos 20 años, cuando en Saltillo no había tantos carros. Hoy son más de 300 mil.

“Hace rato andaba un pinche loco manejando un carro, a mí me echó el carro encima y me atropelló. Cuando lo vi venir me aventé, pero me pegó a la pierna y me la desgarró. Fui al hospital y me cosieron, me pusieron anestesia, pero se pasó la anestesia y ayayay, agarré la sábana, la mordí, me aguanté. Me faltó un chacho de anestesia chingao para que me curaran, el cabrón doctor que gacho, pero quedé bien. Después ese mismo loco, atropelló aquí a un motociclista. Lo agarraron. No sé dónde ande. No lo he visto”.

—¿Se va a quedar acá?

—No sé, chance me quedo y aquí me muero o chance me compro un billete de lotería y me saco una lanota, me regreso a mi pueblo.

Más sufre el diablo por viejo...

Vejez y pobreza

Además de los obstáculos propios del paso del tiempo, la mitad de los adultos mayores en México viven en pobreza.

Descuido, el enemigo

Dice el dicho que "donde hay celos hay amor y donde hay viejos hay dolor"... y lamentablemente al menos 1388 viven en abandono.

Sin infraestructura

Las proyecciones indican que la población de adultos mayores se triplicará en Coahuila y que la mayoría estará en pobreza.

 

 


 

 

 

El ocaso del campeón: 
ratas y soledad

Rumbo al ocaso de otro día un cuarto diminuto, sin agua ni luz, a la orilla del periférico, tablas podridas ciegan una claraboya; a la entrada sin puerta una cortina de cobijas raídas y una tranca de madera: La casa de renta de “El Campeón”.

“Me salgo a las 8:00 de la mañana y regreso hasta la noche, ¿pa qué quiero tantos lujos? Un colchoncito ái namás. Yo con que Diosito y la Virgencita me den salud me conformo.”, dirá más tarde “El Campeón”.

—¿Unas fotos en su casa?

—Noooo vale la pena el cuarto, es un muladar, un cuartito nomás. No tengo televisor, no tengo radio, no tengo nada, nada más un colchón viejo y unas cobijas pa taparme tengo... Un cuadro de la Virgen con su veladora día y noche, día y noche.

—¿Le gusta vivir ahí?

—Es un lugar que ni te imaginas mano, pasan los carros en la noche y hacen un ruido gacho no te animarías a vivir ahí. Yo porque ya estoy acostumbrado. A lo mejor por eso me decían “El vagabundo” en el box, porque estoy acostumbrado a vivir de cualquier manera…

“El Campeón” lleva la ropa salpicada de agujeros.

Se nota que las ratas que viven en su cuarto han sido perseverantes.

“Toda la ropa rota por las ratas.  Cuelgo la mochila y dejo algo como pan, algo, la rompen pa comérselo las ratas. Son cuatro o cinco ratas, ahorita ahí han de andar. A mí no me muerden porque me echo dos cobijas que si no....

“Mira”, dice y se golpea duro con sus manazas en el pecho y la cara, cuando alguien le pregunta por su salud y mejor es no preguntarle.

“Tengo 71 años, pero me agarro con uno de 20 y lo tumbo. Aguanto, aguanto yo aguanto, tengo el cuerpo muy trabajado”.

Fe hasta sus últimas 
consecuencias

Dice y besa fervorosamente la imagen de la Virgen que lleva colgada al cuello.

“La virgencita, mira, siempre me ha cuidado, cuando peleaba ella me cuidaba. En mi casa al acostarse rezo, rezo, rezo y pido ayuda pal día de mañana y pido ayuda pa todo ser del mundo, sean humanos o animales, amigos o enemigos, ‘que mi jefecita te acompañe y te cuide’, rezo y me duermo”.

“Ah mira nomás - dice el Campeón cuando ve pasar a una guapa muchacha camino de la comandancia - ah una cosa bonita chingao”.

Cuando quieren las musas entran de madrugada como ladronas en el cuarto de “El Campeón”, lo despiertan y él se levanta, agarra un papel, un lápiz y escupe una canción: “Una reina murió”, para Selena, otra dedicada a las madres, una para los poetas y otra pa los donjuanes.

—¿Toca algún instrumento?

—Nomás la puerta, ‘ábranme que vengo bien pedo cabrones’. Te digo que me gusta inventar cosas”.

—¿Eh cuándo sale esto?

—El domingo.

—Un día que salí yo en el periódico y se vendió todo, ¿tú crees? Allá en México cuando salía yo en Esto o en La Prensa, se acababa y los periodistas me decían  “‘Campeón’, danos una entrevista…”.

—¿De verdad?

—Se corrió la voz que salía yo en el periódico y se vendió toda la tirada, toda la tirada se vendió, ¿tú crees?, hasta andaban pidiendo más…   

Son las 5:15 de la tarde y el ruido de los bólidos que circulan por las venas del periférico es insoportable, atroz.

“Ponle casco a la morra, cabrón, pa que no se mate si se cae”, grita “El Campeón”, a una pareja de novios que se está yendo del estacionamiento de la comandancia en una moto, ella con los cabellos al viento, sin casco.

Hoy es uno de esos días malos en que “El Campeón”, ha vendido casi nada.

“Unas paletitas, fueron 12 pesos, no hay problema”.

Total nomás que salga pa la cena: atún, cebolla, chile, tomate, galletas saladas y dos tecatitas, “Ahí en mi cuarto no tengo estufa ni nada y ái tengo la compañía de gas a 100 metros, ja.  A veces vienen los licenciados, los comandantes y me regalan 50, 100 pesos, ‘toma Campeón pa que comas algo’”.

—¿Tiene hijos?

—Tengo 10 hijos o más. Esos ya están grandotes. Abogados, ingenieros, arquitectos. A veces les telefoneo: ‘¿Cómo estás hijo, cómo estás hija?’, me dicen ‘papá vente pa acá, yo te mantengo’, ‘no – le digo - estoy bien. Pórtese bien cabrón, pórtese ben cabrona, si no, ya no te voy a querer’, dicen ‘sí papá…’”.

—¿Es lindo su pueblo?

—Pos es chiquito, es chiquito, es como del tamaño de una colonia.

—¿Ha vuelto?

—Una vez fui y di una exhibición de box y todo el pueblo ahí y se quedaron bien… de que fuera yo pariente de ellos. Todos me decían, ‘vente pa mi casa, vente pa mi casa’, pero yo me fui a un hotel.

Carmen Santos la trabajadora social de la Unif dice que ha intentado convencer a “El Campeón” para que le pase el contacto de alguno de sus hijos, pero no quiere.

“De momento se llega a ofrecer o le llega a pasar algo, no tenemos ningún familiar al que le podamos avisar y siempre que le tocamos el tema dice ‘pa qué, pa qué. No…’”.

Otra mañana sus amigos de la policía dirán de “El Campeón” que es como el dueño de la comandancia porque regaña a la gente que arroja basura, se pone a dar vialidad en el periférico cuando hace falta, les llama la atención a los que maltratan el asta bandera y le da comer a las palomas. 

“Me quieren mucho, me quieren mucho…”, dice “El Campeón”.