La vida entre carnitas: Se tatúa a su modo un símbolo de resistencia

En la piel de este esforzado comerciante quedó grabado el recuerdo de la pandemia que le cambió la vida
Estigmas. La muerte de sus hijos, la de sus padres, y las graves enfermedades que ha padecido; que incluso lo pusieron al borde de morir, los recuerda en su piel. Fotos: JESÚS PEÑA

TEXTO Y FOTOS: JESÚS PEÑA

“Por la situación que estamos pasando ahorita y pos… es una marca que nos va a dejar en la vida todo esto, por mucho tiempo…”, me dijo Pablo, con esa su manera tan sencilla y lacónica de hablar que tiene, la tarde que le pregunté, por qué demonios era que se había rayado en su cuerpo una cosa así.

Luego, sin decir agua va, Pablo se arremangó la playera y me enseñó...

En el costado izquierdo del pecho de Pablo, al oriente del corazón, vi el dibujo de un puerquito: colmillos, la mirada diabólica, fúrica, rosada la piel, un cuerno como de cíclope, cubrebocas azul hospital, pantalón de otro azul más fuerte, azul rey, y una camiseta de tirantes naranja cerdo, con una inscripción en letras negras de molde que decía COVID-19.

Un puerco, con cubre bocas y una camiseta sin mangas con la palabra COVID y el número 19.

Un puerco, el animal favorito de Pablo, su mascota, ya les cuento por qué.

Aguántenme las carnitas…

Aleccionador. Lo que ha vivido este vendedor de carnitas lo ayudó a enfrentar los estragos de la pandemia con la mejor de las voluntades.

ES SU MODUS VIVENDI

Pablo Gil Gámez, 55 años, es un comerciante de carnitas de puerco, que vende en los mercados rodantes más populosos y mentados de Saltillo.

De hecho, Pablo vende carnitas desde que era un niño y este oficio lo aprendió de su padre que además era devoto de la Virgen de Guadalupe y tenía un tatuaje de la Virgen de Guadalupe en el antebrazo izquierdo.

Pablo había crecido contemplado aquel tatuaje burdo.

- ¿Por qué su padre se tatuó a la virgen?, ¿hay una razón en especial?

- Pos no sabría decirte.

UN RECUERDO DE SU PADRE

El día que Pablo le anunció a su papa que él se rayaría uno igual, es decir, que se pondría una Guadalupana en el brazo, el viejo lo paró en seco.

“Usté que se la pone y yo que se la quito…”

Lo dijo con tal voz de padre y señor mío que Pablo se arrepintió.

Pablo tenía entonces 20 años.

Pero a los 11 ya andaba al timón de una camioneta haciendo entregas de pastitas, cueritos, carnitas de puerco y puerca por toda la metrópoli.

Y le gustó.

Esa sería la herencia más grande que pudo haberle dejado su papá.

“No me dejó nada de herencia, pero qué más bonito que me enseñó a trabajar y a ser una persona responsable”.

 

DEJÓ SU VIDA MARCADA

Un oficio que es su vida: el de vender carnitas de marrano por las calles.

Ahora entiendo por qué el chancho se convirtió en la mascota, el animal preferido de Pablo.

En Pablo, no sabe por qué, quizá por influencia de su padre, había operado una propensión excesiva hacia los tatuajes.

Le fascinaba contemplar aquel dibujo rústico, hecho a la brava, de la Guadalupana en el cuero curtido del antebrazo de su papá.

Mas no olvidaba la dura sentencia pronunciada por el viejo:

“Usté que se la pone y yo que se la quito…”.

Eran tiempos de respeto.

Cuando en las familias había respeto y se respetaba, como mandamiento sagrado, la palabra de la momiza, como decían los jipis.

Ahora no, dijo Pablo, los tiempos han cambiado.

“Yo nunca tomé delante de mi papá ni fumé ni nada. Lo que hacía en la calle pos… pero nunca llegaba anunciándolo. Era mucho respeto y orita tú ves la juventud pos… no hay respeto, andan golpeado a los papás, a las mamás”.

- Usted es creyente, ¿no?

- Sí, creo que en Dios... Soy católico de corazón…

- ¿Va a la iglesia?

- Sí, de repente voy a misa, no te voy a decir que cada ocho días, pero el día que voy, voy con el corazón en la mano y lo llevo abierto… llevo el pecho abierto, bien tranquilo, bien bonito…

Más tarde, cuando Pablo estuvo crecidito, que ya pensó, que se hizo hombre, que tuvo tamaños, se rayó el pellejo con lo que le vino en gana, con lo que le nació, con lo que quiso, con lo que sintió, pero hasta entonces, antes no.

Tenía ya 47 años, mujer y seis hijos. Ya les diré cómo fue que conocí a este hombre singular.

Aguántenme las carnitas.

JESÚS PEÑA

Jefry, un viejo amigo tatuador, de esos tatuadores de barrio que uno conoce en los barrios, me había platicado de un comerciante al que le había pintado algo referente al COVID.

Jefry, no me dijo qué.

Algo relacionado con el COVID.

Algo emocional.

El susodicho señor era el dueño de un local por el rumbo de la colonia Saltillo 2000, al lado de un minisúper que está frente a una tienda de autoservicio de una cadena sinaloense.

Local de qué, quien sabe.

“Mire mijo usté ráyese, pero algo que sea de su vida”.
Pablo

Jefry, que en toda su carrera de tatuador ha rayado cientos, tal vez miles de cuerpos, no se preocupa por memorizar caras ni grabarse nombres, solo me dio por más señas, como dicen los antiguos, que el hombre aquel del COVID era el encargado del aludido local.

Que preguntara por el encargado.

Pregunta por el encargado carnal, me dijo el Jefry.

Al siguiente sábado estaba yo parado afuera de un negocio de carnitas cuyo deleitable y pegajoso olor inundaba varias cuadras a la redonda la colonia Saltillo 2000.

Se me hizo agua la boca.

Me saboree.

Confieso.

Lástima que en mi último examen de sangre salí con los triglicéridos y el colesterol hasta los ojos.

JESÚS PEÑA

Varios retratos de marranitos me miraban extrañados desde las paredes del local.

Era sábado de mercado sobre ruedas en la 2000, recuerdo.

Que buscaba al propietario, dije a un muchacho que estaba rebanando un cacho de carne sobre una tabla, con una chaira

Qué manera de mover la chaira.

Qué pericia. Me dije, mientras el muchacho se quedaba pensando, pensando y me señalaba por fin un puesto perdido en el mercado.

Que allá estaba el dueño, dijo, apuntando a la calle, pegó la vuelta y siguió con lo suyo.

Y cómo se llama, le pregunté.

Que Pablo, así nomás, Pablo...

JESÚS PEÑA

EN MEDIO DE OLORES A CARNITAS

Al rato estaba yo en el mercado, en un puesto de carnitas que olía a carnitas, con un señor chaparrito, morena tez, menudo cuerpo, gorra calada hasta las cejas y un cubrebocas bordado con la figura de un gracioso cochinito.

Que no, que no me podía atender, decía el señor entre los timbrazos frenéticos de su celular que no paraba de sonar, frenético.

Que estaba muy ocupado…

Que volviera el domingo, a cualquier hora, a la hora que quisiera.

Me fui.

A mediodía de un domingo borrascoso, de huracán, me encontraba de vuelta en el local de Pablo, decorado con retratos de chanchos, la colección de cuadros de Pablo.

Tuve ante mis ojos por vez primera aquel tatuaje del marranito COVID, pintado en el lado derecho del torso del hombre, toda una alegoría a colores.

“Es una marca que nos va a dejar en la vida todo esto, por mucho tiempo a todos los comerciantes porque pos… nos quitaron de trabajar… y estamos haciendo lo posible por empezar otros negocios con higiene, con reglas, pa salir de esto que nos está pasando. Por eso pensé en ponerme esto, dije ‘voy a ponerme algo que esté pesando’.

“La gente me pregunta, ‘¿por qué te hiciste eso?’, les digo ‘es que me está afectando la economía de mi casa, me está afectando’, y yo creo que a todos, pero me nace y me lo voy a llevar de recuerdo, porque es una cosa que pasó por mi vida”, contó Pablo al tiempo que posaba para mi cámara con su cochinito COVID.

JESÚS PEÑA

- ¿Lo marcó el COVID?

- A todos no nomás a mí, a mucha gente… Gracias a Dios ya nos dieron la oportunidad de trabajar…

Afuera la lluvia, monótona y pertinaz, de Hanna, hacia sus estragos por toda la ciudad, como el COVID.

Pablo que desde nene se la vivió vendiendo carnitas de puerco en las calles, tuvo que resguardarse, por culpa de la pandemia.

Agobiado por la crisis rentó un local y se puso a trabajar en lo que sabía: vender carnitas.

LA VUELTA DEL AISLAMIENTO

Hasta hace unas semanas que volvieron los mercados ambulantes y Pablo regreso a las calles, a su puesto de carnitas.

“Voy a ponerme algo que esté pesando”, algo actual, de la época, ad hoc con la realidad, se dijo Pablo.

Y se puso a cranear qué.

Un día Pablo y una persona muy cercana, importante para él, no dice quién, no da nombres, se pusieron a diseñar, tras una lluvia de ideas que ya estaba pronosticada, aquel tatuaje.

Imagino que el proceso creativo debió haber sido más o menos así:

De entrada, tenía que ser un cerdo porque el cerdo es el animal predilecto de Pablo, su símbolo, su emblema y lo que es más, el que le ha dado de comer durante toda su vida.

Pero y qué más…

Algo novedoso, contemporáneo…

JESÚS PEÑA

Ah ya está: el coronavirus, que había puesto patas arriba la vida de Pablo, el vendedor de carnitas, y la de todo mundo.

Había que vestir a aquel marranito, pero con qué.

Ah ya está: un cubrebocas azul hospital y una playera color naranja cerdo de tirantes que diga… COVID-19.

El resultado fue el marranito COVID de Pablo.

“Dije, ‘vamos a ponerle tapabocas’, le pusimos tapabocas, ‘sí, pero vamos a dejarle los dientitos de fuera, que se vean’”.

Pablo fue donde el Jefry, quien también puso su toque personalísimo al boceto y listo.

“Él ya lo acomodó y me lo puso’”.

Mientras Jefry lo rayaba sentado en una butaca de su estudio, a Pablo le vivo como en un flash el recuerdo de su padre.

“Usté que se la pone y yo que se la quito…”.

En una hora y media el tatuaje quedó terminado.

- Le dolió, ¿no?

- Sí, sí dolió, la verdá, me dolió más que cualquier otro. El motivo, la razón, no sé, pero me dolió… Sería por los colores, no sé…

CADA TATUAJE UNA PENA

La verdad es que, tiempo atrás, Pablo se había hecho grabar la piel con diversos motivos sobre historias que habían marcado su vida, como el COVID.

“No, tengo poco, tengo poco, no me había hecho yo… Estaba limpio… Tengo ocho años que me tatué”.

En total seis tatuajes.

Un ave fénix, por las tres veces que Pablo estuvo en peligro de muerte a causa de varias enfermedades y sanó.

Era el Pablo que resurgía de las cenizas.

“Ya no quería vivir, mi vida era muy complicada, ya no quería saber nada, nada, nada, ya le pedía a Dios ‘padre mío, recógeme, porque ya hice muchas cosas buenas y malas, si ya me toca… recógeme…’. No podía caminar, estaba todo hinchado, hinchado, así, gachote, no, no, olvídate…”.

Pero salió del hoyo.

Unos buenos médicos, unos médicos buenos lo ayudaron.

Pablo se arremangó la playera y me mostró los tatuajes que se rayó en memoria de sus dos hijos, Luis Miguel y Pablo Alán, fallecidos en Saltillo durante la guerra contra el narco, de cuando estaba la situación muy peligrosa, que estaba todo muy perdido aquí.

“Les tocó la mala suerte de que les tocó”, dijo Pablo y prefirió no entrar en detalles.

Acá, los nombres de su papá y de su mamá, que ya no están en este mundo.

Y más allá un ángel de la guarda luchando contra el demonio, éste en honor a sus 11 nietos, los hijos de sus hijos.

“Porque yo soy el protector de mis nietos, estoy matando a los demonios que les quieren hacer daño, soy el que los ve, ¿me entiendes?, cualquier cosa, ahí estoy, cualquier enfermedad ahí estoy yo, me lo tatué… por ellos”.

- ¿Sus hijos están rayados?

JESÚS PEÑA

- Nomás el güerito que anda allí y una muchachita…

- ¿No les dijo como su papá a usted: que si se tatuaban se los quitaba?

- No, no, no. Les digo, “mire mijo usté ráyese, pero algo que sea de su vida, que aiga pasado en su vida pa que diga ‘este tatuaje me lo hice cuando me pasó esto o esto…’”.

Y es que para Pablo, todo tiene que tener un significado, por eso la ha encontrado razones a tanto sufrimiento para seguir aquí, luchando a diario por su familia.