Saturnino Herrán: El proyectador indigenista

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Saturnino Herrán: El proyectador indigenista

Ofrenda. Se trata de una magna composición diagonal que permite el suave deslizamiento de una barca sobre un canal. La barca porta a un grupo de indígenas recolectores de cempazúchitl. Fotos: Archivo
La corta vida del pintor fue suficiente para provocar una larga discusión sobre su papel en la historia del arte mexicano

¿Cuál es la  impronta que deja el arte de Saturnino Herrán en la evolución de las escuelas pictóricas en México? Hoy se celebra el 130 aniversario de su nacimiento y vale la pena hacer un recorrido por el trabajo que el fugaz pintor plasmó en su obra “breve” pero inquietante.

Todo empezó para Herrán el 9 de julio de 1887 en la ciudad de Aguascalientes, donde creció bajo el influjo de la única librería de la ciudad, la de su padre José Herrán, y el intercambio cultural con su madre Josefa Guinchard, de orígenes suizo-franceses.

La información sobre la infancia del pintor es poca, pero se sabe que desde los 14 años estudiaba cursos en la Escuela Nacional de Bellas Artes en la Ciudad de México, sin embargo dos años más tarde murió su padre, lo que obligó a Saturnino a trabajar de día en telégrafos para sostener a su familia, pero continuó con su preparación artística por las noches.

Pronto el talento de Herrán se volvió merecedor de una beca que le permitió dedicarse por completo al arte,  se volvió discípulo de Antonio Fabrés, férreo defensor del realismo y la meticulosidad en los retratos, de quien obtuvo la capacidad de captar la cotidianidad del mexicano.

Cuando Fabrés abandonó la escuela, Saturnino pasó a la enseñanza de Germán Gedovius, considerado un maestro del color que enseña a su discípulo a pintar, y mientras mejoraba su técnica se dedicó también a dar clase e incluso recibió una beca para estudiar en Europa que rechazó para no dejar sola a su madre.

1912 fue el año en el que Herrán ya fue considerado un pintor consolidado, también en el que sus figuras ya se distinguen por su mexicanismo, además conoció a Rosario Castellanos, quien dos años más tarde se convirtió en su esposa y madre de su único hijo.

En 1915 realizó su obra maestra, el tríptico “Nuestros dioses” un friso en el Teatro Nacional (hoy el Palacio de Bellas Artes), que entonces estaba en construcción. A partir de entonces se dedicó a perfeccionar su técnica hasta octubre de 1918, cuando su salud se deterioró rápidamente por un mal que no le permitía digerir bien los alimentos.

Descripción. Herrán adoptó como tema de sus obras las costumbres cotidianas del pueblo de México, por su dominio de la técnica y a su capacidad para reflejar diversos estados de ánimo.

El periodo de malestar fue muy veloz, pues tras ser operado de emergencia el 2 de octubre,  murió el 8 del mismo mes, cuando tenía 31 años.

Hay quien asegura que la temprana muerte de Saturnino despojó a México de un gran talento que Martha López y Juan Cruz desentrañaron en su artículo “Modernismo: pasado - presente, el México de Saturnino” publicado en la revista Tzintzun.

Ellos explican que el característico indigenismo, mestizaje e idea de la nación que abundan en las pinturas de Herrán son solo una respuesta a la forma en la que el  siglo 19 el arte era un posicionamiento de los creadores frente a la adversidad que atravesaba México.

En aquel entonces, hablamos de fuertes cambios demográficos, sociales y políticas de los que eran protagonistas los “nuevos mexicanos”, quienes vivían en el contraste de la sociedad industrial estadounidense.

En el arte, México respondía a la riqueza de los movimientos estéticos europeos, a lo que Herrán se unió plasmando su visión del mestizaje como una síntesis de diversas culturas y una respuesta a la nueva mexicanidad.

Utilizando figuras indígenas, criollas y mestizas Herrán extendió sus valores de la belleza y los conjugó con temas históricos y mitológicos de México, logrando un mensaje muy personal, idealista y hierático.

Los articulistas explican que muchos consideran al pintor un artista de paleta pobre, sin embargo para ellos, los maestros de Herrán fueron una influencia que le sirvió para desarrollar una paleta propia, de técnica mixta que evoca, por la inventiva característica del autor, atmósferas tanto prehispánicos como provincianas y urbanas.

Aseguran también que el alto academicismo del pintor es otro de los factores que le dan importancia a su obra, pues aunque a su muerte Saturnino continuaba estudiando su técnica, durante su corta vida logró un manejo notable de la misma que supo coordinar con una gran creatividad.

Incluso lo definen como un gran observador de trazo espontáneo que pudo prolongar el nacionalismo con recursos visuales que le dan paso a una estética neoprehispánica, arrancándola de la europea monstruosa y usándola como un recurso para el goce estético.

Considerando la relación de los mexicanos con sus símbolos, y la forma en que las sociedades democráticas comienza a ser menos adeptos a las imágenes y los símbolos, resulta curioso que un artista que los abunda en su trabajo haya logrado trascender así.

Ellos aseguran que Saturnino logró esto por el gran mérito de haberlos utilizado de manera temperada y bien lograda. A 130 años de su nacimiento, los grandes artistas mexicanos y extranjeros reconocen el valor de su obra y la riqueza que representa para el acervo de la plástica nacional.