Saturnalia 2.0

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Saturnalia 2.0

Ya otros años hemos reflexionado acerca del verdadero, verdadero significado de la Navidad, fecha en el calendario que de origen poco o nada tiene qué ver con el natalicio de Yisus H. Cráist, sino que era una muy pagana, bien posicionada y mejor apreciada celebración en la Antigua Roma: las Saturnales.

Las razones para entregarse al jolgorio durante estos días resultan casi orgánicas y hasta naturales. Anticipando el duro invierno, cualquier sociedad ancestral se regalaba unos días antes de su hibernación forzosa, en una fiesta que coronaba los esfuerzos de un año y se regocijaba por el renacimiento del Sol (esto, por supuesto, en el hemisferio norte, pero seamos honestos: ¿A quién le importa lo que ocurra en el hemisferio sur?).

En un principio, la autoridad romana trató de regular estas fiestas, abreviando el periodo de asueto (de tres o cinco días como máximo), pero la gente no lo permitió y siguió prolongando la pachanga durante siete días al menos, por lo que la autoridad no tuvo más que ceder.

Así que Roma nos aportó también este embrionario maratón navideño que ya en América y concretamente en México, perfeccionaríamos y extenderíamos del 12 de diciembre al 6 de Reyes.

En las Saturnales tradicionales se observaban además muchos rituales, como adornar las casas con plantas, luces y otras decoraciones:

-¿Qué es eso que estás colocando en tu fachada, Cretinus Máximus?

-¡Ah, es un inflable de Snoopy que compré en AVRRERÁM!

Luego, como los señores de Roma se sentían magnánimos después de un año venturoso (y no se diga ya punto pedos), comenzaron también a dar una compensación extra a sus esclavos y servidumbre, para hacer participar a todos del espíritu de la temporada y no ver caras largas que les arruinasen las fiestas y la digestión.

De manera que también les debemos la invención del aguinaldo.

¡Pero espere, aún hay más!

Como por aquellos tiempos, por aquellas fechas, andaban todos con algo extra en los bolsillos, y hasta el más humilde se sentía dadivoso, eran bastante frecuentes los intercambios de regalos.

-¿Qué le obsequiaste al tribuno?

-Una vasija… ¿Y tú?

-Una doncella.

-¿¡Una doncella!? ¡Por Júpiter, Ingratus! ¡Quedamos que el límite serían dos denarios!

Así es, los zalameros y “quedabién” también se remontan dos mil años en la historia.

Una costumbre que sin embargo no prosperó hasta nuestros días, al menos no en su forma más pura, era un juego en el que los siervos invertían roles con sus amos.

Los vasallos aprovechaban la ocasión para hacer mofa de sus señores, les ridiculizaban, imitaban y les espetaban todas sus verdades a la cara. Los amos estaban obligados a aceptar todo de buena gana y con mejor talante, (lo que no supone gran esfuerzo, si el resto del año se continúa ocupando la mejor posición de la cadena alimenticia). Haga de cuenta en la posada del trabajo, cuando con unos tragos encima, usted y su jefe se pierden el asco, se dicen cosas en confianza, se ríen de buena gana y usted piensa: “¡Ya chingué! Seguro que en enero me nombra Supervisor Godínez Adjunto”. Pero se llega el Día de la Candelaria y ya en la celebración de los tamales, usted quiere volver a bromear con el patroncito y éste nomás se le queda viendo con cara de oso estreñido y le dice: “¡Vuelva a su trabajo Domínguez!”. ¡Pero usted se apellida Zamarripa!

Finalmente, ya cuando por alguna razón histórica que no termino de entender, el mismo Imperio que crucificó a Jesús y persiguió a muerte a los primeros cristianos, tuvo mucho interés en que el pueblo abrazara esta fe fundada en las enseñanzas del carpintero pobretón judío, una de las mejores formas que encontraron para imponer esta doctrina fue resignificando las Saturnales, ahora como la Natividad, es decir, el nacimiento del profeta de la nueva religión oficial. Un poco lo que hicieron los españoles con las deidades autóctonas mesoamericanas, a las que nomás rebautizaron como santos, santas y la Virgencita Plis.

La edición COVID de la Navidad o, como a mí me gusta decirle, la Saturnalia 2.0, exige mucho de nosotros, para no permitir que decaiga nuestra propia moral, ni la de nuestros seres queridos y allegados más vulnerables. Quizás tengamos que hacer un esfuerzo extra para recuperar el ánimo tras alguna pérdida, asociada o no a la pandemia. En cualquier caso, deberemos observar al mismo tiempo las medidas básicas para prevenir un contagio porque no podemos darnos el lujo de bajar la guardia.

La Navidad es la improbable fecha de nacimiento de un improbable mesías (cada quién su fe).

Las Saturnales en cambio son la celebración de un hecho mucho más palpable: el saber que hemos dejado atrás la noche más larga y oscura. Y el regocijo de que el Sol nos volverá a dar su luz y su calor.

¡Que así sea!