Saltillo, la ciudad de la meritocracia

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Saltillo, la ciudad de la meritocracia

Q.E.P.D. El king de las batallas escritas; rest in power, el grave.

En la pasada jornada electoral, denominada como la más importante de la historia, la capital de Coahuila presenció el triunfo de la meritocracia, del aspiracionismo, del clasismo y del miedo por cambiar el statu quo. La clase media alta y empresarial de la ciudad, ubicada en la zona norte de Saltillo, cuenta con 52 de 377 secciones electorales del municipio, mismas que orgánicamente votaban por el Partido Acción Nacional, histórico opositor del Partido Revolucionario Institucional en Coahuila.

El Partido Acción Nacional se desdibujó del panorama político local, lo que generó una elección de pares y no de tercias, como comúnmente sucedía en anteriores procesos electores en Saltillo. Por tal fenómeno, el voto útil panista se sumó aritméticamente al PRI y la zona norte de la ciudad arrasó 3 a 1, en promedio, a Morena en cada sección electoral, propiciando una alianza de facto, como sucedió en otras entidades del país.

El voto de castigo de las clases medias y altas fue en contra de las ambiciosas políticas populares del presidente Andrés Manuel López Obrador y la 4T, así como de las y los candidatos de Morena que abanderaban el proyecto de cambio en la ciudad, prefiriendo otorgar un “voto útil” a su acérrimo rival -PRI-.

Este “voto útil” también fue un manifiesto de miedo y aversión a las clases, histórica y socialmente marginadas y subordinadas, quienes ellos consideran inferiores. Lo que no saben es que estas clases ven al gobierno federal actual como un ente ya no ajeno, sino intrínseco -propio- a ellas, que les otorga poder social en el avance de su inclusión como clase en la vida pública del país, cosa que durante el periodo neoliberal no tuvieron.

Sin embargo, esta inclusión de las clases bajas a la vida pública, por parte del gobierno de la 4T, se convirtió en una competencia para la clase media en la búsqueda de satisfacer sus aspiraciones de pertenecer a las estratificaciones más altas de la pirámide social.

El estrato social que se identifica como clase media representa el 61% del total de la población mexicana. Parte de asumirse así se debe a una condición de estatus social, político e ideológico y no necesariamente económico; por el hecho tener acceso a ciertos derechos y privilegios a los que otras clases consideradas inferiores a ellos, no pueden acceder. Se identifican como clase media, plenamente por una condición subjetiva dentro de una plataforma ideológica propia de la clase a que asumen pertenecer, ya que, en el estricto sentido económico, no lo son, solo el 12% de la población mexicana es clase media, y esto es porque sus ingresos ascienden a un ingreso mensual de 64 mil pesos.

No obstante, la mayoría de los que se asumen de clase media persiguen el anhelo de algún día pertenecer a la clase empresarial utilizando los medios necesarios para obtener ese sueño, con criterios bastante individualistas y nada colectivos ya que conciben un entorno en constante competencia con ellos, inclusive hasta de los que pertenecen a su propio estrato social. Su visión de la realidad tiene su base en el mérito del propio esfuerzo para obtener el reconocimiento social por hacer o haber realizado una actividad y esa es la esencia de su plataforma ideológica.

Se desgarran sus vestiduras por siempre aspirar a “algo mejor” individualmente, despreciando el bien común y negando la existencia de las injusticias sociales, fundando su discurso en su plataforma ideológica; “con mis propias manos he construido mi riqueza, sin andar mendigando un apoyo económico”.

Aluden a la aversión y al clasismo con sus prejuicios hacia las clases sociales inferiores denominadas “pobres”, aún más ahora, por ser incluidas y reconocidas en un programa de gobierno para mejorar su calidad de vida y alcanzar un bienestar social digno, como lo procura el gobierno de la 4T en su cruzada “por el bien de todos primero los pobres”. Esto quedó demostrado en la pasada jornada electoral negando la oportunidad de instaurar un gobierno progresista en Saltillo, impidiendo lograr un equilibrio en las condiciones sociales y un acceso a derechos entre las clases bajas con respecto a las clases altas.

La clase media aspiracionista es diagnosticada con el síndrome de doña Florinda -personaje de ficción creado por Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” en “El chavo del 8”-, quien subjetivamente se asumía con mayor acceso a ciertos privilegios -solo por tener un poco más ingreso-, de los que carecían en el resto de la vecindad. Doña Florinda, a pesar de también vivir en la vecindad, se sentía superior al resto de los avecindados, los miraba con desprecio e inferiores a ella, llamándolos chusma, cegada por su clasismo y aspiracionismo, negando su origen de clase por no aceptar las condiciones materiales en las que vivía.

Entre los estratos sociales de la clase media, existe una “clase media ilustrada” que, en 2018, votó por el movimiento encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, pero que en esta ocasión decidió votar en contra de las políticas populares de la 4T porque “no han dado los resultados prometidos”. Sin embargo, “los ilustrados” se encapsulan en su ceguera ideológica de no reconocer los logros del gobierno federal porque no se benefician directamente de ellos por no ser la clase preferente en la actual administración. Desde el principio se dejó claro que el proyecto es -y será- por el bien de todos: primero las y los pobres de México.

El anterior comportamiento deja por descubierto la visión de la clase media en todas sus facetas –moderada, equilibrada y radicalizada-; una clase social que cambia sus preferencias si la situación no le es conveniente, si modifica su comodidad; que prefiere conservar el statu quo, a pesar de haber obtenido muy pocos beneficios de él, porque se siente cómoda con lo alcanzado, niega el cambio y reacciona para evitarlo. 

Lo preocupante del fenómeno suscitado en la pasada jornada electoral en Saltillo, es que no fue un caso aislado, sino que fundó una estructura de pensamiento en relación al ente individual y no colectivo, la clase media es un ser reaccionario por naturaleza, y lo volcó en tener miedo infundado modificar su comodidad de los méritos obtenidos; en su lucha por alcanzar la estratificación social más alta de la pirámide social, exteriorizan su clasismo y aspiracionismo. Esto siembra en el imaginario colectivo de la ciudad la aporofobia –odio al pobre-, por sentir que su desarrollo implicaría competencia en la lucha por mantener su estatus de clase y trascenderlo. Vivimos en pleno siglo XXI y en la “sociedad moderna” permean ciertos discursos, actitudes y pensamientos que lejos de ser progresistas, acarician el fascismo.

Dedicado a la memoria de Antonio Helguera, un ser humano de vanguardia, militante de las causas justas y un fenomenal caricaturista.