Saltillo 444: la invención ideológica

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Saltillo 444: la invención ideológica

La reciente iconología en torno al aniversario 444 de nuestra ciudad es ocasión para profundizar en las implicaciones simbólicas y políticas de los discursos que articulan su celebración

Lo que ya se sabe: la originaria fundación de Saltillo permanece en el misterio. Debemos al ajuste a modo para que su aniversario 400 coincidiera con el periodo de Óscar Flores Tapia la cronología actual. Podríamos decir que a  partir de ahí empieza la falsificación, o más bien, a partir de esa primera intención del uso ideológico de una efeméride, la historia y la identidad cultural empiezan a ser para los sucesivos regímenes políticos de Coahuila una máscara de legitimación.
Así, cada gobernante agarró su héroe y lo volvió estandarte: a veces Madero, muchas veces Carranza, o ya de plano, todo el panteón de personajes de cualquier gesta histórica.
Pero de un tiempo a acá, el discurso cambió: no bastó la parafernalia patria para la pretensión de conectar con los sentimientos del ciudadano de a pie o del electorado; así se pasó a explotar en aras de dicho discurso legitimador sus paisajes y riquezas naturales, a sus artistas, su gente y su cultura. Lo interesante —o revelador— es el subtexto de los recientes productos audiovisuales que pretenden ensalzar el “orgullo de ser de aquí”.
Analicemos uno de estos videos: la toma inicia con un acercamiento a un sonriente joven con apariencia de empresario dominando al amanecer el horizonte de la ciudad, luego hace fundido a dos jóvenes rubias que se carcajean en cámara lenta, andando a través de una plaza comercial; se encadena a una línea de producción de autos, luego a unos viñedos, unas personas consumiendo vinos —aparece un empresario y también ex alcalde—, se entremezcla con alusiones a restos paleontológicos, tomas aéreas de la ciudad —el siempre demagógico dron—, gestas deportivas y suertes de charrería.
Se repiten las palabras “orgullo”, “tierra bendita”, y que somos una “tierra de campeones”.
Es curioso que los ideólogos del turismo municipal y sus videoastas pidan prestados atributos que corresponden a otros municipios para ensalzar la supuesta grandeza del nuestro: los vinos de Arteaga y de Parras, los dinosaurios de General Cepeda, las armadoras de Ramos Arizpe o las bellezas naturales de la Sierra Madre.
Sin embargo, lo que no aparece en esta iconología —en esta ideología— son los barrios tradicionales, los migrantes del sur de Zacatecas que han conformado la mitad sur de la ciudad, barrios como la Cárdenas, La Minita, la Chamizal, La Bellavista y el Ojo de Agua desde hace más de medio siglo —el sur también existe—, los tesoros ocultos de su centro histórico, los oficios en agonía, el populoso mestizaje, la terca pujanza de su gente de a pie, sus esforzados estudiantes, sus ásperos viejos, sus afanosas amas de casa. Porque, otra vez ¿Cuántos habitantes de Saltillo podrían hacer la ruta Vinos y dinos, desempeñarse como relajados empresarios, convertirse en campeones deportivos o tener la posibilidad de practicar la charrería? ¿No serán entonces estos productos audiovisuales, estas frasecitas tan bien pagadas y esos vídeos tan bien editados —como aquel Saltillo 400—, una suerte de producto erigido de falsedad y auto complacencia?

Espejismos
El peligro de todo mito es que sus propios artífices terminen por creérselo. Entonces la mentira se vuelve un velo que no permite ver la compleja realidad, con sus urgentes matices: un centro histórico cayéndose a pedazos, un patrimonio cultural en riesgo de desaparecer debido a la especulación y el desinterés, una sociedad estratificada, desligada de sus auténticos símbolos culturales, un capital humano desperdiciado y hundiéndose en la desesperación ante la falta de oportunidades de un crecimiento humano integral.
¿De qué le sirve al desarrollo y la cultura de nuestra ciudad pagar el diploma de un récord Guiness de la Rosca Más Grande del Mundo?  ¿Qué valor agrega a Coahuila tener la Silla de Montar o La Matachinada Más Grande del Mundo? ¿Hay Matachines en Siberia, París, Estambul, Dinamarca que le puedan competir por el récord? ¿Toda esa parafernalia biopolítica de adhesión en torno a un proyecto electoral, para qué? ¿Necesitan las centenarias tradiciones como la danza devocional de nuestros barrios de un aval publicitario? Los danzantes que antes honraron a santos, barrios y a vírgenes ahora los traen hasta en las campañas políticas.
¿Cuál es el afán de comprar tan caro grandezas inventadas y prestigios prestados?
Así, la auténtica cultura popular deviene pretexto y comparsa de un ejercicio vacío de culto a la personalidad y política ranchera. La interrogación final es ¿Qué patrones, identidades y valores culturales y humanos pretende promover y rescatar la celebración de la fundación de nuestra ciudad?
Ello sin mencionar la continua exaltación de un chovinismo recalcitrante: ese sesgo cognitivo que imposibilita entender aspectos abstractos, como los matices y las diversidades culturales de cada región. Frases como, “tenemos a los mejores”, “somos un modelo” pueden parecer inocentes, pero llevadas a lo último pueden ser altamente nocivas. Baste el ejemplo de lo que este pensamiento provocó en regiones como la extinta Yugoslavia, hace apenas treinta años. Es pertinente entonces volver a la nitidez de Schopenhauer, cuando escribió que: “Todo imbécil execrable, que no tiene en el mundo nada de que pueda enorgullecerse, se refugia en este último recurso, de vanagloriarse de la nación (a la tierra) a que pertenece por casualidad”.

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