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Sacrificio de popularidad
Si hay algún exmandatario que posee la autoridad moral de poder hablar públicamente para explicar cómo lidiar exitosamente con una crisis financiera y dar recomendaciones a los gobernantes para evitar caer en ellas, es Ernesto Zedillo Ponce de León.
El expresidente mexicano, quien gobernara desde el año 1994 al 2000, le tocó agarrar el toro por los cuernos haciendo frente a la famosa crisis del tequila en 1995, que desembocó en una recesión económica con el colapso del sistema bancario en el País, la fuga de reservas internacionales y la devaluación del peso, que a la postre detonó en la adopción del régimen cambiario flexible.
El ahora profesor de la Universidad de Yale -cargo que ocupa desde que terminó su período presidencial hace veinte años- advirtió hace algunos días que se requieren medidas económicas para evitar un desastre financiero, toda vez que la quiebra generalizada de empresas y la pérdida de empleos, podría detonar una crisis en el sector bancario.
Esta advertencia se suma a la declaración de semanas atrás por parte de Alejandro Díaz de León, gobernador del Banco de México, en el sentido de que los bancos tendrían que estar preparados para un eventual escenario de moratorias por parte de sus clientes.
La experiencia que vivimos en México hace veinticinco años, así como episodios similares en otros países, ha sido bastante ilustrativos como para que no quepa ninguna duda de la importancia estratégica que guarda la estabilidad del sistema financiero para la actividad económica en su conjunto.
Ernesto Zedillo comentó que para hacer frente a la situación se requieren de sacrificios de popularidad de los mandatarios, a fin de evitar que los daños a la economía sean irreversibles. Citó como ejemplo, que los gobiernos deben activar mecanismos de apoyo temporal tales como incentivos fiscales para las empresas, reducir inversiones en proyectos poco rentables, aplicar impuestos ambientales e incluso a recurrir a la deuda pública.
Cada una de las recomendaciones planteadas lleva un mensaje implícito para quien despacha en Palacio Nacional. Porque ni los incentivos fiscales a empresas, ni la opción de acudir a la deuda y ni que decir de dejar de derrochar recursos en proyectos inviables –léase Pemex– parecieran ser opciones que se estuvieran considerando en esos momentos.
El mensaje fue bastante claro y mal haríamos en pecar de soberbios y desestimarlo. Un sacrificio de popularidad, como bien lo nombró Zedillo, implicaría abdicar de las ideas que gobiernan la actual política económica y tomar el camino de la sensatez y la prudencia.
Economista y Catedrático de la Universidad La Salle Saltillo @guillermo_garza