Rumor de la catástrofe

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Rumor de la catástrofe

Sofía es una niña de dos años. Una niña que comete muchas tropelías, pero cuando sonríe todo se desvanece.

Ayer estuvo divirtiéndose en una pequeña bañera. Reclamaba más y más agua porque quería fregar minúsculos objetos para ella importantísimos.

Emitía carcajadas de elfo, porque los elfos, como todos sabemos, existen y ríen muchísimo. Se ríen de nosotros, los adultos.

Sus padres, preocupados, me comentaron que Sofía ha empezado a rayar las paredes con ceras de colores. Cuando vi sus bocetos me sorprendió la maestría de su trazo.

Los niños pequeños y los alienados no saben de normas estéticas, por eso hacen obras maestras.

Observé con atención lo que sus jóvenes padres llamaron “garabatos”: vi personajes encorvados y aquilinos, ropajes espectrales, aves fantásticas, flores extrañas, imposibles paisajes mentales.

Con la ayuda de mi primitivo teléfono celular, hice algunas fotografías de aquellos dibujos para verlas con detenimiento a solas.

“Ahí hay un poco de pintura. Más tarde le doy una pasada para borrar todo”, dijo su papá.

Sofía se mantuvo indiferente. Hacía grandes burbujas en un tubo de color verde que le había regalado unos días antes y armaba una algarabía cuando lograba formar una tan grande como bola de billar.

“No, no, dije, no borres nada. Déjalo como está. Sofía seguirá haciendo sus dibujos en la pared por mucho que pintes sobre ellos. Además, son muy hermosos, muy interesantes… Déjalos como están…”

Con sentido práctico, la madre de Sofía dijo que era mejor dejarlo así, para luego pintar todas las paredes y no sólo partes de ella.

Por la noche estuve observando aquellos dibujos en la pantalla del teléfono. Me pregunté por qué los dibujos de los niños pequeños suelen ser tan expresivos, tan “expresionistas”.

Recordé una parte de un sueño que la pequeña Sofía, en su lenguaje apenas gestándose como un milagro en cámara lenta, me había contado apenas hace unos días.

Me pregunté si algunos de aquellos dibujos podían ser la ilustración de su sueño.

La Quinta del Sordo, dije en voz alta para mí mismo. Pero seres como los que Sofía había dibujado con gran libertad de trazo en la pared no podían tener relación ninguna con la obra terrorífica de un artista como el que decoró su casa tan tenebrosamente.

¿O es que en los niños pequeños se reproducen los miedos ancestrales de la humanidad?

Las formas que observo en la pantalla del teléfono poco o nada tienen que ver con la pequeña que juega en su mesita de madera pintada de rosa y celeste, con esa linda niña de apenas dos años de vida que se resiste a comer verduras pero que quiere devorar chocolates todo el día.

Me atrae especialmente un personaje que no puedo dejar de mirar en la pantalla y cuyo sentido me gustaría descubrir:

¿Quién es, qué representa ese personaje que emerge de líneas parecidas a lenguas de fuego o a verticales y ondulantes hojas de planta marina?

¿Quién ese hombre -¿esa mujer?- de enorme y picuda joroba con una cabeza de pájaro que echa hacia adelante en mitad del pecho mientras sus brazos cuelgan como trapos?

¿O se trata sólo de una botarga, uno de esos personajes frecuentes en las fiestas infantiles? ¿La pequeña Sofía sólo representa una experiencia reciente?

Cuánto debe el arte moderno y contemporáneo al de los niños, vuelvo a pensar. Y cuánto también, dirán los expertos, al de los alienados.

Recuerdo al alemán Hans Prinzhorn, quien estudió en el siglo XIX la pintura de los enfermos mentales, internos en despiadados sanatorios.

Pero no conozco un trabajo de esa magnitud dedicado al arte de los niños: todos los estudiosos suelen quedarse en la descripción y en la actitud un tanto condescendiente que exalta “la creatividad infantil”.

Tendríamos que coleccionar, exponer, catalogar, estudiar el arte de los niños pequeños, antes de que la escuela destruya para siempre su espontaneidad y los aprisione en un mundo de normas, de clichés y de moldes de hierro; un mundo del que no podrán escapar porque fue diseñado para vaciarlos.

Abriré una carpeta para las obras de Sofía. Necesito saber qué secreto ignora ella misma. Necesito saber más de ella misma, de mí, de nosotros. Necesito que no se olvide de ella.

Y debo hacerlo ya. Antes de la catástrofe.