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Román Cortázar: La vida en el poema
El poema, nos dice Román Cortázar, es un lucero caído sobre el silencio eternamente como lluvia contra la ventana. El poema, escribe también, es un animal hecho para atraparse con una red, un pájaro con el cuello roto y el pulmón sangrante. Leo otra vez el libro “Las derrotas del silencio” (Vaso Roto, 2019) y veo cómo crece la luminosidad sobre las páginas. Crece la vida al paso de los versos porque entre esos versos habitan los años. Intento tomar entre mis manos las artes poéticas que Román evoca. Quizá se me escapen algunas, pero apunto otras: el poema tiene forma de aguacero, el poema es un animal que dice la verdad, que necesita amor; la mariposa cargando el poema, no volverá. Detrás de las imágenes, las preguntas, la noche americana, la revolución, el profundísimo amor.
Siempre he pensado que Román, aunque nació en Mérida en 1980, no tiene un lugar de origen sino muchos. Anda por todo el mundo. Como él mismo dice, “es un barquito buscando su puerto”. Llegó hasta Uruguay por invitación de Eduardo Galeano y desde entonces se convirtió en el mayor experto en la obra del autor de “Las venas abiertas de América Latina”. Lo digo sin exagerar, es poco probable que alguien más haya hecho una investigación tan grande sobre él. En el camino tuvo otros maestros como Tomás Segovia y Juan Gelman. Se enamoró de la poesía de Panero y del erotismo literario de Juan García Ponce. Prefiere a los poetas que andan fuera del centro, a los marginales y transparentes. Gracias a Román me enamoré también de Galeano y conocí la belleza de Idea Vilariño, de Rodolfo Walsh, de Raymundo Gleyzer. Me compartió ese otro universo por el que navega y que de alguna manera he vuelto mío. Todas estas voces, y otras tantas, invaden su poemario, espacio donde el poeta canta un destino.
Me cuesta escribir con distancia sobre “Las derrotas del silencio” porque es un libro que me ha acompañado, de diversas formas, los últimos años. Diré que la obra va in crescendo. Inicia con poemas de corto aliento, ráfagas poéticas sobre la escritura, guiños a las lecturas pilares del autor como “El pabellón de oro” de Mishima o los cantos épicos de Homero, reflexiones líricas sobre Nietzsche y Ángel Rama: voy caminando los pasos de otros, declara. Aparecen, a la par, los poemas amorosos. La voz, la intensidad, se sostiene: “no sabes cómo crepita tu ausencia / en mis labios / ahondándolo todo / gloriosamente / mas si de amarte dejara / este poema enamorado /se volvería nieve”.
El poeta lector es el mismo que el poeta amante o poeta filósofo. El poemario es la historia de Román en sus batallas contra el silencio. Hay un largo blanco en la página. Como si ese espacio lo asechara sin vencerlo. Pero este trabajo va más allá de un discurso poético sobre lo íntimo. Con atrevimiento pienso que es un homenaje a la otredad. Los otros que somos nosotros, como meditó Arthur Rimbaud. Muchas veces he escuchado a Román decir que la escritura nunca es solitaria. Es un diálogo constante, un tejido (raíz de “texto”) de los que nos hicieron vivir y soñar. Así empieza la parte final de “Las derrotas…”: poemas ahora de largo aliento que alejan “lo blanco” de la hoja. Las letras caminan, inundan. El poeta se consolida en “¿de qué está hecho el mar?” y “desafinado”. Deja ver su espíritu de lucha, de rebeldía en “revolución” o “rodolfo walsh”, porque sin amor no se puede pelear contra lo injusto. El amor del poema devasta: “que latiendo hasta los huesos canta / así respira el mundo / así entra la tierra en las flores”.