Robos, avaricia y austeridad
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Robos, avaricia y austeridad
La sección “Mi seguridad” en Vanguardia reporta numerosos robos: “Saquean residencia en Saltillo, se llevan 3 millones en joyas y tres mil quinientos dólares…. Roban de casa cartuchos, esposas y dinero en efectivo…. Saquean el Recinto de Juárez… Roban negocio de comida en la República.”
El número de denuncias por robo aumentó: en enero de 2017 sumaron 939 expedientes comparados con 785 en el mismo mes del año pasado. Los robos a casa habitación fueron los más comunes, al reportarse 259 averiguaciones. El ladrón solo puede vender las joyas en una casa de empeño por una fracción de su valor real.
Es típico que los ladrones después de un golpe entren en estado eufórico y, en pocos días, se gasten el dinero hurtado en ropa, juego, mujeres, comida fina. No invierten, empobrecen rápido y vuelven a robar para consumir.
Robar instituciones en lugar de individuos, les produce más dinero. Los bancos dejan más para los ladrones y no se diga las instituciones públicas y privadas. Si a los ladrones de a pie rara vez los atrapa la justicia, a los de cuello blanco o políticos se les castiga cada que pasa el cometa Halley.
El 37% de los saltillenses les molesta que los políticos no sean honestos. Al 19% les molesta que los políticos roben.
¿A qué se debe la conducta de robar? Supongo que a la avaricia y el consumismo. Definiciones: “La rapacidad es causada por la avaricia, contraria a la justicia. El hurto es una especie de fraude. El apetito de ganancias sucias pertenece a la inquietud, la rapacidad, a la violencia, de la que es especie.
La rapacidad es sinónimo de rapiña o robo con violencia. La avaricia es el afán desordenado de acumular bienes materiales. Es una delectación enfermiza en la posesión de bienes de todo tipo.” Dice Alejandro Ortega que la avaricia es una forma de egoísmo, el avaro piensa sólo en sí mismo, su vida es la satisfacción de su sed insaciable de poseer más y más. Las necesidades ajenas le pasan desapercibidas, descuida otros aspectos esenciales de su vida.
Según las preferencias personales, es posible codiciar prácticamente cualquier cosa: casas, automóviles, joyas, billetes. La avaricia entra por los ojos, se instala en su corazón, y este tiende sus múltiples y alargados tentáculos a todo lo que esté al alcance. Y una vez asido, difícilmente lo suelta.
Quien ama el dinero, no se harta de él. Puede llegar incluso a arruinarse con tal de seguir acumulando lo que en realidad no necesita. El avaro es un esclavo, más que poseer, es poseído por sus pertenencias. Su corazón se apega de tal modo a las cosas materiales que pierde la libertad. El avaro no puede compartir sus bienes. Cuanto más se enriquece en posesiones, más se empobrece como persona. El avaro, poseyéndolo todo, se siente vacío.
“Tarde o temprano se da cuenta de que nada es capaz de saciar la sed de su ambicioso corazón. Y es que ningún bien material, en la cantidad que sea, está hecho a la medida de su corazón. Porque el corazón del hombre tiene aspiraciones trascendentes que ningún bien material puede saciar.”
Creo que a nuestra sociedad enferma de consumismo le hace falta la austeridad: es el arte de aprender a gozar más con menos. Según Ortega, es el uso racional y moderado de los bienes materiales. La persona austera sabe disfrutar y agradecer lo que tiene: mucho o poco.
No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. La austeridad es la capacidad de soportar o tolerar las inclemencias materiales. La abundancia empobrece decía Ovidio.
Enemiga de lo superfluo, la austeridad vive a sus anchas con lo necesario, y cuando eso le falta, siempre encuentra algún motivo para estar contenta. Las limitaciones materiales despiertan los gustos del espíritu.