R.M.S. Covid

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R.M.S. Covid

J. Bruce Ismay fue un empresario británico que tenía asegurado su pase a la posteridad, pero en el momento crítico cometió una grave equivocación, ingresando a la Historia por la puerta de la infamia y la deshonra.

Como presidente de la White Star Line, la línea de trasatlánticos a vapor entre los que se encontraba el R.M.S Titanic, Ismay se encontraba por supuesto entre los pasajeros distinguidos del malogrado viaje inaugural.

Una vez que el iceberg le dio al buque el helado beso de la condenación, fue cuestión de un par de horas para que el Titanic se posara en el lecho oceánico a esperar la eternidad.

Ismay entendió la gravedad de la situación y ayudó a habilitar y a ocupar algunos de los primeros botes salvavidas. Más tarde cometió -quizás sin intención malsana, quizás considerándolo un acto completamente legítimo- el peor error de su vida: ocupó él mismo un lugar en uno de los botes, a sabiendas de que aún faltaban muchas mujeres y niños que ayudar a escapar del naufragio.

A diferencia de su secretario y su asistente personal, quienes perecieron a bordo del barco, J. Bruce Ismay escapó con vida ante la mirada de repudio de otros supervivientes.

Jamás se recuperó, ni de la deshonra pública, ni en lo anímico. El desprestigio de cobarde quedó para siempre cosido a su nombre. Preservó la vida pero difícilmente pudo ya volver a disfrutar de ésta. Los 25 años que le restaron los vivió atormentado por el desdoro y el autorreproche.

“Esperar a vivir, esperar a morir… Esperar una absolución que nunca llegaría”, dice Gloria Stewart (Rose Calvert, anciana), en la película epónima del naufragio. Habla de todos los supervivientes, pero parece referirse en concreto a J. Bruce Ismay, a quien la película retrata sin mucha piedad, pero al parecer tampoco sin demasiadas exageraciones.

Ahora que todos viajamos en este Titanic de bíblicas proporciones llamado pandemia mundial, hemos observado -al igual que se reporta en las crónicas del histórico naufragio- todo tipo de conductas, que van de lo heroico, como es el caso del personal de la salud y otros trabajadores en áreas esenciales para que otros podamos hacer una vida más o menos normal; hasta actitudes bastante cobardes y mezquinas, como por ejemplo, los primeros pendejos que quisieron agandallar todo el papel higiénico a inicios de esta pesadilla, el año pasado; (hay otros valientes que son como los músicos de la estoica orquesta que tocó hasta el final, esos seríamos los que publicamos memes y chascarrillos en la red social para mantener arriba la moral).

Ahora que la vacuna contra el COVID ha comenzado a ser aplicada en casi todo el mundo en los grupos prioritarios (primera línea médica y mayores de 60 años), no faltan los vivos que buscan jugarle, ya no al pobre infeliz de J. Bruce Ismay, sino de plano al Cal Hockley, personaje -éste sí- eminentemente ficticio, pero que sintetiza toda la actitud y prepotencia de quienes se sienten con más derechos que sus semejantes:

-¡La mitad de la gente en este barco morirá!

-No la mejor mitad.

Sabemos que la situación es angustiante para todos; que todos queremos salir vivos de ésta y que quizás nuestro gobierno no está realizando una campaña de vacunación ejemplar, que sirva de modelo a otras naciones. Pero nada, absolutamente nada justifica el que algunos gandules se quieran saltar la fila y conseguir la ansiada inmunización antes que los demás.

Y no se confunda. Si hubiera una opción a la venta dentro de mi realidad económica, ya me la habría procurado. Pero de momento todo lo que tenemos es el sistema de salud público.

Lo malo es que el mal ejemplo lo ponen desde el gobierno, luego de vacunar, antes que a los propios médicos, a los “servidores de la nación”, que no son sino los brigadistas que trabajarán para el partido oficial, Morena, en las próximas elecciones.

Luego tuvimos a unos legisladores que propusieron que se considerase a los diputados como grupo prioritario. ¡Bonita chingadera!

Alevoso y chapucero es también ir a EU a vacunarse sin ser contribuyente de aquel país (¡inténtelo, para que se dé la quemadota de su vida y le quiten la visa como al pendexo de Pepe Origel!).

Y a propósito del primer mundo, también allá se cuecen habichuelas. En Canadá, un matrimonio adinerado viajó a una comunidad indígena para gozar de este beneficio que a las tribus se les facilitó primero. Consiguieron vacunarse, pero podrían enfrentar la cárcel.

Y en nuestra realidad más cercana, se sabe de muchos saltillenses y ‘monterreyenos’ (‘regiomonteces’ puesn), que se están haciendo pasar por habitantes de la Suiza de México, Arteaguita, Coah. También para evitarse largas filas, prolongadas esperas y todo tipo de complicaciones y así inmunizarse primero. ¡No se pasen de veras…!

Estamos angustiadísimos, sí, por nuestros padres y abuelos, por nuestros amigos de salud precaria, por nosotros mismos; pero estamos obligados a respetar la fila, aunque sea casi seguro que políticos, influyentes, empresarios y gente de alto poder económico buscarán apalancarse de su posición para ser los primeros en el bote salvavidas.

Y aunque en la lucha por la supervivencia se vale todo -o casi de todo-, ojalá esta situación no nos orille a portarnos de manera desleal con nuestros semejantes, porque la experiencia de Ismay nos enseña que vivir es importante, pero hay que saber hacerlo además con honor, con dignidad y con la frente en alto.